miércoles, 16 de diciembre de 2009

LO QUE PUDO SER

Hoy, quien más quien menos, tiene ya su vida más o menos montada, establecida y estable. Me refiero a la vida sentimental, no a la económica, pues este aspecto es ahora, más que nunca, un misterio. Me refiero también a las personas que, como yo, ya no somos tan jóvenes, aunque a mi edad todavía hay gentes mudándose de casas, solitarios por una separación o cargándose de nuevas esperanzas.
Quien más quien menos tiene, si repasa la vista atrás, alguna que otra historia azarosa. Antiguas novias o novios, episodios con algún amante en escena que rovolica los fantasmas, las dudas y las tentaciones. Momentos en nuestra vida que, ese instante, pudo cambiar nuestra propia historia y destino. Sin embargo, si hoy somos lo que somos, es porque aquello no cuajó y ya nada sucedió. Pero se estaba entonces suspendido en el alambre, haciendo equilibrios malabares por si caíamos hacia un lado, o hacia el otro.
Pasan los años y podemos recordar aquellos trozos de historia con nostalgia, con adversidad, con cariño o quién sabe, con indiferencia. En todo caso es la historia de lo que pudo ser y no fue. La eterna canción. Pero estoy seguro que esas antiguas páginas no desaparecieron para siempre. Basta encontrarnos, o reencontrarnos, con esa persona que significó tanto y tan cerca estuvo para que los sueños, los deseos, los entimientos imposibles que ya estaban velados vuelvan a fotografiarse.
Ese encuentro inesperado y casual desentierra entrañas, nos hace retroceder en el tiempo y nos causa cierto impacto. Los sentimientos se mezclan y vuelven a pelearse entre ellos. Los pros, los contras, el volver a empezar nuestras preguntas con el si condicional. ¿Y si....? En cualquier caso ya nada es lo mismo pero todavía nos palpita algo por dentro. Que, aunque ya no sean dudas, volvemos al pasado buena parte del día, rumiando recuerdos y repasando errores, impotencias, desengaños y nuevos horizontes perdidos bajo las losas de las hojas del calendario.
En ese encuentro inesperado torpeamos en la conversación, evitamos las miradas, deseamos salir de allí, o quedarnos más tiempo. Algo pasa en nosotros. Esa acidez amarga o agridulce que nos entristece o alegra, esa dicotomía frustrante y ventajosa, ese estado anímico de embriaguez sentimental, ese dicho tan socorrido "si lo sé no vengo" o "si lo sé vengo antes".
Nada ya es igual. Pero pudo haberlo sido. Aun así, y cuando se repita el encuentro, que alguna vez se repite, no quedemos en fuera de juego. No nos quedemos sin reacción. Fortalezcamos la indiferencia, quedémosnos con el saludo cordial o demos el mejor de los besos, según le vaya a cada cual. Pero no es recomendable quedarse uno en blanco. Pareceremos entonces serviles, inseguros o todavía enamorados.

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