miércoles, 9 de junio de 2010

LOS HIJOS DE LA SEPARACIÓN

Que a una pareja se le atragante el amor es tan sencillo como que Cupido, ese invento de la mitología romana e hijo de Venus y de Marte, atraviese con sus flechas dos corazones perdidos y se desate entre ellos el flechazo de la pasión. Si Cupido lanza sus dardos con los ojos vendados, como solía hacer, entonces puede producir un estropicio de incalculables consecuencias, amén de dejar tuertos, y ciegos por tanto, a los recién enamorados.

Así las cosas, es muy frecuente que las parejas aguanten lo que dura el canto de un gallo, porque los flechazos, esos amores a primera vista, suelen sustentarse en los caprichos de un buen revolcón, de unas noches mágicas y locas pero de fuegos artificiales, del encanto que provoca la seducción engañosa o las promesas eternas de los momentos alocados e inconscientes.

Luego, pasado el tiempo, se desvela el misterio y aparece cada cual como en realidad son: apasionados sin profundidad, caprichosos del momento, egoístas donde prima el interés personal por delante del deseo de la pareja, míseros ruines carentes de generosidad.

Cuando se consuma el despropósito, nacido de la inconsciencia, llegan las dudas, más tarde los reproches y por último el conflicto emocional y hasta bélico. Ellos se lo buscaron por fiarse a ciegas de las flechas de Cupido, pero esas lanzas, y esto es más triste, se clavan también en los hijos de ambos, producto de su efímero amor.

Y llegado a este punto es donde hay que poner una señal de Stop muy grande, y no invadir sentimientos amargos hacia criaturas indefensas e inocentes. Lamentable resulta utilizar a los hijos como armas arrojadizas, otra vez las malditas flechas de Cupido, en fuegos cruzados sin descanso y sin cuartel.

Déjense en paz a los niños, a las hijas, y siempre al margen de tanta estúpida disputa. Lo único que les queda a ellos es la madre, el padre y su amor eterno. Odian las flechas, maldicen a Cupido y están hartos de tanta imbecilidad.

Así que, si alguien por ahí lee este real cuento, se embrujó por un dardo, se enamoró de una falsa mirada, de una piadosa promesa y tuvo descendencia, que rompa las flechas y acabe con el enredado conflicto de una mala relación pero, esto sí que quede claro, salvaguardar de sufrimientos inútiles y traumáticos a vuestros seres más queridos. Esas almas sí que son de verdad y esos corazones benditos son amores sinceros, limpios y dulces. Si no son huérfanos de padres y madres, no los dejéis huérfanos de amor y de consuelo.

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