Donde yo vivo hay malos olores. Un hedor interminable. Se instaló aquí al principio de esta década una planta de reciclaje y recepción de basuras con el propósito de reciclar y producir materias útiles a partir del combustible orgánico. Pasado el tiempo la planta no recicla lo suficiente, es más, entierra residuos sospechosos, fuera de control y recibe toneladas de basuras más allá de los límites permitidos.
Esta empresa es, por su carácter, pública, pues está bajo el amparo del Gobierno Regional que nos administra. Este gobierno regional es conservador, especulador y mentiroso, pues nunca se preocupó ni de los reciclados ni de sus nefastas consecuencias. Especula con el dinero fácil y miente sobre la desproporcionada procedencia de los residuos y sus lugares de origen.
El caso es que mi querido pueblo huele a mierda desde hace años. Y dentro del vómito que produce ojalá sea sólo mierda, pues ignoramos si hay emanaciones tóxicas en el aire.
La calor del verano hace insoportable e inútil el intento de abrir ventanas, o sus mosquiteras. El otoño nos trae vientos que arrastran los manjares de la pocilga olorosa, el invierno transforma su humedades en recuerdos rancios y la primavera...
...La primavera no huele aquí como huele en las primaveras de otros lugares. No huele a hierba fresca, ni a flores, ni a prados verdes, ni siquiera a la sequedad sedienta de los árboles.
Para oler una planta hay que tenerla bajo custodia, encerrada y a salvo del seguro precinto de las puertas y ventanas. Alguien cree que en mi ciudad tenemos el síndrome de Diógenes. Nos traen basuras y toneladas de basuras. Y si queremos tener plantas con flores, para oler sus fragancias, que sean de interior. Pero este pueblo que es el de todos y el mío, mientras el lodazal no nos arrebate la voz, seguiremos gritando por primaveras limpias y cielos despejados.
Música sugerida: GOING TO A TOWN. Rufus Wainwright
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