En esta vida los individuos nos interrelacionamos, y nos movemos, gesticulamos, manifestamos y hablamos expresando siempre intenciones. Un saludo puede ser cordial o frío, una conversación encantadora o desagradable. Depende todo de las intenciones del emisor y del grado de asimilación y respuesta del receptor.
Toda intencionalidad, ya sea voluntaria o irreflexiva, lleva intrínseca un objetivo, y las intenciones de cada cual pueden obedecer a una motivación social o un simple gesto silencioso cargado de privacidad. Tras cada acción se esconde siempre una intención. Intenciones agradables, otras ofensivas, las que pretenden beneficiar a los demás o aquellas que se encaminan a causar daño.
Pero todo esto no es así de simple. A veces una acción lleva consigo una intencionalidad positiva e involuntariamente se transforma, a saber por qué y cómo, en una acción negativa y ofensiva hacia alguien. En ocasiones sin embargo, alguien procede un hermoso gesto para enaltecer su propio ego.
Hace años me llamó la atención cómo resuelve la filosofía budista este dilema. Y quede claro que no soy budista ni muchas más cosas. Los budistas creen firmemente en el karma. Y según defienden sus tesis, en la vida de cada uno se van acumulando acciones positivas y otras negativas. Cuanto más de positivas tengas antes y mejor será la reencarnación en la que creen ciegamente. Si has acumulado más negatividad peor será tu futuro tras el más allá.
Estas premisas se asemejan mucho a la doctrina católica y a otras religiones. Al final de la vida la balanza del que imparte justicia dictará sentencia. Cielo o infierno, descanso eterno o a vagar como espíritus sin destino conocido.
Pues bien. Según los budistas una persona puede hacer el bien y acumular karma negativo o por el contrario, causar un mal y acumular karma positivo. Y el secreto está en la intencionalidad de dichas acciones, no en la acción en sí. Pongamos un ejemplo.
Dos personas dan una limosna a un mendigo. Una aporta más dinero y ante multitud de testigos, la otra ofrece menos cuantía y sin que nadie presencie la obra caritativa. Las dos acciones son positivas y harán un poco menos desgraciado al mendigo. Pero, ¿la intención es la misma? ¿ el primer personaje ayuda por solidaridad o por ostentación? ¿Da su dinero por alimentar a un pobre altruístamente o porque los presentes van hablar maravillas de este hombre? Está claro que el gesto del segundo queda fuera de toda duda, pues ayuda en la privacidad.
Este sencillísimo ejemplo debería hacernos reflexionar. Tras una acción se esconde una intención. Se puede causar daño sin querer y puede quedarse alguien en ridículo por muy buena acción que haga. Porque en el transfondo de los gestos subyace la voluntariedad o involuntariedad, y las correctas o engañosas intenciones.
Así que actuemos en consecuencia y siempre de buena fe. O si no se nos verá, tarde o temprano, el plumero.
El enlace musical que propongo es el tema "Laura" de Lluís Llach, uno de mis músicos preferidos. La canción va dedicada a Laura Almerich, una de sus incondicionales guitarristas. Ella no quería pero, embargada por la emoción, destroza el tema en su última parte. Cómo no la vamos a perdonar, si ella nunca tuvo la intención. Y qué final más tierno.
Música sugerida: LAURA. Lluís Llach.
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