Como ya comenté en días anteriores, cuando reflexioné sobre la envidia, hoy hago lo mismo respecto a los celos. Si la envidia rezuma el deseo o la envidia sana la admiración, los celos representan un sentimiento que se encuentra, siempre, al borde de un callejón peligroso y de difícil salida. Porque la cuestión no es que se sospeche de la persona que queremos tener siempre al lado, temiendo su alejamiento, el problema va más allá y radica en el ámbito de la posesión y al principio del concepto de pertenencia.
Porque nadie pertenece a nadie y, si se decide compartir, convivir o probar, si se inicia una relación personal y en pareja es siempre voluntariamente. Reivindico y reitero que nadie debería ser ni propiedad ni escritura de alguien, como quien escritura una solar, un inmueble o un yate.
Y pienso que si el compromiso es voluntario, unilateralmente puede quebrarse el acuerdo y la historia del asunto, sin que el afectad@ pueda exigir reclamaciones respecto a la parte afectiva. Otra cosa sería el aspecto económico si es que hay patrimonio o hijos de por medio.
Dicho esto el celos@ sufre y hace padecer tan innecesariamente que debería replantearse la historia desde el principio. Porque si la envidia obedece al deseo, el celo se rebela contra la amenaza de una pérdida, fundamentealmente afectiva o amorosa. Y los celos brotan no cuando se produce un lento alejamiento, sino cuando se rompe la ilusión.
Es necesario amar sin condiciones. Las letras pequeñas sólo sirven y se inventaron para los contratos, nunca para los sentimientos.
Música sugerida: NO POR AMOR. Clara Montes
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