El tiempo es ese enemigo traicionero que nos envuelve en su tela de araña, nos inmoviliza y nos sirve, muchas veces, de la excusa perfecta.
No hay mejor cuartada que la falta de tiempo cuando no llegamos a un sitio, cuando cancelamos una cita poco importante, cuando olvidamos premeditadamente una responsabilidad.
Pero el tiempo, amigos míos, pasa sin darnos cuenta y no tiene ni freno ni vuelta atrás. Por eso es tan importante que las cosas que de verdad interesan no las dejemos para otro día. Los días son los que son y ya no hay otros, por mucho que se parezcan.
Hay niños en las casas que necesitan tiempo, ellos sí. Necesitan tiempo para preguntar, para saciar su curiosidad, para conocer más y mejor a sus padres. Para, en definitiva, jugar con ellos y abrazarlos, besarlos, y comérselos.
"Ahora no puedo contarte un cuento. En este preciso momento estoy acabando una cosa. Mañana jugaré contigo. El fin de semana te dedicaré más tiempo. Haz los deberes y déjame tranquilo. Estoy cansado. Nena, no marees".
Mil respuestas y cientos de excusas. Llegará el día en que tu niño, tu princesa, tus reyes de la casa, prefieran ni consultarte. ¡"Para qué. No me hacen ni caso. Nunca tienen tiempo"!
Aprovecha pues. Dedícales el tiempo infinito, como si fuera el único tesoro. No existe mejor inversión que escucharles, que hablarles, que jugar con ellos, que contarles otro cuento.
Mañana no existe. El mundo es hoy. Y los años no esperan, pasan deprisa.
Música sugerida: EL JARDÍN DE MARTA. Eduardo Laguillo
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