sábado, 7 de noviembre de 2009

LA HEROICIDAD ENGAÑOSA

Ocurre a menudo que el anonimato es un fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. En las grandes ciudades por ejemplo viven y deambulan miles de personas de un sitio a otro, aceleradas por las prisas, esclavas del tiempo, con sus mp3 ó 4, sus periódicos y sus miradas perdidas. No existen ni los nombres ni los apellidos y nadie conoce a nadie, ni siquiera en grandes comunidades de vecinos.

Y si éste es el panorama entre personas denominadas ciudadanas no es sorprendente que se prescinda del saludo, y que un buenos días o buenas noches resulte un gesto inútil, siendo todavía más ridículo preguntar a alguien un ¿cómo estás? Se acaba pues imponiendo ese triste estilo del "yo primero y el que venga detrás"... Condenados entonces a ese mutismo social, y no es exagerado si hablamos de autismo generalizado, nadie va a realizar el mínimo gesto para hacerle un guiño a la cortesía, ni para ser respetuoso con lo ajeno y los dueños de lo ajeno, y nadie debe de preocuparse por nada, ni de nada ni de nadie.

Sin embargo sucede, a veces, que surge una situación extrema, límite, imprevista e inoportuna. Una catástrofe natural, un incendio devastador, un vandálico acto terrorista o un indeseado accidente de tráfico puede movilizar en pocos minutos a una legión de voluntarios anónimos prestos al socorro, al servicio e incluso a la heroicidad. Resulta que en estas situaciones insólitas se despierta la fibra sensible, se eriza la piel, el golpeo del corazón se hace más humano y nos movilizamos sin reparar los riesgos. Se actúa porque sí, por institivo acto reflejo y sin pensar siquiera un segundo si saldremos de ésta nosotros también.

Estos esfuerzos solidarios, estas entregas generosas, esos impulsos comprometidos sin conocer al agraviado o a la víctima son gestos hermosos, altruístas y auténticamente humanos. Comulgamos en esos instantes con el dicho "hoy por vosotros y mañana por nosotros". Pero no deja de ser contradictorio que la sensibilidad humana aparezca solamente en tan puntuales ocasiones.
Porque tras la tormenta vuelve la calma, con el sosiego ya se olvida el detalle heroico y la genial actitud y la normalidad gira a la vida que sigue igual. Regresa entonces el saludo inexistente, el ego en nuestro camino, el anonimato silencioso y desaparece, de nuevo, cualquier intento de un guiño agradable a las personas sin nombres ni apellidos.
La heroicidad es digna de todo elogio. Pero ese arrojo tan puntual y "reportero" es un tanto engañoso. Porque podemos ser muy valientes y audaces en cada una de las hojas del calendario, sin hacer ruido, sin salir en la foto y sin dejarnos la piel. Basta con que seamos amables con quien no conocemos y nos preocupemos un poco por esos seres ajenos sin preguntarnos nada y sin que nadie nos pregunte.

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