Mi país fue, hace muchos años, conquistador, y después colonialista. Al igual que otros muchos. No me siento orgulloso de ello porque las conquistas reclutan esclavos y los imperios coloniales espolian recursos. Y esta es la simple historia de que unos pocos países se llamen ricos y otros, que son mayoría, se les conozca como pobres.
Estas injusticias sociales, estas desigualdades económicas, esta locura humana desencadenan los movimientos migratorios. Poblaciones enteras recorren auténticos infiernos en busca de ese paraíso tan lejano y tan perdido que satisface a una mísera parte de la demografía mundial.
Antes la gente emigraba en busca de fortuna. Mi bisabuelo materno mismo cruzó el charco camino de las américas para establecerse allí. Y allí se quedó en los últimos años del siglo XIX, llevándose consigo a su mujer y a sus hijos. Tan sólo dejó una en España, la más pequeña, al cuidado de sus tíos. Y quedó, la ya huérfana criatura, como garantía y compromiso de los padres de que regresarían por ella, una vez echaran sus raíces allí. Jamás volvieron. Mi abuela creció, vivió y crió a otros hijos con el sueño permanente de que un día cualquiera vendrían a por ella. Pero solo recibió cartas, cartas y más cartas. Estamos bien, decían. Iremos a recogerte. Y nunca más supo mi abuela de sus padres, por más que esa santa murió a los ochenta y cinco.
Hoy las migraciones son masivas porque les amenaza el hambre y les tortura la muerte. Y cuando llegan trabajan en faenas que casi nadie quiere trabajar, deambulan buscando el pan y hasta mendigan rebuscando entre las basuras. Se les engaña pagando salarios ilegales, se les maldice, se les olvida y se les rechaza.
No me refiero a esos grupos de extranjeros que se dedican al crimen de las mafias organizadas, a esos indeseables que trafican con armas, con la prostitución, con la venta de mujeres. A estas malas gentes que extorsionan, roban y si es necesario, que siempre es innecesario, hasta matan. A estos individuos después de cumplir la pena carcelaria se les debería expulsar de los países de por vida, para nunca volver.
Yo hago alusión en este texto, y para ellos va el comentario, a esos miles de seres humanos que escapan de la hambruna y de la muerte segura. Personas inocentes y gentes de bien. Personas que buscan un trozo de dignidad, algo que nunca tuvieron la oportunidad ni de conocer ni de saborear. A esas personas que huyen del espanto y prefieren malvivir aquí que morir allí. Porque el hambre cambia de dueño y el sufrimiento no conoce fronteras.
Por todo ello invito, a los que sigáis este blog, a que seamos más humanos y solidarios con estas gentes que a menudo nos encontramos. Que sólo quieren trabajar, llevarse algo a la boca y, aunque sea un sueño, abrazar, por primera vez, la felicidad. Y todo ese sueño en un país que no es el suyo y que les acogió.
Por eso, que es ya suficiente, no les miremos mal. No le llames extranjero.
Música sugerida. NO ME LLAMES EXTRANJERO. Rafael Amor
ESTUPENDO ARTÍCULO, AHORA QUE SE ESTA DEBATIENDO SOBRE SI CABEMOS TODOS, EN ESTE MOMENTO QUE TENEMOS AMNESIA Y NO RECORDAMOS LO QUE ESPAÑA REALIZO EN ESTOS PAISES NI TAMPOCO QUE MUCHA GENTE EMIGRÓ A ESOS PAISES SUDAMERICANOS ( QUE LOS ESPAÑOLES NO SÓLO SE FUERON A EUROPA) GRACIAS AL BARCO QUE FLETO NERUDA PARA HUIR DE UN PAÍS GRIS QUE DEJÓ UNA GUERRA INCIVIL Y CRUEL.
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