El rugido del mar, su relajante movimiento, su azul hipnotizador, su inmensidad que nos convierte en la más absoluta simpleza, la puesta de sol en ese inalcanzable horizonte, la sal, la arena, la compañía y la noche.
Qué bien sienta, de vez en cuando, una escapada así de linda y relajante, más ignorando cuándo será la siguiente excursión y si estaremos los mismos o serán otros los acompañantes. Me pregunto por qué me maravilla una salida así cuando el mar no se mueve de su sitio, está a una hora de camino y sigue azotando y humedeciendo los mismos litorales desde hace miles de años.
Es cierto, el mar sigue oleando las mismas costas mucho antes de nuestras existencias, pero nosotros, ¡ay qué pequeños y frágiles! somos los que nunca estamos del todo quietos, ni relajados, ni tranquilos.
Me gustan estas escapadas. Porque siento que, por un instante, soy dueño del mar al abrazarlo, que ese momento me pertenece aunque el chapuzón dure un minuto, que soy feliz como un niño entre su espuma rompedora y que mi piel agradece su fuerza y su misterio.
Pero todo esto que cuento resulta más tranquilizador y hermoso cuando lo comparto con esos amig@s del tiempo que rezuman tantas y tan tiernas miradas, que crecieron y se forjaron, felizmente, con el paso de tantos años.
Música sugerida: PURE JOY. Russel Walder
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