jueves, 31 de marzo de 2011

PENÉLOPES

La célebre y mitológica Penélope estuvo veinte años esperando el regreso de Odiseo, más conocido por Ulises, rey de Ítaca. Se pasó media vida esperándolo y para ahuyentar a sus pretendientes durante la larga ausencia deshacía de noche lo que tejía de día. Así el sudario acabado, como compromiso de iniciar nuevas relaciones, nunca fue terminado. Artimaña que le resultó conveniente para aplacar las ilusiones de quienes la cortejaban.

La Penélope de Serrat se marchitó sola, en el solitario banco del andén, esperando el retorno del amante huidizo. Se le paró el reloj del alma, pero no el del tiempo, que descoloría su bolso de color de piel marrón y su vestido de domingo.

La Penélope que yo conocí perdonó miles de desagravios a su maldito marido, hasta que falleció el malnacido sin regalarle un espontáneo y desprendido beso de amor.

Son necesarias las utopías, alientan siempre las ilusiones y rejuvenecen los sueños. Pero hasta las mejores utopías tienen caducidad, las más hermosas ilusiones sus mejores plazos y los libres sueños, casi siempre inmortales, son devorados, cansados de esperar, por las tristes realidades.

Los más plácidos deseos y las perspectivas que nos iluminan se desvanecen si no establecemos unos calendarios, si no acotamos los tiempos de la buenaventura.

Porque la mejor ilusión es disfrutar de la luz de cada día y, el mejor sueño, el que podamos contar de cada noche.


sábado, 26 de marzo de 2011

LA ALMENDRA PERDIDA

En mis tiempos mozos y en épocas de trabajos inestables solía trabajar en las faenas del campo, en esos períodos estivales. Recogida de frutas, la uva de vendimia, el cardón, la almendra y la oliva en enero. Recuerdo un día de septiembre y haciendo caer con el báculo las almendras de los árboles que las cobijaban, era necesario dar varias vueltas al arbusto para comprobar que no había quedado ninguna, que el árbol había quedado limpio y desnudas sus ramas; y el fruto desparramado por las sábanas de recogida.

Ese preciso día llegó el latinfundista, de cuyo nombre prefiero no acordarme, con su gorra de visera, su bastón imperial y su pastor belga para inspeccionar sus rendimientos. Se acercó a mi lugar, le dio tres vueltas al almendro, alzó su garrote hacia un vástago y me dijo: "ahí te has dejado una, repásalo otra vez". Y menos mal que sólo quedó una.

En la vida suelen pasar estas cosas cuando observamos en los demás sus faltas, no lo que ya han hecho. Ocurre muchas veces que no se valora el esfuerzo empleado, pero no falta nunca la crítica a la deficiencia encontrada, al defecto delatado, al desliz cometido.

Por experiencia sé que al igual que se llama la atención por un defecto evitable es bueno y reconfortante valorar positivamente lo realizado y bien hecho. Si se potencia el agasajo la crítica puntual es más llevadera.

De modo que, si después de revisar el almendro de arriba abajo, de derecha a izquierda en vueltas circulares, aún nos dejamos una almendrita escondida tras una rama, recogerla por favor. Se pueden recolectar doce kilos de un árbol, pero quedaron dos gramos olvidados.

¡Qué duros se hacen esos dos gramos para la conciencia! ¡Qué negligencia tan estúpida!

Esos dos gramos son, a veces, casi más importantes que los doce kilos, así por lo menos lo ve el granjero.

Por eso tiene mérito la vida cuando agradecemos las voluntades más que los rendimientos, cuando apreciamos mucho más el esfuerzo que el siempre perdonable descuido.

Siempre es mejor sentirse valorado, aunque se queden perdidas las almendras.

jueves, 24 de marzo de 2011

SENTIMIENTOS ROTOS

Las adolescencias de los jóvenes están rebosantes de dudas. Las personas adultas, que muchas veces presumen de experiencias y buenas tablas, tampoco están libres de esas espirales de vértigos que ocasionan las costumbres desagradables.

En asuntos de amor todo son probaturas, tiempos muertos, comprobaciones, salas de espera. Con los sentimientos inventamos laboratorios con pruebas y ensayos, marcando períodos de reflexión. El problema es que los conejos de indias son seres como nosotros, portadores de almas y de sentimientos.

El tiempo se reduce a la hora de deshojar las margaritas. No es probable que se presenten nuevas oportunidades para detener el tren. Es preciso tomar decisiones importantes sin que se resquebraje el corazón.

Así que, con el tiempo favorable o sin él, que los trasiegos sean con los menores costes posibles. Y si ya encontrastes a ese otro ser que sacude los interrogantes e ilumina un desvalido rincón del alma, ¿para qué el reloj de arena?

Música sugerida: ALL THIS TIME. María Mena

domingo, 20 de marzo de 2011

GRILLETES DE HIJOS

Pocas horas antes de nacer mi primera hija fuimos al hospital dos personas, yo de acompañante, y regresamos a casa tres. Le comenté a la feliz y estrenada madre que la nueva incorporación, y las que hubieran después, era ya una condena para toda la vida.

Una condena agradable, eso sí, pero una penalización de alta responsabilidad. Si enferman, a sufrir con ellos; si se traumatizan por algo, a padecer con ellos; si son infelices, a llorar con ellos, y todo por ellos, todo junto a ellos.

Si todo va bien igualmente a compartir sus alegrías con ellos, sus risas, sus ilusiones, sus vidas; desde tan cerca, que no se saben muy bien dónde acaban los límites de unos y dónde se prolongan las existencias de los otros. Una simbiosis de melancolía o frivolidad, de tristeza o alegría que en todo caso hay que compartir por obligación, más las madres y padres con sus hijos que ellos hacia nosotros.

