jueves, 15 de septiembre de 2011

EL TORO DE LA VEGA

En la ciudad vallisoletana de Tordesillas son célebres sus Fiestas en honor a la Virgen de la Peña. Su principal acto, aparte del religioso, es la matanza de un toro atravesado con lanzas, tantas como voluntarios descabezados le cerquen, le pinchen, le perforen y le den muerte en un vandálico ataque colectivo. El último toro víctima de esta crueldad se llamaba “Afligido”, nombre idóneo para ser paseado, agredido y brutalmente quitado de en medio tras ser múltiplemente perforado.

Los lobos en sus cacerías realizan la misma estrategia: persiguen, agotan, cercan y atacan por distintos flancos hasta reducir a su presa. Pero su comunal y descomunal ataque es para alimentar a la manada y a los lobeznos. Así lo hacen las hienas y aquellas especies que sobreviven socialmente. Los depredadores necesitan matar para sobrevivir. Ley de vida para mantener despierto y equilibrado el ecosistema animal. Poco más que añadir.

Los primeros cazadores de nuestra especie lo fueron por los mismos motivos, nada más lejos que alimentarse. Más tarde apareció la cetrería por placer, para afinar punterías y disfrutar de las piezas de venado conquistadas. Es un claro ejemplo de que lo que se cuestiona es la destreza, no el hambre. Antes no había placer en la muerte, hasta que alguien empezó a regocijarse.

Hasta los gladiadores vencidos en la arena ofrecían la yugular para morir sin sufrimiento, y sus verdugos, por cuestión de lealtad y honor, los ejecutaban lo más raudos que podían. Hasta mis abuelas acababan con el conejo o la gallina, de un golpe o un tajo, para no hacer padecer al animal más de lo necesario. Muerte rápida para no prolongar la agonía.

En Tordesillas No. Disfrutan con la tortura. Se colman de morbo para observar quiénes provocan más borbotones de sangre y quién, de entre ellos, lanza la última y definitiva estocada. Dicen que son tradiciones y, por lo tanto, hay que mantenerlas vivas.

Si la tradición fuera un suicidio colectivo y en fila india para abocarse a un pozo no habría tal tradición. Les apresaría el pánico. Sin embargo en pro de una costumbre ridícula continúan con la locura y la salvajada. Así que, por si algún defensor a ultranza de esas bárbaras usanzas me lee, sepa de mi parte que no es cabal, sino descerebrado, no es inteligente, sino imbécil, no es generoso, sino sádico.

Y en ocasiones, a quien a hierro mata, a hierro muere ¡Al loro!

Música sugerida: THE ANIMALS WERE GONE. Damien Rice

1 comentario:

  1. hola juan josé hace tiempo que no paso por tu blog ufff que fuerte esta entraita no tenia que existir esas fiestas solo hacen sufrir a un animal a mi me da pena que le hagan esas cosas cuando un toro coge a un torero o a cualquier persona que le haga ese martirio me digo a mi misma se lo tiene merecio pos hacele daño al animal elloos se defienden solo hacen eso por el dolor que sienten feliz dia me voy toca con esta entraita besitosssssssss

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