La vida nos depara, a la vuelta de cada esquina, unos imprevistos interrogantes. Nos asalta continuamente con miles de cuestiones, muchas de ellas superfluas, que nos hacen dudar. Y cuanto más dudas más indefensos nos sentimos. Acudimos entonces al confesor, al picoanalista, al amigo más íntimo, a la mejor de las confidentes. Ante cualquier conflicto nos sobresalta la duda. Un despido, procedente o no, una oferta de trabajo, un cambio de planes, el destino de unas vacaciones, la solución de un problema, la expectativa incierta.
Nos invade entonces ese gusanillo que nos revolica las entrañas y vamos desojando la famosa margarita y evaluando pros y contras antes de una decisión. Cualquiera que sea. A mayor envergadura más desasosiego y a más frivolidad el misterio del suspense se convierte en una benévola tranquilidad.
No existen dudas al elegir entre la vida o la muerte, la salud o la enfermedad, la integridad física o el peligro, la posesión o la pérdida, la felicidad o la desgracia. El resto es un mar de dudas.
En general todos y todas padecemos esta indescriptible angustia cuando nos acecha una decisión que tomar, y no puede tomarse a la ligera. Y a mayor premura más nerviosismo. Siempre aparecen esas personas impecables, frías y calculadoras, que aparentan que las cosas, y sus dudas, no van con ellas, como que no les afecta. Desprenden una seguridad tal que, sea cualquiera la opción que elijan, da la impresión que siempre aciertan. Y no es del todo así. Hasta esas personas impermeables consultan con su almohada por las noches.
Cualquier decisión despeja una duda y entonces se cierra una puerta o se abre una ventana y nos preguntamos si ese cerrar o abrir, si ese no o ese sí es bueno o malo, si es correcto o incorrecto, si nos beneficia o perjudica. Sea lo que sea y pase lo que pase la decisión ya está tomada y ya no se puede volver atrás. Y aun cuando decidimos todavía nos invade la duda. ¿Acerté? ¿Elegí lo adecuado? ¿Y si hubiese dicho no, o sí? ¿Qué hubiera pasado si...? ¿Estaría mejor? ¿Estaría peor?
Queda claro que al no ser posible elegir al mismo tiempo varias opciones, sino sólamente una, sobran las demás preguntas. Equivocados o no tomamos una decisión y punto. Podremos luego arrepentirnos o vanagloriarnos. Pero cada elección es una respuesta y cada respuesta un seguir y continuar. Un camino interminable donde nos seguirán lloviendo las dudas y no por mayor edad disminuyen. Las dudas nos acompañarán siempre, pues tampoco conocen fronteras ni edades.
Los muy indecisos no tomarán jamás su propia opción. Alguien decidirá por ellos. Y muy a pesar de sopesar y elegir bien siempre nos volveremos a equivocar, pues es cierto que el ser humano es el único animal que tropieza, casi siempre, en la misma piedra. Así que, decidáis lo que decidáis, optemos por lo que elijamos, siempre será la decisión políticamente más correcta. Aunque volvamos a desacertar. Habrá quienes entonces disimulen, quienes quieran engañarse o engañarnos, quienes digan que ellos nunca se fallan.
Da igual. Si elegiste mal no te atormentes. Quizás no puedas rectificar y puede que no tengas una segunda oportunidad. No importa. Elegiste una puerta que siempre es un misterio, abrazaste una duda aún sin resolver, pero camina con entusiasmo a pesar de todo. Porque más que el final del recorrido son las etapas diarias las que más vale la pena caminar. Y en cada paso que camines se alzará otra pregunta sin destino y otra puerta entornada. Camina. Camina y vive.
Música sugerida: (JUST LIKE) STARTING OVER. John Lennon.
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