Treinta y tres mineros chilenos se encuentran atrapados en la mina de San José, en la región norteña de Atacama. Sus rescates serán lentos y peligrosos. La sensación de sobrevivir a un sepultamiento es siempre aliviadora, pero la certeza de haber conseguido contactar con la superficie, setecientos metros más arriba, es una inyección de moral y esperanza para sus mejores deseos: el soñado rescate y el abrazar a los que los daban por perdidos.
Esta historia, como otras muchas producidas por catástrofes naturales, me induce a una simple y profunda reflexión: el sentimiento de un reo condenado, por cualquier causa o motivo, hacia las personas que quiere y que, más que nunca, añora.
En los corredores de la muerte, en las hacinadas prisiones de saber dónde, en los más diminutos zulos sin luz ni respiración, se han encontrado y se encuentran prisioneros de todo tipo. Muchos fueron ejecutados sin razón alguna, porque ninguna condena a muerte repara absolutamente nada. Otros lo serán en alguna parte, ignorando el verdugo que hacer de justiciero es un acto cruel pero inútil.
Pero me pone los pelos de punta esa última escritura, esa llamada telefónica final de un condenado a su ser más íntimo y cercano. Porque transmitir un mensaje de esperanza cuando el insalvable no tiene ninguna es un acto esplendoroso de amor y generosidad. Sean cualesquiera los motivos de su cercana muerte es una entrega sin recompensa alguna. Anhelará prolongar, más allá de las limitaciones del espacio y del tiempo, esa agónica vida. Y quien reciba ese tierno mensaje de esperanza y libertad tome con reponsabilidad el testigo y abandere, a todo viento, la gloria del legado.
Cito como ejemplo a Miguel Hernández, poeta de mi tierra y muerto de humedad y tristeza en la cárcel, escribiendo a su Josefina. Se sentía él libre, tan libre pero encerrado, como los pájaros surcando el cielo encapotado.
Que no pierdan los mineros esperanza alguna. Ellos, los treinta y tres, son más libres que millones de esclavos encima de la tierra. Pero sería hermoso que salieran a flote y maravilloso que lo contaran.
Música sugerida: ANTES DEL ODIO (Poema de Miguel Hernández) / Adolfo Celdrán
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