martes, 23 de agosto de 2011

CIENCIA E IGNORANCIA



Alguien acaba de afirmar en una publicación que “conocemos más del universo que a la sociedad en la que vivimos”. La frase, breve y sencilla, conlleva un profundo análisis del mundo actual e invita a una implacable autocrítica. Porque es una afirmación cargada de argumentos que revelan importantes contradicciones.

La carrera militar y espacial ya se inició mucho antes de que Neil Armstrong pisase la Luna el 20 de julio de 1969. Numerosas expediciones, con más y mejores intenciones científicas, se han paseado por los pasillos de nuestro universo inmediato en busca de información, resolver los misterios de nuestro pasado y aclarar nuestro futuro. Lo satélites planean desde puntos inaccesibles e invisibles y poseen más testimonios de nuestras vidas que nosotros de nuestros vecinos. Son capaces de visionar cuándo una liebre sale de su madriguera o de sorprender “in fraganti” a una pareja realizando su acto más íntimo bajo unos setos.

Todos nuestros DNI están numerados, el ADN genético está registrado casi sin margen de error, Internet ya dejó fuera de juego al revolucionario fax, y éste al teléfono, y éste al correo postal. La tecnología punta destruye puestos de trabajo y tiene la virtud -porque quien no piensa no sufre- de su incapacidad de pensar, de sentir, de elegir opciones propias y sentirse libre aunque se pueda equivocar.

La ciencia no se contradice, avanza. Quienes yerran son los programadores, no las máquinas. Pero si bien será siempre necesaria una apuesta clara para su inversión y desarrollo, nunca, jamás, deberá solapar la técnica ni a la convivencia ni al bienestar de sus clientes, como resulta la sociedad en general.

No quiero tanta ciencia si aún no está resuelto el tema del hambre, ni hay visos de una mejor distribución de los recursos energéticos, ni tampoco intenciones de repartir mejor la riqueza, ni de acabar con las injusticias, ni combatir las miserias.

No quiero tanta ciencia si las sociedades están a la gresca, si las naciones asoman sus narices en asuntos que no les incumben, si unos grupos pisotean a otros en aras de la puta competencia, si nos asqueamos del prójimo y nos alzamos en nuestra propia vanidad.

No deseo conocer tanto el universo si el mío, el más cercano, me resulta a veces inaccesible. Si apenas conocemos a las gentes de nuestra comunidad de vecinos y somos capaces de reventar una reunión familiar. No quiero saber a cuántos años luz estamos de otra esfera si la nuestra, planeta de juguete y pruebas, está que arde y no hay forma de entenderse.

No deseo saber si existen otros mundos cuando todavía no conozco el tuyo.

Música sugerida: ESKIMO. Damien Rice

martes, 16 de agosto de 2011

ESCLAVOS DE ENTONCES, SOMETIDOS DE AHORA



El 31 de julio de 1761 naufragó el Utile, un barco mercantil francés, en las proximidades de la isla Tromelin, bajo administración francesa. El pequeño islote apenas tenía vegetación, sólo unos pocos cocoteros, y estaba sometido a fuertes vientos, siendo frecuentes los vendavales de 200 kilómetros por hora. Siendo dificultoso su acceso, por estar rodeado de colonias de corales y de una gran fosa con corrientes de 4.000 metros de profundidad, los náufragos lo tenían crudo.

Aun así logró la tripulación reconstruir una barcaza lo suficientemente consistente para volver al mar en busca de islas cercanas y con más garantías, como La Reunión, o la más importante de Madagascar. Así fue y 120 navegantes reanudaron su viaje aventurero, dejando en la orilla a 60 esclavos desesperados, cautivos de otro oscuro destino. La promesa de regresar a su rescate fue de sonrisa falsa, pues siendo esclavos quiénes iban a interesarse por ellos.

