Dicen las crónicas que el romanticismo, iniciado a finales del siglo XVII, rompió moldes y esteriotipos. Ante el orden calculado e implantado por la Ilustración reivindicaba el yo más egocéntrico, la contemplación hedonista y la exaltación de los sentimientos, como reflejo de la belleza más pura.
En Europa tuvo distintas versiones, dependiendo de la idiosincrasia particular de cada nación. En España llegó, como casi todas las cosas, las buenas y las malas, un poco tarde. Se manifestaba esta corriente en la política, en el arte, en la literatura, en la poesía, en el teatro, incluso en la moda.
Hay quienes reconocen a Rousseau como el padre del romanticismo. En Alemania destacó Goethe, en Inglaterra Lord Byron; en mi país Larra, Espronceda, Bécquer, Zorrilla o Rosalía de Castro...
Reconozco que los influjos del romanticismo me calaron la adolescencia profundamente. Me sentía un pasional empedernido contemplando el goteo de la lluvia en las hojas de los árboles, ensimismado por un húmedo arcoiris, dolorido y sin consuelo en la antesala del celo, entregado sin reservas a una mirada seductora y muerto por un beso de amor.
Pero los años dejan las cosas en su sitio. Hoy los que se creen muy machos, -ignorantes, equivocados, confundidos- matan a sus mujeres por amor. Antes los románticos se cortaban las venas por el desencuentro, por el amor imposible, por el abandono amoroso...
Resulta precioso regalar un ramo de flores cualquier incierto día, sin que lo mande el señalado calendario. Es muy romántico dejar una nota en una mesilla de noche con tiernas palabras escritas. Es emocionante besar sin cumpleaños ni aniversarios. Es fantástico una humilde declaración de amor...
Pero si nos dan calabazas, aquí no pasó nada. Ni venas cortadas ni parejas asediadas. Porque si estamos dispuestos a regar diariamente una planta de temporada, ¿por qué dejamos secar lo que más amamos?
Luego, en situación difícilmente reversible, compraremos las flores, los pendientes apropiados, el regalo original, la canción romántica y desesperada y sufriremos el incómodo baile de San Vito.
Por eso ahora prefiero el romanticismo inteligente, y si es posible eterno.
Música sugerida: NE ME QUITTE PAS (No me dejes). Jacques Brel
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