No es fácil la tarea, dicen que la más hermosa del mundo. Proteger, educar, amar, llorar, reír y compartir cada uno de los días hasta que la muerte nos separe.

Da igual si están próximos o si se hallan lejos. Los abrazos serán distintos, como diferentes los pensamientos.

Nacen con grilletes que nos colocan a cambio de su propia libertad, argollas que las llevaremos a gusto y con gozo aunque cada vez sean más pesadas, cebos amorosos de cadena perpetua.

Misteriosa paradoja ésta, pues estamos dispuestos a regalar nuestra más preciada libertad a cambio de que los nuevos inquilinos abracen la suya, nos cargamos de sufrimientos para que ellos se blinden en sus urnas de cristal.

Sólo espero que, después de todo, los grilletes aguanten mucho tiempo. Buena señal será, aunque pesen y los mayores ralenticemos el paso.


jueves, 17 de marzo de 2011

LAS OVEJAS MÁS LISTAS

Me cuenta el pastor que las ovejas más listas del rebaño son las que merodean siempre los límites permitidos y me dice que, por eso mismo, son las más difíciles. A él, me imagino que como a todos los pastores, le gustan las sumisas, las que no dan que hablar ni originan ningún conflicto.
Sin embargo ahí están esas ovejas diferentes que, a cada salida de pastoreo, provocan la paciencia del líder que las controla.

"Míralas, siempre hay tres o cuatro, tozudas como ellas solas, que se salen del rebaño. Si me descuido las pierdo. No temen ni a los afilados colmillos de los perros guardianes. Huyen de la masa, curiosean fuera del perímetro y, a la menor ocasión, se van siguiendo sus propios instintos".

" Dicen otros colegas que son las más tontas, porque no tiene sentido que abandonen el grupo que les protege y da sustento. Otros las bautizaron como las ovejas negras que tiene cualquier rebaño. Pero yo no pienso así. No son tontas ni negras. Son las más listas. ¿Sabes por qué? Porque buscan su libertad, a su modo, claro. El mundo que conocen se les queda pequeño y quieren otros horizontes. Para mí es una preocupación pero esto es así".

El pastor me hizo reflexionar y pensé que las ovejas no son tan distintas a los humanos. Siempre y entre nosotros los hay que discurren por otros caminos siguiendo sus instintos. Y siempre creí que si el mundo evoluciona, cambia, se revoluciona y se transforma es porque siempre existen esas ovejas tan listas que ni se conforman, ni se resignan, ni se masifican entre el anonimato.

Me gustan las ovejas listas, aunque se equivoquen, aunque se pierdan, aunque las llamen negras, tontas e insumisas. Si no existieran no habrían perros pastores y el pastor dormiría tranquilo.

sábado, 12 de marzo de 2011

SI RETROCEDES NO LO SABRÁS

Hay sobradas ocasiones en que nos encontramos una puerta entornada, medio abierta o medio cerrada, donde no sabemos si nos invitan a entrar o nos disuaden para marcharnos.

Son momentos de decisiones y nos puede invadir el miedo, la angustia y estamos entonces adueñados por un extraño tembleque. No sabemos muy bien qué hacer y nos aturde la duda, la confianza se pierde y nos encomendamos a los dioses, a la suerte o a un destino benévolo.

En el momento justo, ese que era el más importante, ese instante glorioso o desdichado, reculamos, damos unos pasos hacia atrás antes de dar definitivamente la vuelta sobre nuestras espaldas.

Retrocedemos porque no sabemos resolver el misterio. Avanzamos en dirección contraria ante el temor a equivocarnos de nuevo, antes de que nos digan no, evitando otro contratiempo.

Pero seguro que el mayor contratiempo es no apostar por la aventura. Si de entrada partimos de una negación, de que nos digan un NO, no perdemos nada de lo que ya hayamos perdido.

Hay que continuar por tanto y dar ese paso al frente. Los miedos frenan, la sinceridad avanza. Y
si retrocedes nunca sabrás lo que pudo ocurrir, y es más intenso despejar el misterio que carcomernos con la duda.

El mayor de los miedos es no hacerles frente. Puede que él nos venza, puede que lo acabemos por controlar. Pero nunca lo sabremos si no lo intentamos y, amigos míos, la ignorancia sí que da miedo. Si no abrimos la puerta y cruzamos el umbral entonces sí estamos perdidos. Perdidos de esperar.

Sugiero como tema un anuncio publicitario, breve pero conmovedor. Que os guste.

martes, 8 de marzo de 2011

DISTINTOS RITMOS

En mi habitual placer de callejear, prefiero las zonas poco concurridas, me he encontrado a otra pareja de personas avanzadas en años. Caminaban delante de mí y siempre disfruto, con la discreción que estas cosas requiere, amainar el paso para escuchar las conversaciones mientras me hago el distraído.

Ella iba una decena de metros delante de él y refunfuñaba girando la cabeza de vez en cuando: "Tan machote que has sido y mira como andas. Enga, que vamos a llegar tarde".

Él, cada vez más rezagado, y con una visible cojera le reclama con cierto disgusto: "Tú sí que podrás. Guardadica en casa toda la vida sin que te falte de ná. ¿No ves que tengo la rodilla estropeá? Además, ¿es que tienes alguna prisa? ¿No podemos ir junticos, como hemos hecho siempre? ¡Hala, corre a ver si te encuentras a alguien y te da un susto!". "Tanto besuqueo a los veinte pa llegar a esto".

Acabé por adelantar a los personajillos y todavía volvía el cuello para afinar el oído y no perder la conversación. Lo que sí sé es que ni la mujer esperó al marido ni el hombre aceleró el paso.

Llegados a unos años, y parece que no tiene vuelta de hoja, cada cual lleva su propio ritmo. Y si no al tiempo.