martes, 16 de agosto de 2011

ESCLAVOS DE ENTONCES, SOMETIDOS DE AHORA



El 31 de julio de 1761 naufragó el Utile, un barco mercantil francés, en las proximidades de la isla Tromelin, bajo administración francesa. El pequeño islote apenas tenía vegetación, sólo unos pocos cocoteros, y estaba sometido a fuertes vientos, siendo frecuentes los vendavales de 200 kilómetros por hora. Siendo dificultoso su acceso, por estar rodeado de colonias de corales y de una gran fosa con corrientes de 4.000 metros de profundidad, los náufragos lo tenían crudo.

Aun así logró la tripulación reconstruir una barcaza lo suficientemente consistente para volver al mar en busca de islas cercanas y con más garantías, como La Reunión, o la más importante de Madagascar. Así fue y 120 navegantes reanudaron su viaje aventurero, dejando en la orilla a 60 esclavos desesperados, cautivos de otro oscuro destino. La promesa de regresar a su rescate fue de sonrisa falsa, pues siendo esclavos quiénes iban a interesarse por ellos.

En 1776, quince años después, un navío avistó signos de supervivencia en la isla maldita y olvidada, recuperando tan sólo a ocho mujeres y un bebé de ocho meses, cuyo padre fue el último en lanzarse al océano en busca de algún milagro. Los damnificados se alimentaron de cocos y de tortugas marinas y una vez puestos sus pies en tierras de leyes y justicias, fueron declarados libres. Tan soberanos como los que los abandonaron en la improvisada embarcación.

Este histórico relato es un simple botón de muestra de lo que significaban los esclavos en aquellas épocas. Podrían servir otros muchos y conmovedores ejemplos y éste es uno de entre tantos. Los esclavos servían para lo que servían, y se les exprimía su trabajo y esfuerzo hasta que el cuerpo les dijera ¡basta, ya no puedo más! Y reventaban exhaustos. Y en situaciones límites, como la descrita, donde se elige para la salvación física entre una clase social y otra, la determinación estaba clara. Nosotros vivimos, vosotros morís.

Los esclavos de entonces ya casi no existen, por lo menos oficialmente, pero casi la totalidad de la población mundial somos cautivos, ignorantes y sin saberlo por tanto, de los mercados financieros y los planes que nos tienen preparados. No importa qué pensemos ni lo indignados que nos pongamos. Seguimos siendo esclavos, producimos hasta donde podemos, y nos dejan y nos castigan en la marginalidad asistencial cuando no hagamos falta. No hace falta vivir en islas desiertas cuando cohabitamos viviendas caras e hipotecadas de por vida. Sometidos y abandonados a la suerte del ¡sálvese quien pueda!, cuando el paraíso falso de la igualdad de oportunidades fue un canto de sirenas de charlatanes y mafiosos.

Pero, ya sabéis, al mal tiempo buena cara; aunque nos achicharremos de calor y soplen, de vez en cuando, fuertes los vientos.

Música sugerida: LITTLE DROP OF POISON. Tom Waits

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