Ayer mismo la Unesco declaró como Patrimonio Cultural de la Humanidad a tres estilos y costumbres populares muy arraigados en este país: el flamenco, los cantos mallorquines de la Sibila y los Castells Humanos, con predominio en Cataluña. La cetrería y la dieta mediterránea han sido compartidos con otros países.
Caprichos del destino pues la propia Unesco desestimó al flamenco el año 2005; ahora sin embargo, le parece estupendo.
El flamenco tiene hondas raíces en Andalucía, desconociéndose sus orígenes. Parece ser que surgió espontánea y simultáneamente pues gentes sencillas, sobre todo de la etnia gitana, se bastaban con una guitarra y una voz desgarradora para motivar el baile. Tan simple que la voz moldea el cante, la guitarra marca el ritmo, cada cual va poniendo todo de su parte y se van incorporando instrumentos de percusión. Si a esto se le añade el baile con su taconeo, el zapateado, la expresión de sentimiento de dolor o alegría, resulta entonces una alegoría a la plasticidad y a la belleza. De hecho los bailaores expresan sus emociones a través del cuerpo, desde los dedos de los pies hasta el movimiento de las manos.
Su época dorada fue entre los años 1869 y 1929 y en cualquier patio, calle, verbena e incluso en la más austera de las romerías puede contemplarse este sencillo espectáculo. Pero serían muchos años más tarde cuando adquirió reconocimiento internacional, gracias sobre todo a artistas tan cualificados como Paco de Lucía o Camarón de la Isla.
Yo, que no soy muy flamenquero, no dejo de reconocer que engancha a mucha gente porque se entremezcla el arte y el sentimiento, tan faltos de arte y sentimiento en esta vida tan descoloreada y tan fría, donde el color lo da el dinero y el sentimiento lo guardamos tanto que luego se deja encima de la mesa del psicoanalista.
Quizás para otra ocasión comente sobre el resto de galardones. No perdáis por lo tanto ni el arte, ni el sentimiento, ni el color, ni el aliento.
Música sugerida: LETRAS. "El Bicho"
No hay comentarios:
Publicar un comentario