Alguien acaba de afirmar en una publicación que “conocemos más del universo que a la sociedad en la que vivimos”. La frase, breve y sencilla, conlleva un profundo análisis del mundo actual e invita a una implacable autocrítica. Porque es una afirmación cargada de argumentos que revelan importantes contradicciones.
La carrera militar y espacial ya se inició mucho antes de que Neil Armstrong pisase la Luna el 20 de julio de 1969. Numerosas expediciones, con más y mejores intenciones científicas, se han paseado por los pasillos de nuestro universo inmediato en busca de información, resolver los misterios de nuestro pasado y aclarar nuestro futuro. Lo satélites planean desde puntos inaccesibles e invisibles y poseen más testimonios de nuestras vidas que nosotros de nuestros vecinos. Son capaces de visionar cuándo una liebre sale de su madriguera o de sorprender “in fraganti” a una pareja realizando su acto más íntimo bajo unos setos.
Todos nuestros DNI están numerados, el ADN genético está registrado casi sin margen de error, Internet ya dejó fuera de juego al revolucionario fax, y éste al teléfono, y éste al correo postal. La tecnología punta destruye puestos de trabajo y tiene la virtud -porque quien no piensa no sufre- de su incapacidad de pensar, de sentir, de elegir opciones propias y sentirse libre aunque se pueda equivocar.
La ciencia no se contradice, avanza. Quienes yerran son los programadores, no las máquinas. Pero si bien será siempre necesaria una apuesta clara para su inversión y desarrollo, nunca, jamás, deberá solapar la técnica ni a la convivencia ni al bienestar de sus clientes, como resulta la sociedad en general.
No quiero tanta ciencia si aún no está resuelto el tema del hambre, ni hay visos de una mejor distribución de los recursos energéticos, ni tampoco intenciones de repartir mejor la riqueza, ni de acabar con las injusticias, ni combatir las miserias.
No quiero tanta ciencia si las sociedades están a la gresca, si las naciones asoman sus narices en asuntos que no les incumben, si unos grupos pisotean a otros en aras de la puta competencia, si nos asqueamos del prójimo y nos alzamos en nuestra propia vanidad.
No deseo conocer tanto el universo si el mío, el más cercano, me resulta a veces inaccesible. Si apenas conocemos a las gentes de nuestra comunidad de vecinos y somos capaces de reventar una reunión familiar. No quiero saber a cuántos años luz estamos de otra esfera si la nuestra, planeta de juguete y pruebas, está que arde y no hay forma de entenderse.
No deseo saber si existen otros mundos cuando todavía no conozco el tuyo.
Música sugerida:
ESKIMO. Damien Rice