Hay días que nos la jugamos a la ruleta rusa. Existen lugares en donde la vida no vale un carajo, o sea, nada. Te pillan y te arrastran con tus despojos. Pero hay sitios, llamados civilizados, donde la gente invoca al capricho de la suerte. La suerte se desliza, suavemente, en una leve frontera con dos abismos: la del éxito o la del fracaso. Un invisible y fino alambre decanta hacia un lado o hacia el otro. Y no son asuntos malabares, pues no está en juego la habilidad, ni la inteligencia ni reflejo alguno.
Interviene, sobre todo, la astucia ajena o el azar caprichoso. En cuanto más tiempos de crisis más se apela a la suerte, a la hazaña, a la proeza, a la fortuna de ser afortunados.
Hay días en que nos la jugamos. Hay días en los que se dispone de la intuición, la inspiración y el milagro casi inexistente para sobrevolar sobre los demás.
Hay días en que nos creemos superhéroes y supermanes y ansiamos vencer a la apuesta, al desafío y a la gloria del destino.
Y no. Los días de gloria son los que inventemos todos lo días si es que podemos, sembrando sin llover y desperezando el tedio bajo las sombras inventadas. Y si es que no podemos no juguemos a la ruleta rusa. Detrás de nosotros no existe el juego, existen personas que odian el abismo. Y el abismo o nos lanza o nos deja tirados.
Yo, temeroso de los ruidos y de las aventuras inconscientes, prefiero no tentar a la suerte ni desesperar al destino. Y la música, si toca, mejor en un sofá.
Música sugerida: SHAPE OF MY HEART. Sting
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