miércoles, 8 de diciembre de 2010

INMUNIDADES DEL ALMA

Uno de los programas radiofónicos que emitía a finales de los ochenta, con la sintonía musical de Verges de Lluís Llach como música de fondo y bajo el título de Los Secretos de la Noche, lo inicié así:

"Como alzándose de las entrañas del cemento, como apenas divisándose en la oscuridad, como percibiéndose débilmente en el silencio, como asomándose al vacío, ...aparece y suena, ahora, en los aires, Los Secretos de la Noche. Por la pura magia de la técnica y por el poder de la ilusión...

Un programa escrito, realizado y narrado por este bohemio y romántico servidor y por la estimable colaboración de la enigmática fulanita de tal en el control...

Los Secretos de la Noche se alza, se divisa, se percibe, asoma, aparece y suena para toda audiencia sensible, romántica, generosa y escandalizada de injusticias y clamores al cielo...

Los Secretos de la Noche, en Radio menganita de tal, en la frecuencia ahora sintonizada es, simplemente, la antesala de la larga noche o,...la almohada del sueño."

Después de esta introducción comenté la noticia de ese día, que no era otra que la muerte de varios indigentes sin hogar en varias capitales por los efectos del frío. La sociedad en general reaccionó con indignación, rabia, incredulidad y afligimiento.

¡Cómo podía suceder esto en los tiempos que corren! ¡Cómo era posible! ¡No podía volver a ocurrir! !Había que evitarlo a toda costa!

La sensibilidad enardecida fue, con el paso del tiempo, disolviéndose como el azúcar en el agua, sólo que no es azúcar lo que se inmuniza con el olvido. Más de treinta años han transcurrido y poco o nada ha cambiado.

Pensándolo bien sí ha cambiado una cosa. Ya nada nos alborota el alma. Las desgracias ajenas son tan cotidianas que ninguna nos afecta y nos ruboriza.

Hace apenas unas semanas recorrió el mundo la imagen de una haitiana enferma de cólera, moribunda y desnuda en plena calle. La gente mirar, miraba. Nada más. Nadie la evacuaba, nadie la tapaba, nadie le daba ni el más repugnante vaso de agua. Miedo a la muerte. Pánico a la desgracia. Olvidamos quizás que nuestro miedo y nuestro pánico acaberemos por vivirlo en las propias carnes y ante los ojos indiferentes de los demás.

Los cuentos de color de rosa ya no convencen. Muchos niños que trajeron las cigüeñas de París, hoy hombres y mujeres, ancianos o adultos sin rumbo, viven en el abandono y mueren en el olvido, con los cuervos urbanos dispuestos a devorarles ante las miradas impasivas. Ya no existen las cigüeñas neonatales, ni las cunas doradas. Se las comieron las sociedades cívicas y humanas, tan rapaces y egoístas que se quedaron mudas, sin alma y sin consuelo.

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