jueves, 13 de mayo de 2010

LAS FLORES PERDIDAS

La seguía con disimulo y muy discretamente; y de noche. Sin excusas de bajar la basura porque no tenía que dar explicaciones a nadie, bajaba a la calle, deambulaba pensativo y se acercaba a esa casa ajena donde vivía esa mujer por la que suspiraba tanto. Desde la acera de enfrente, distraído y prudente, observaba las luces de su ventana.

Otras veces la llamaba por teléfono para preguntarle cómo estaba y, muy de vez en cuando, le enviaba ramos de flores de procedencia anónima. Frecuentaba asímismo degustar el café desde el bar de la esquina, cercano al trabajo de su imposible amada. Nunca se atrevió a pedirle que volviera con él. Era lo que más deseaba pero una negativa sería su definitivo fracaso.

Una tarde lluviosa supo que la habían operado de un riñón. Venció miedos y fantasmas temerosos y fue a verla al hospital. Allí confirmó lo que no quería encontrar, se encontró con el hombre que también la amaba y que compartía con ella los días y las noches. El rival en el gran cuento de los celos.

Se saludaron, no había por qué no; se presentaron, pidió permiso para acercarse a su vieja dama convaleciente y la besó en la mejilla. Le deseó suerte y una pronta recuperación y, con un llanto silencioso y compungido, le susurró que fuera feliz. En cualquier caso él la esperaría siempre.

Le dejó las obligadas flores y se despidió del compañero de la mujer con serenidad contenida. La volvió a besar, ahora en la frente, pero esta vez sin disculpas y sin permisos, apretó fuerte su mano y salió de allí tarareando una canción; eso sí, con un aire de impotencia y resignación.

Texto de LOS SECRETOS DE LA NOCHE (1989)

Autor: Juan José Torres

Música sugerida: SACRIFICE. Elton John

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