Esta mañana y mientras regresaba a casa he presenciado una escena que, de tan sencilla y natural, me ha enternecido. Pocos metros delante de mí y por una calle estrecha caminaba un matrimonio, metidos en años los dos. Él portaba su imprescindible garrote, su gorra con visera y una bolsa con verduras recién compradas; ella un ramillete de flores a saber para quién, si para alguna nieta suya o para su viejo jarrón.
El caso es que, siendo de poca anchura la calle, el sol la partía en dos; de modo que la parte izquierda estaba bendecida por los rayos luminosos de octubre y el margen derecho protegido por la sombra.
La mujer anciana se escoraba hacia la umbría mientras el abuelo buscaba el calor. Y la esposa le dice a su marido:
-"Te vas a insolar y ya estamos en otoño. Ven para este lado que irás más fresco".
A lo que le responde el esposo:
-"Pa qué está el sol. Pa calentarse uno hasta que quede. Y de insolarme nada de nada. Pa eso tengo mi gorra. Ven pacá que luego te quejas del reuma".
En cualquier caso yo, a sus pasos y unos metros detrás, escuchaba emocionado y con disimulo la conversación. Luego cada cual eligió su ruta y él se quedó con el sol y ella con la sombra. Y aquí paz y allá gloria.
Los dos y a su manera tenían razón, y a ver qué guapo se las quita.
Pero me resultó tan cotidiano y al mismo tiempo tan hermoso que ha sido el pretexto justo para el blog de hoy.
Y ojalá y en nuestro futuro nuestras discusiones domésticas sean tan plácidas e inocentes como ésta.
Que vayan, por soles o sombras, los dos con Dios.
Música sugerida: TENDRESA (ternura). Lluís Llach
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