martes, 29 de diciembre de 2009

EL BRINDIS

Son fechas propicias para celebrar cosas importantes. Despedir los sinsabores y alegrías de otro año que expira y abrazar, qué remedio cabe, al nuevo que empieza. Y este ciclo estacional y vital hasta que lo contemos, nos quedemos mudos o alguien brinde por nosotros.
Son tiempos de encuentros, de abrazos, de reuniones familiares, de redescubrir al olvidado, de despedidas y de brindis. Se puede brindar con champán, con cava, con sidra, con vino, con gaseosa, con un refresco o con la transparente agua. Da igual. Las preferencias son libres, como las burbujas.
Siempre creí que esas burbujas, en su ebullición tras el descorche, se disparan anárquicamente pero siempre buscando una salida, huir laudas hacia el cuello de la botella, escapar de su urna de cristal, aventurarse en el misterio de la libertad.
Pero para las personas representa un símbolo. Cada chasquido de cristal, cada golpe de copa, cada sorbo, se ameniza solemnemente con un deseo. Brindamos, bien con los ojos abiertos, bien teniéndolos cerrados, suspirando por un sueño, por un anhelo. Porque los sueños son libres e imaginarlos no cuestan. Se podrán luego cumplir o quedar, como las burbujas, en agua de borrajas. Tampoco importa demasiado. Lo que ilusiona es la expectativa, siempre incierta, del destino del sueño.
Cada vez que veo las burbujas en los brindis compartidos me recuerda, cada una de ellas, a personas conocidas y a las que están por venir. Siempre dije que no todos los que están son todos los que son y esas burbujas mágicas, hechiceras, embriagadoras, simbolizan también a los que fuimos y a los que somos, a los que fueron y a los que estarán.
Cuando brindes estos días, acuérdate de ésto que ahora escribo. Sigue pidiendo deseos porque no hay ninguno innecesario. Cierra los ojos, sorbe, absorbe, respira y goza. En las burbujas están nuestros recuerdos y nuestro horizonte, nuestro pasado y nuestras esperanzas. Brinda, recuerda, resopla y vive.