En 1776, quince años después, un navío avistó signos de supervivencia en la isla maldita y olvidada, recuperando tan sólo a ocho mujeres y un bebé de ocho meses, cuyo padre fue el último en lanzarse al océano en busca de algún milagro. Los damnificados se alimentaron de cocos y de tortugas marinas y una vez puestos sus pies en tierras de leyes y justicias, fueron declarados libres. Tan soberanos como los que los abandonaron en la improvisada embarcación.

Este histórico relato es un simple botón de muestra de lo que significaban los esclavos en aquellas épocas. Podrían servir otros muchos y conmovedores ejemplos y éste es uno de entre tantos. Los esclavos servían para lo que servían, y se les exprimía su trabajo y esfuerzo hasta que el cuerpo les dijera ¡basta, ya no puedo más! Y reventaban exhaustos. Y en situaciones límites, como la descrita, donde se elige para la salvación física entre una clase social y otra, la determinación estaba clara. Nosotros vivimos, vosotros morís.

Los esclavos de entonces ya casi no existen, por lo menos oficialmente, pero casi la totalidad de la población mundial somos cautivos, ignorantes y sin saberlo por tanto, de los mercados financieros y los planes que nos tienen preparados. No importa qué pensemos ni lo indignados que nos pongamos. Seguimos siendo esclavos, producimos hasta donde podemos, y nos dejan y nos castigan en la marginalidad asistencial cuando no hagamos falta. No hace falta vivir en islas desiertas cuando cohabitamos viviendas caras e hipotecadas de por vida. Sometidos y abandonados a la suerte del ¡sálvese quien pueda!, cuando el paraíso falso de la igualdad de oportunidades fue un canto de sirenas de charlatanes y mafiosos.

Pero, ya sabéis, al mal tiempo buena cara; aunque nos achicharremos de calor y soplen, de vez en cuando, fuertes los vientos.

Música sugerida: LITTLE DROP OF POISON. Tom Waits

lunes, 15 de agosto de 2011

EL MUNDO NO ES SUYO, SÓLO SUS VIDAS




Me encantan los jóvenes que no pierden el tiempo. Me agradan estas muchachas, estas zagalas que estudian, se forman, se cargan de experiencias y se dedican en sus tiempos libres a lo que más les gusta. Universitarias, hambrientas de trabajo, solidarias con quien no conocen, inquietas en un mundo sin destino, incierto más que nunca y cambiante, como los días de las noches.

Me gusta que no pierdan tiempo alguno y que devoren la vida sin prisas y sin pausas. Da igual que las expectativas laborales den pánico y pena, no es un pecado sobrevivir con dignidad, como tampoco es obligatorio arrodillarse en los casting y entrevistas de empleo. Pero la generación más preparada y mejor adiestrada que haya existido en este país cada vez encuentra las puertas más pequeñas, como si hubieran menguado por un cataclismo financiero. Es más, ya no quedan puertas pequeñas, están cerradas y perdidas las llaves.

Sin embargo estas capacitadas inexpertas no tiran la toalla. Contaminan su alegría, ejercen el don más preciado, la vitalidad, y sonríen ante cualquier amenaza de desánimo. Cantan, bailan, leen, abrazan, besan, quieren y aman. ¿Por qué llorarles, si aunque no tengan futuro en el bolsillo tienen entrega, lucha y sinceridad? ¿Qué porvenir prescindiría de estas cualidades? Me encantan los jóvenes que no pierden el tiempo.

Algunas se reúnen en un local por la noche y hacen lo que mejor les place: cantar. No importa que no sean estrellas ni delaten un talento demoledor. No sueñan con discográficas ni conciertos multitudinarios. Les basta unas sillas, unas mesas, unos cuantos instrumentos musicales y lo más importante: un grupo de amigos.

El video no es nada profesional, doméstico y casi casero. Ahí están las catalanas de Blue Velvet Grup. Se lo debía. Y es un placer para mí colgarlas en este blog, para reivindicar que no todo en el mundo es marketing ni negocio mercantil.

Música sugerida: BLUE VELVET GRUP. En el Colmado.