Ayer estuve, junto a personas muy queridas, repasando senderos por la montaña, andando, subiendo, parando, contemplando paisajes y descansando en el regazo de las rocas; y todo eso a media hora de casa. El otoño se pone bonito y el color ocre despuntará en dos semanas.
Luego comimos en un solitario restaurante y tras los ventanales el sol jugaba entre las nubes al gato y al ratón, asomaba y se escondía, despertaba y adormecía.
Hablamos de muchas cosas. Del propio otoño, de las primeras lluvias, de los 29 ejecutados este año en el estado de Texas tras expirar sus vidas en el corredor de la muerte, del atentado ecológico de Hungría, de los mineros chilenos que serán rescatados, de Barcelona, de Berlín, del pasado y del futuro.
Y mientras esa montaña verde y oscura entraba por la ventana, mientras sorbíamos el último gusto de café, recordé también que mañana, día doce, empecé justo hace un año este Diván del Desencanto que tanto miedo me daba y tanto respeto me impone.
Y en tanto las hojas inician su cíclica caída comienzo a pensar en tantas cosas pendientes, añoradas, deseadas, soñadas...
Después de la caminata, después del descanso, después de los besos, detrás del telón de las utopías, resoplo de nuevo.
Aún queda un largo viaje. Hay que seguir, pase lo que pase.
Música sugerida: HAJA O QUE HOUVER. Tereza Salgueiro
QUÉ NOMBRE TAN CORTO...
Hace 8 años
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