lunes, 24 de mayo de 2010

LÍMITES SIN EXCUSAS

¿Cuántas veces nos ponemos pretextos para justificar algo, para defendernos de la imposibilidad de realizar cosas? ¿En cuántas ocasiones nos sentimos indefensos, desvalidos y, a partir de entonces, nos autoconvencemos de que somos inservibles, de que no valemos para nada?

Muchas veces nos cunde el desánimo por mil motivos distintos. Quizás nos debiéramos rendir ante la debilidad. La tormenta sacude y nos derrumba. Y claudicamos.

Pero aún no es suficiente. Creemos que son malas rachas y que todo y pronto volverá a su cauce. Más, ¿y si no vuelve a su cauce? ¿Nos morimos? ¿Huímos? ¿Escapamos? ¿Entregamos el testigo al que venga?

Cuando pienso en esto pienso que la rendición no nos la otorga la desgana sucumbida de un mal tiempo. Es triste arrodillarse así. Porque entiendo que no hay que rendirse jamás. Que nos arrebate la lucha tan sólo el último de los suspiros.

¿Qué habrían pensado los bailarines, en esta recomendación musical, si se entregan tan pronto? ¿Que no pueden hacerlo porque les falta algo?

¿Y porque carecen de algo no pueden hacerlo? ¡Válgame Dios! ¿Es que, realmente, estamos todos completos de algo, de alguna cosa, de todo? ¿No nos falta a nadie nada? ¿Ni una mísera imbecilidad?

Pueden porque quieren, hasta que les traicione el último suspiro del corazón, no del alma.

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