domingo, 4 de septiembre de 2011

MASCOTAS




Desde hace un tiempo a esta parte las mascotas de los hogares han ido cambiando, no ya porque se mueran los animales y los repongan de la misma especie, sino por el exagerado esnobismo de meter en casa bichos de otros continentes y cuya adaptación ya se advierte como difícil. Pero allá cada cual con su vida en sus cuatro paredes.

Lo que ya me resulta más extraño, por lo extravagante, es sacar las mascotas a la calle de paseo, con sus lazos, sus mochilas, sus transformaciones de peluquería y su disciplina doméstica. En pocos años ya he visto por céntricas calles a iguanas, ardillas, martas, cerdos, cabras montesas y hasta cachorros de leopardos. Pero lo más llamativo que he observado, quizás por ser lo último, ha sido un jabalí.

El jabato era bañado literalmente en una fuente pública de una plaza principal al filo de la media noche porque, según el dueño o padre de familia, vaya usted a saber, necesita un buen remojón para soportar los calores de agosto. Pensaba yo, claro está, que carece en su casa de bañera y sólo tiene plato de ducha, asunto éste crucial para justificar o no la conducta del responsable.

Todo ello me lleva a una reflexión que, por más que la medite y la comparta, nunca será vinculante porque en cuestión de opiniones la libertad alcanza su máximo ideario. Pero me entristece un poco que cuanto más familias desestructuradas, cuanta más distancia existe entre padres e hijos, cuanto más se echa en falta el necesario diálogo, cuanto más aislamiento en la comunicación más se estila el acompañamiento de mascotas y, cuanto más sorprendentes mejor, abundan más entre las familias.

Es como si determinadas personas se llevaran mejor con su animal que con sus parientes, como si la alimaña le comprendiera mejor o aceptase con resignación y sin rechistar las miserias del amo.

No sé dónde vamos a llegar. Quizás si la abuela no tuviera tanto apego a las revistas del corazón, la pareja no estuviera colgada al teléfono tanto tiempo contando chismes, el hijo mayor no fuera abducido por Internet y la más pequeña, para no molestar, no quedara hipnotizada con la play que le regalaron para hacerla autista, no habría lugar a comprase un cochino silvestre, cuidarlo, hablarle, alimentarlo, llevarlo al veterinario, construirle aposento y sacarlo a pasear. Cuando vaya viendo más animales raros por ahí será un buen termómetro para volver a meditar cosas sin remedio.

Hasta que, espero que no, me haga con un lince furtivo. ¡Qué amor de animales y qué olvido de personas!

Música sugerida: GRAO DE AMOR. Tribalistas

1 comentario:

  1. Qué lindo me resulta leer tus notas!!!
    En oportunidades no concuerdo con tu forma de analizar ciertos temas, pero eso no es un empedimento para pasarlo muy bien en tu blog, disfrutando de palabras y música.
    Gracias.

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