Los caracenses de Yebra han aceptado que en sus tierras se construya un cementerio nuclear. Lo votó así su ayuntamiento, pero me preocupa más que el 47% de la población estaba a favor, según algunos sondeos. Basan su confianza en la seguridad de que nunca pasará nada y todos los residuos que allí escondan bajo tierra no afectará ni a sus campos ni a sus vidas.
A estos cementerios los llaman (porque cementerio suena mal y da repelús) almacenamiento geológico profundo, que queda y no me digáis que no, como más bonito. Hasta parece que su nombre sea ecológico. Y las empresas instaladoras aseguran que tienen casi doscientos años de vida (qué ironía) antes de su caducidad. Lo que sí dicen claro es que como mínimo sesenta años tiene de fiabilidad absoluta.
Yo, haciendo como quien tienta al diablo, les haría firmar en un documento a los que dicen sí y están de acuerdo, algo redactado así:
"Si usted firma su conformidad recibirá un cheque en blanco y tendrá su vida económica resuelta; pero en la letra pequeña hay una disposición en la que se le avisa que antes de un año usted recibirá las radiaciones suficientes y antes de dos se irá a la tumba con su cheque en blanco. Firme por favor".
La sociedad, por lo visto, se mira tanto a su propio ombligo y adora tanto lo inmediato que le importa un bledo las generaciones futuras y venideras. Los que vengan detrás, que arreen. Porque quién es el guapo que asegura, con fiabilidad absoluta, que eso que se entierra no aflorará algún día. Y aunque sea seguro ahora, ¿qué pasará dentro de doscientos años? ¿Seguirá nuestra descendencia del árbol genealógico existiendo? Aplaudo tanta movilización solidaria con Haití, por ejemplo, pero no tenemos ninguna previsión de futuro. Es más, ese futuro y el estado de su medio ambiente importa un carajo.
En mi ciudad ya nos traían basuras de muy lejos, desde otras provincias del norte. Por lo visto no es suficiente castigo el padecer olores y sospechas permanentes que las autoridades han pactado que nos traigan más. Más cantidad y de más lejos. Estas tierras mías que brotaban antaño agua caballera cada vez está más seca, huele a más basura y será un oasis de estiércol. A no ser que los silenciosos vecinos que pagamos impuestos digamos que no, que la solidaridad tiene un límite y que cada uno aguante su vela. A mis vecinos, por ejemplo, no les corresponde un hospital distante a cincuenta kilómetros (no tenemos hospital) pero nos comemos las basuras de ciudades de trescientos kilómetros de distancia que sí tienen hospital.
Vivimos en un mundo de locos y con poco sentido. Y esta tarde estaré presente en una concentración informativa para avivar las conciencias. A ver si acaso reinventamos la flor.
Música sugerida: TIEMPO Y SILENCIO. Cesaria Evora.