No sé exactamente por qué, cuando escucho música de saxofón me transporto y la asocio al ir y venir y al trasiego de cualquier gran ciudad. Oigo el saxo, o el saxófono, que también se llama así, y pasan ante mí y desde la ventana autobuses, vehículos utilitarios, multitud de gentes que entran y salen de cualquier sitio, que van y vienen a alguna parte, dinámicas callejeras de trajines y prisas, mucha, muchísima muchedumbre y,... soledad. Si contemplo la ciudad de noche, infinidad de luces, como farolillos incandescentes, que se encienden y se apagan en cualquier ángulo y rincón.
El saxo lo inventó el año 1840 Adolphe Sax y de ahí su nombre. Este belga era clarinetista pero estaba inconforme con su sonido, de manera que indagando e investigando dio con el nuevo instrumento.
Y qué bien suena cuando suena bien. Como una voz desgarrada y melancólica que reivindica, sin importarle demasiado, su tristeza, o su soledad, o su nostalgia. Y mientras se toca siguen pasando las agujas del reloj importándole al tiempo un carajo nuestras vidas. Suena el saxo, sigue el tiempo y sigamos siendo unos completos anónimos en la gran ciudad, llena de luces y de sombras.
Música sugerida: THE WOMAN I REMEMBER. Gato Barbieri
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