¡Qué bueno es reir con mucha frecuencia! Todas las veces que se pueda y cuantas más, mejor. No me refiero a esa risa con sorna y sarcástica donde uno se mofa de cualquier cosa y del mundo mismo. No aludo a la risa con segundas intenciones, sino a la risa sincera. Como es cierto que la vida misma es competitiva, cruel, hostil, poco solidaria y demasiadas veces desagradable, una terapia casi infalible es la risa.
Sirve para liberar adrenalina y además puede ser contagiosa. Incluso en una situación lo suficientemente tensa y solemne soltar una gracia que sea graciosa puede convertir la tensión en algo agradable. Porque si los ojos son los ventanales del alma la risa debe ser el canto del alma. La seriedad debe ser un acompañante esporádico, en tanto la risa una de nuestras mejores virtudes.
Tampoco se trata de ser el payaso o la circense del grupo, pero resulta tan alegre que no hay mejor manera de mantenerse eternamente joven si la llevamos siempre con nosotros. No es verdad que la risa es cosa de niños y que no está recomendada a personas maduras. La risa no tiene edad y estoy convencido que cuanto más se ríe más se vive.
Probarla. Es un ejercicio que requiere de su aprendizaje pero nadie se arrepiente cuando la practica. Muchos insomnios se harían más dulces y llevaderos si nos hemos reído durante el día. Y siempre he pensado que es la mejor Ong particular, no necesitando ni papeles, ni regristros ni subvenciones. Y espanta a los riesgos. Así que, por favor, si un mundo mejor es posible el primer peldaño y sin esfuerzo alguno es atrapar la risa y llevarla con nosotros.
La sonrisa no lleva carcajadas. Es menos gesticulante y más silenciosa que la risa pero igualmente benigna y agradable, tanto para los demás como para nosotros mismos. Y si tenemos un día malo, de esos que dicen y mal dicho que nos hemos levantado con el pie izquierdo, nadie puede pagar los platos rotos. No carguemos nuestro mal día, la decepción o la frustración, que nos solivianta la paz y el sueño, con los demás. Rumiemos en todo caso nuestra tristeza con uno mismo y hagamos el esfuerzo de no trasportar nuestra ira, ni a las personas ni al mobiliario urbano.
Y la mejor forma para espantar nuestros fantasmas es soltar una sonrisa, antes se liberarán las penas.
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