lunes, 22 de noviembre de 2010

MUJERES PERDIDAS

Ahora dice el Santo Padre, suavizando lejanas polémicas, que ya se puede utilizar el preservativo. ¡Ojo! No siempre. Sólo en situaciones límites y ciertamente embarulladas o embarazosas. Ahora se puede usar el pecaminoso condón si alguien requiere los servicios de una mujer de la vida, vamos, de una prostituta. Quizás sirva, de hecho así es, también para prevenirse de enfermedades contagiosas, como el sida.


Está bien que el Vaticano sea menos intransigente y dé su brazo a torcer; pero hay que recordar que las reacciones eclesiásticas siempre van a remolque de la dinámica social. Sus reflejos son tardíos y sus decisiones, casi siempre, desacertadas por anticuadas. Parece que reacciona la Iglesia con los hechos ya consumidos.


Ahora resulta que practicar sexo era condenatorio si no era únicamente para procrear, pero se puede fornicar, por fin, también para desahogar los instintos carnales, eso sí, con cuidado. Descubre por fin su Santidad que el sexo se practica dentro del matrimonio consagrado pero admite algún descuidado desliz. En las farmacias, a partir de ahora, podrán etiquetar a clientes que consuman el producto: si fulano está casado ¿por qué pide preservativos? ¡Hay granuja!


Pero más allá de la broma que provoca la noticia me aturde el tema de la prostitución. Dicen que es el oficio más viejo del mundo pero también es cierto que la mayor parte de las mujeres prostituídas lo son en contra de su voluntad, por urgentes necesidades de sobrevivir.


Engañadas, sin escapatoria alguna, por salir a flote en situaciones de emergencia, porque lo han perdido todo y tal vez estén asqueadas de la vida, se prestan al mejor impostor o al más repugnante de los clientes.


Hoy, más que nunca, proliferan las mafias que reclutan a jóvenes con carne fresca y apetecible. Gentes perdidas, con problemas y sin rumbo que serán carne de cañón. Niñas y adolescentes menores de edad que, atrapadas en un infierno terrenal y sin salida, no saben qué les espera. Mujeres adultas traicionadas por la angustia del sobrevivir. Seres explotadas por la miseria a la espera de una legión de clientes repulsivos necesitados, de pederastas mal nacidos, de gentes sin alma ni escrúpulos.


Eso es lo triste. Nada más. Tampoco es poca cosa. Que los preservativos sigan utilizándose como mal menor. Ahora, por lo menos, tienen la bendición Papal.


Pero yo sigo encerrado en este Diván del Desencanto como cronista de cosas tristes, o mal hechas, o añorando utopías imposibles. Porque nadie es libre si sigue esclavo.


Música sugerida: CLARA. Joan Baptista Humet

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