martes, 22 de diciembre de 2009

EL VIAJE DE LA VIDA: FELIZ AÑO

¡Vaya! Este es el título para mi felicitación navideña. Porque, poco amante del protocolo, os deseo los mejores días posibles y, sobre todo, un buen año. Y que cada uno de los días del calendario tengan un algo especial para nosotros. Cada día esconde una sorpresa escondida en la monotonía. Sólo hay que encontrarla y para ello tenemos que tener despiertos los sentidos, y que no se nos mutilen por falta de uso. ¿Os acordáis? Podeís repasar el texto de Los Sentidos Mutilados.
Sí. El título del Viaje de la Vida no es casual. Es que la vida es un viaje. Y yo, ya desde pequeño, lo he simbolizado como el viaje en un tren. Nos subimos a él cuando nos toca y nos acomodamos, o incomodamos, también en el compartimento destinado. Los hay de primera clase, de turista, de segunda clase e incluso de tercera. El confort es diferente.
En nuestro coche o vagón existen asientos numerados, unos más alejados o más próximos al nuestro. Los más cercanos corresponden a las personas que, de una u otra forma, nos van a acompañar un trayecto de nuestra vida, que es nuestro viaje. Los padres, los hijos, el compañero, la esposa, la novia, los amigos, la amante, los seres más queridos por nosotros. Más allá los conocidos, pero no tan influyentes en nuestras vidas. Y en los otros compartimentos, también repletos, el resto del mundo, al que nunca conoceremos o por si acaso de refilón.
El trayecto puede ser largo o corto. No obstante el tren se detiene en sucesivas paradas donde mucha gente se apea y otros suben. Se apean incluso los de los asientos cercanos para no volverlos a ver nunca y esos asientos quedarán, posiblemente vacíos y sólo con su recuerdo, o serán reemplazados por otras personas, en cualquier caso seguimos viajando, conversando, compartiendo y viviendo, que es de lo que se trata.
En ocasiones estamos deseperados, necesitamos respirar, desconectar, buscar un aliento. Y nos viene bien otra parada en el próximo andén para estirar las piernas, bostezar, dar una bocanada de aire fresco, recuperar fuerzas, cargar las pilas, conocer a otras gentes, cambiar de aires, revivir. A veces es bueno aprovechar esa oportuna parada para la reflexión, para recomponer el viaje, para revisar el mapa.
Y regresamos a nuestro asiento. Pudiera ser que algunas personas cercanas ya no estén, incluso que se hubiesen ido sin despedirse. Pero el camino sigue y encontramos otras personas. Nos podrán gustar o no, pensaremos que las que se fueron son insustituibles e irremplazables. Esfuerzo vano. Son las que están y las que son, no las que nos gustaría que estuvieran. El viaje continúa.
Y volveremos a parar y a refrescarnos. Volverán a apearse unos y a establecerse otros. A unos les diremos adiós y a otros les daremos un beso. Y el viaje continua. Quizás, en el próximo andén, alguien que nos acompañó casi desde el principio descienda, se aleje y desaparezca. Y el dolor sin consuelo se apodere de nosotros, nos invada el llanto y la desesperación. Pero nuestro viaje continua. Debe proseguir. Quién sabe si, nuestra experiencia acumulada desde nuestro principio, pueda servir a otros que perdieron en su viaje a sus asientos cercanos y perdidos.
Pero nuestro viaje continua a pesar de, a pesar de contra, a pesar de nada. Continua. Y continua para que lo podamos contar, porque a cada kilómetro que andemos, a cada año que cumplamos, en cada andén que repostemos, debemos revisar nuestra tarjeta de embarque, debemos dar gracias a nuestro billete, besar a los que se van, abrazar a los que llegan para seguir compartiendo el viaje, nuestro viaje. Porque es el único de verdad nuestro y que nos lleva a alguna parte.
Hasta que nuestro tren llegue a una terminal o, por fin, se nos acabe el billete. Otros continuarán el viaje. Pero, hasta que lleguemos a ese último andén, viajemos con la emoción de los que empiezan.
Por eso os deseo que, a pesar de los pesares, sigamos viéndonos en los días de los calendarios. Os deseo, si es posible, que viajéis en vuestro tren con la salud de las excursiones de fondo, y que lo contéis, que contéis vuestro viaje porque es el vuestro, personal e intransferible.
Feliz Navidad, buen año 2010 y hasta luego, o hasta siempre.
Música sugerida: ALMA MATER. Rodrigo Leao.

lunes, 21 de diciembre de 2009

LAS NOCHES

Las noches son particularmente hermosas, por lo menos a mí siempre me lo han parecido. Tienen una magia bruja y encantadora, sobre todo cuando ronda esa hora misteriosa que son las doce, o las veinticuatro horas, según se mire. Sí, no hace falta que me comentéis que cualquiera llega cansado y agotada a casa y a esa hora apetece, más que nada, retirarse a descansar. O los hay también que trabajan a partir de esa franja horaria.
Pero aunque sea por un momento disfrutar del silencio, de la tranquilidad, de la desconexión del ajetreo del día. Aunque hay veces en que malgastamos la noche en disputas inútiles y absurdas discusiones. Y si pienso que no está bien disputar y discutir mucho más absurdo e inútil me lo parece en la noche. Es casi un insulto al cosmos.
Relajémosnos y encontremos ese dulce encanto. Aprovéchala en toda su plenitud, en toda su intensidad. Déjate acariar por ella, por su cálida sombra. Enriquece esos instantes nocturnos antes de irte a dormir, aunque sea sólo un trocito de tiempo.
Y..., antes de marcharte a la cama, sólo o acompañada, no te lamentes del ruido de la calle ni del silencio roto. Reféjate en el espejo, repásate por dentro, suspira, respira, mira a tu compañero, o compañera, insinúate y observa a las estrellas.
Abrázate a tu ser más querido, si es que compartes el lecho; y si estás solo o sola, amágate a la noche, y a su música.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres
Música sugerida: THE MOMENT. Kenny Gee.

