martes, 2 de noviembre de 2010

DÍA DE TODOS LOS SANTOS

Ayer fue ese día en que la gente va a los cementerios a recordar, homenajear o a llorar a sus difuntos. Es una costumbre inmortal pues todas las generaciones honrarán, mejor o peor, a sus muertos. Triste es ir a un cementerio y desconsolador acudir previamente al tanatorio. Son situaciones que siempre desearíamos evitar a cualquier costa pero que siempre, tarde o temprano, la situación nos lleva.

Tarde o temprano nuestra obligación será estar en primera línea y también, tarde o temprano, seremos los primeros protagonistas del duelo. Esto es así y todos lo sabemos, por lo tanto no hay engaño en la reflexión. No se puede hacer como el avestruz, que con el ala se oculta la mirada, y aquí no pasa nada. Claro que pasa. Todo pasa y todo llega.

Por eso estas cosas no debieran representar ningún tabú si es algo que se espera desde el momento en que nacemos. Debemos estar preparados, sin imprevistos, sin histéricas emociones. Si no, al loro.

Pero el mensaje de este texto requiere otra cosa. Este día, uno de noviembre, acuden a los cementerios millones de personas. Recuerdan, lloran, imploran, evocan a sus seres queridos que ya se fueron. Obligatorio el ramo de flores, el decoro del nicho, la regeneración del lugar...

Pueden observarse también en los cementerios muchas lápidas y tumbas sin un mínimo recuerdo, postradas en el olvido y abandonadas de la mano familiar. ¡Qué desdén! ¡Cúanta irrespetuosidad!...

Yo, sin juzgar ni prejuzgar, tampoco echo leña al fuego. Cada uno sabrá.

Lo que tengo claro es que, cuando llegue mi hora, no quiero que me visiten una vez al año. Es sólo el recuerdo de un día. No deseo que me lleven flores que se van a marchitar, como yo cuando me vaya, y contemplar el deterioro de sus pétalos, como cuando se apague mi alma.

Quiero que me dejen tranquilo. Que viva solamente en el corazón de los que me amaron sin importar qué día es, que me recuerden por lo que ahora soy, no por lo que dígan que fuí, que me añoren cuando les dé la gana, no cuando dicte el calendario.

Yo, si estoy al otro lado, no podré hacer nada todos los unos de noviembre, por más que me acoronen de rosas y de plantas. Tan sólo, quizás, esbozar una triste o alegre sonrisa, pero tan lejana que no pueda ser detectada.

Que me guarden en los corazones, más cálidos que las lápidas y más frecuentes sus latidos que una inmaculada fecha del calendario anual.

Porque creo que los mejores testimonios, los más hermosos homenajes, las más bellas palabras de amor son ahora, en plena vida. No se olvidan nunca. Las póstumas se las lleva el olvido, como el viento las hojas, como la distancia sin retorno el latido.

Música sugerida: MAGIC CITY. Nicholas Gunn

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