Algunos medios periodísticos han dado cobertura a una noticia, que muy frecuentemente ocurre, de la tardanza en auxiliar presuroso a un ser realmente necesitado.
La Consellería de Bienestar Social del Gobierno Autonómico, de la tierra en la que vivo, concede una ayuda a un enfermo después de que la familia de éste lo solicitara mucho tiempo atrás. Hasta aquí todo en orden y nada que objetar.
Lo inaudito es que la oferta solidaria, mediante una Ley de Dependencia, llega tres años después de que el enfermo solicitante haya fallecido.
Que la burocracia administrativa es lenta ya lo sabemos. Que es muchas veces ineficaz también, precisamente por esa parsimonia. Que es egoísta y caprichosa no existen tampoco dudas, pues en ocasiones se favorece a quien no lo necesita y se discrimina a quien le urge, por no tener manga ancha.
Vergüenza ajena me provoca cuando el funcionario de turno, una vez tramita el papeleo correspondiente, tenga noticias de que el destinatario está enterrado.
Vergüenza ajena me provoca cuando el funcionario de turno, una vez tramita el papeleo correspondiente, tenga noticias de que el destinatario está enterrado.
Porque las personas no pueden depender de un reloj, ni siquiera de las hojas de un calendario. Hay recursos suficientes como para agilizar las situaciones de emergencia.
Si el difunto pudiera alzar la voz se quedaría de nuevo mudo. No hay derecho. A la Administración Pública le falta aceite para engrasar la maquinaria, sensibilidad para ponerse en el lugar del otro y voluntad de servir, que para eso se le paga.
Besos para el difunto, porque un papel se quedó olvidado en un cajón o un inepto experto en negligencia desacreditó la urgencia.
Música sugerida: THE KISS. Judee Sill
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