Estas dos palabras titulares son las que finalizaban un comentario de Iñaki Gabilondo, prestigioso periodista, en una de sus intervenciones televisivas. Su exposición trataba sobre el excesivo proteccionismo de los padres, hoy en día, hacia sus hijos. Resumía a fin de cuentas la reacción de un grupo de padres y madres, máximos tutores de la educación de sus hijos, en contra de una sentencia judicial que condenaba a los jóvenes vandálicos, los hijos, a un arresto domiciliario por un tiempo determinado.
Los padres, descontentos con la resolución, recurrieron la sentencia por excesiva. Pobres angelitos los chicos, castigados por un juez a no salir de casa. Y recriminan a la autoridad judicial que se ha pasado dos pueblos, que si no recuerda el magistrado que también fue joven, que los chavales se estaban divirtiendo.
El caso es que en vez de dar la razón a quien castiga, lo desacreditan, ponen en tela de juicio su autoridad y defienden, hasta las últimas consecuencias, a sus hijos por sus inocentes fechorías. Y yo recuerdo que en mis tiempos de crío, si el profesor nos regañaba, nos llamaba la atención o nos castigaba la sanción era doble, porque en casa nos ponían firmes, nos cantaban las cuarenta
y no quedaba otra que asumir las tonterías y las irresponsabilidades.
Si muchos padres no entienden que la libertad acaba cuando se altera el respeto, cuando se agrede el espacio, cuando se avasalla lo ajeno, no sabrán educar nunca a sus hijos.
Si son pequeños porque son chiquitos y hay que complacerles; si son chavales no hay que contradecirles; si son adolescentes hay que subirles la autoestima, prohibiendo la palabra NO.
Y lo que está muy claro es que si cuando son pequeños no se sabe decir No, si se les premia sin merecerlo y se les proteje ante conductas inapropiadas cuando sean mayores ya no hay remedio.
Y serán ellos los que, una vez sí y la otra también, dirán con voz desafiante y tono alto, a sus padres, que No, que se sienten libres, hacen lo que les da la gana y "a callar, viejos". Luego pedirán dinero y darán a sus padres un beso de agradecimiento.
Es verdad, Analfabetismo Social. Pero las estupideces las pagaremos todos. ¡Pobres chicos!
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