martes, 29 de diciembre de 2009

EL BRINDIS

Son fechas propicias para celebrar cosas importantes. Despedir los sinsabores y alegrías de otro año que expira y abrazar, qué remedio cabe, al nuevo que empieza. Y este ciclo estacional y vital hasta que lo contemos, nos quedemos mudos o alguien brinde por nosotros.
Son tiempos de encuentros, de abrazos, de reuniones familiares, de redescubrir al olvidado, de despedidas y de brindis. Se puede brindar con champán, con cava, con sidra, con vino, con gaseosa, con un refresco o con la transparente agua. Da igual. Las preferencias son libres, como las burbujas.
Siempre creí que esas burbujas, en su ebullición tras el descorche, se disparan anárquicamente pero siempre buscando una salida, huir laudas hacia el cuello de la botella, escapar de su urna de cristal, aventurarse en el misterio de la libertad.
Pero para las personas representa un símbolo. Cada chasquido de cristal, cada golpe de copa, cada sorbo, se ameniza solemnemente con un deseo. Brindamos, bien con los ojos abiertos, bien teniéndolos cerrados, suspirando por un sueño, por un anhelo. Porque los sueños son libres e imaginarlos no cuestan. Se podrán luego cumplir o quedar, como las burbujas, en agua de borrajas. Tampoco importa demasiado. Lo que ilusiona es la expectativa, siempre incierta, del destino del sueño.
Cada vez que veo las burbujas en los brindis compartidos me recuerda, cada una de ellas, a personas conocidas y a las que están por venir. Siempre dije que no todos los que están son todos los que son y esas burbujas mágicas, hechiceras, embriagadoras, simbolizan también a los que fuimos y a los que somos, a los que fueron y a los que estarán.
Cuando brindes estos días, acuérdate de ésto que ahora escribo. Sigue pidiendo deseos porque no hay ninguno innecesario. Cierra los ojos, sorbe, absorbe, respira y goza. En las burbujas están nuestros recuerdos y nuestro horizonte, nuestro pasado y nuestras esperanzas. Brinda, recuerda, resopla y vive.

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