jueves, 31 de marzo de 2011

PENÉLOPES

La célebre y mitológica Penélope estuvo veinte años esperando el regreso de Odiseo, más conocido por Ulises, rey de Ítaca. Se pasó media vida esperándolo y para ahuyentar a sus pretendientes durante la larga ausencia deshacía de noche lo que tejía de día. Así el sudario acabado, como compromiso de iniciar nuevas relaciones, nunca fue terminado. Artimaña que le resultó conveniente para aplacar las ilusiones de quienes la cortejaban.

La Penélope de Serrat se marchitó sola, en el solitario banco del andén, esperando el retorno del amante huidizo. Se le paró el reloj del alma, pero no el del tiempo, que descoloría su bolso de color de piel marrón y su vestido de domingo.

La Penélope que yo conocí perdonó miles de desagravios a su maldito marido, hasta que falleció el malnacido sin regalarle un espontáneo y desprendido beso de amor.

Son necesarias las utopías, alientan siempre las ilusiones y rejuvenecen los sueños. Pero hasta las mejores utopías tienen caducidad, las más hermosas ilusiones sus mejores plazos y los libres sueños, casi siempre inmortales, son devorados, cansados de esperar, por las tristes realidades.

Los más plácidos deseos y las perspectivas que nos iluminan se desvanecen si no establecemos unos calendarios, si no acotamos los tiempos de la buenaventura.

Porque la mejor ilusión es disfrutar de la luz de cada día y, el mejor sueño, el que podamos contar de cada noche.


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