viernes, 2 de abril de 2010

LA LUNA Y EL SUEÑO

En las grandes ciudades, también en las pequeñas, resulta imposible. Incluso en los campos es complicado si están rodeados de urbanizaciones. Tampoco es posible en las noches nubladas o cerradas por la niebla. Me refiero al privilegio de observar ese milagro tan cotidiano como hermoso, pero tan escondido y casi inalcanzable como tumbarse en una colina, en una perdida playa, en la cubierta de un pequeño barco y contemplar el cielo. Disfrutar de ese firmamento abierto para regalo de los ojos y ver infinitas estrellas colgadas de un manto oscuro.

Cuando en contadas ocasiones, como esta noche, puedo permitirme ese lujo impagado me siento dichoso. Pequeño, más pequeño que nunca, pero dichoso. Cansado tras un rato de preguntar al universo tantas cosas con tan pocas respuestas, resoplo, cierro los ojos con satisfacción y vuelvo a abrirlos para mirar la luna.

La miro, la contemplo con la ternura de un niño que acaba de verla y reconocerla por primera vez, cierro de nuevo los ojos y sueño. Sueño todos lo sueños infinitos y lejanos que me caben en el corazón durante un minuto. Sueño mientras esbozo una cómplice sonrisa de gratitud. Y sueño.

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