La mitología griega, también la romana, inmortalizan al hermoso Narciso, que era pretendido infructuosamente por la ninfa Eco. Narciso sólo estaba verdaderamente enamorado de su insólita belleza y tan guapo era el muchacho que un día, al saciar su sed en un arroyo, quedó mudo y prendido de su propia hermosura, y quedóse tan absorto contemplándose en el reflejo del agua que fue su auténtica perdición. Tentado por el descubrimiento se zambulló en su propia búsqueda y sucumbió ahogado en las cristalinas aguas.
Dicen las habladurías que, desde el fondo del estanque, brotó una bellísima flor a la que llamaron narciso, venerada primero por la ninfa Eco y después por los amantes de la flora.
Este bonito y triste cuento que nos cuenta la fábula mitológica ha seguido su curso hasta los días de hoy. Más que nunca el culto y la adoración al propio cuerpo se ha convertido en casi una religión. Nos cuesta asumir que envejecemos y procuramos estar lo más atractivos posibles.
Pero hay quienes sólo viven para eso y ahí empieza un problema. Porque tanta adulación personal y con tan elevada autoestima puede hacernos olvidar que los demás existen. Es bueno cuidarse y estar de buen ver; todos tenemos nuestro propio ego y nuestro corazonzito, pero no somos ni seremos nunca el centro del universo.
No seamos tan narcisistas porque un día, sin saberlo ni entenderlo, nos zambulliremos en el estanque del egoísmo y del olvido. Y entonces ya no habrá ni ninfas ni ninfos que nos esperen.
Música sugerida: A JOURNEY OF THE HEART. Karunesh
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