Como un reloj en buena hora, siempre puntual, las vidas siguen sus tics-tacs, dibujando repetidos círculos, concéntricos en una sinuosa espiral, hasta llegar a su punto y final.
Conforme unas existencias inician la aventurosa línea sin divisar el horizonte, porque a la salida de una curva aparece otra, otras en cambio transitan por los últimos tramos.
Si me llena de alegría ver crecer a criaturas que acaban de asomar y saludar al mundo, si me contagio de sus saltos de saltamontes cuando comienzan a brincar, si me emociono cuando les entra el conocimiento..., se me cae el alma cuando veo a esos mayores, con sus mochilas de la vida ya desgastadas, jadeando de cansancio, con las ojeras saltarinas y las miradas apagadas.
Yo, en los caminos intermedios, o eso espero, sólo pretendo inocularme de las experiencias que se van a ese punto y final, recuperarlas si es que puedo y mostrarlas a esos niñatos y adolescentes que vienen empujando y parece que van a comerse el mundo, o ser devorados por él.
Siendo mi reloj barato y por tanto retrasándose o adelantándose, según convenga al destino, procuraré sin embargo no perderme ni uno solo de los minutos. Confiaré en desinflar esos párpados inflamados de esas gentes que se van y ofrecer una palabra, aunque sea corta y terca, de esperanza a quienes inicien el círculo.
Y como nunca se sabe donde se encuentra la última curva que hace visible el punto y final disfrutemos del camino, empapándonos del paisaje, sin correr demasiado y sin que se nos rompa el reloj.
Música sugerida: SAMBA DEL RÍO. Craig Chaquico
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