viernes, 18 de diciembre de 2009

LOS DESDEÑOSOS

En mi ciudad conozco a muchos de éstos. Con seguridad los hay, y las hay, en todas partes. Desdeñoso viene de desdén y según el Diccionario de la Real Academia Española se refiere a aquellas personas que "su indiferencia y despego denotan menosprecio". Pululan, por cualquiera de los lados de cualquier rincón, estos personajes desdeñosos, antipáticos, desconfiados, huraños y de mala cara que, cuando te miran, parece que te perdonen la vida.
Es como si portaran una rabia crónica y contenida, faltándole, tan sólo, ladrar. Yo desconozco lo que les ha hecho el mundo pero sé que, pase lo que les pase, lo pagan con el mundo. El caso es que se pueden encontrar, allá donde vayamos, a estos seres desagradecidos, desgraciados y que ignoran lo que significa la fibra sensible, el necesario abrazo y que desconocen, por supuesto, la cortesía.
Es como si un día se hubieran levantado de mal humor y, en vez de echarlo fuera cuanto antes, se hubieran poseído de él y además cogido el gusto. ¡Con lo que encoge llevar esas cosas encima! Y llevan ese mal humor consigo mismos como una nota acreditativa y tarjeta de presentación.
Yo sé que tú no eres así y espero que no lo seas nunca. Un mal día lo tiene cualquiera. Las malas rachas también. Pero aunque los vientos soplen en contra y las malas épocas se prolonguen piensa, por más que sea un instante, que los demás no tienen culpa alguna y no merecen ningún castigo.
Cuando los veáis por ahí no les preguntáis qué les pasa, porque soltarán algún taco. Simplemente ser amables con ellos para testimoniar que "la mala leche" NO ES contagiosa y, por si acaso, que compruebe el desdeñoso, en primera persona, que ser agradable es gratis, fácil y casi obligatorio. Que sacudan sus propios fantasmas y regalen, por una puñetera vez, algo de ternura y sentido del humor.
Si aún así no son capaces de obrar este milagro tan cotidiano y sencillo que sigan deambulando sólos y cargados de tristezas. Esas tristezas, tan suyas, de amor.

jueves, 17 de diciembre de 2009

EL CHAPUZÓN INDESEADO

Hace muchos años con mi compañera y nuestras hijas, entonces muy pequeñas, decidimos pasar un fin de semana en un hotel de la costa. La oferta era tentadora y necesitábamos desconectar. Recién llegados y tras dejar los equipajes en la habitación, bajamos a las zonas comunes y repasamos las instalaciones, buscando los lugares de recreo infantil y, lógicamente, las piscinas.
Nada más arrivar a la piscina principal y, como es lógico todavía en ropa de calle, observé cómo dos hermanas se zambullían en el agua. La mayor tendría unos doce años y la pequeña siete u ocho. Se puede decir que, en ese momento, estaban solas en el recinto acuático. No supuso este hecho nada relevante y seguimos mirando el entorno y sus alrededores. Muchas hamacas, excedente de sombrillas, pisos de césped, vegetación, arbolado, servicio de restaurante, en fin; todas las comodidades para el turista.
Reparé en que la hermana mayor (luego supe que eran hermanas) abandonaba la piscina, seguramente para ir al baño. Y aprecié también que la pequeña, imagino que al perder la referencia visual de su hermana, se puso nerviosa, insegura y comenzó a chapotear. Se fue angustiando y agobiando por momentos, hasta el punto que se sumergía y a brazadas instintivas lograba salir a flote. Empezó a tragar algo de agua y advertí que aquello iba en serio.
Durante unos segundos divisé, en un recorrido circulatorio, a los turistas que presenciaban la escena pero estaban ocupados o sorprendidos. Guiris en sus tumbonas aplicándose el bronceado, otros leyendo, los que llevaban gafas de sol sin delatar si están durmiendo o haciéndose el distraído, los que sorbían su martini, su cóltel o su refresco, los que se miraban unos a otros esperando a que alguien se decida y sea el primero. Todos con sus bañadores, sus bikinis o su top less.
En esa época he de recordar que no había obligatoriedad en el servicio de vigilancia y socorrismo, de manera que esa figura salvadora no existía. Atónito volví a mirar a los acomodados y acomodadas turistas mirándose entre sí por si alguno se lanzaba. ¿Pueden creerme que nadie? Pensarían que alguno estará disponible, porque dejarme el cóctel a medias o la crema sin poner, con lo agustito que estoy bajo la sombrilla...
Nadie se levantó a socorrer a la niña en apuros. Así que le dije a mi mujer que me custodiara las zapatillas, la cartera y el reloj. En vaqueros y con camisa me lancé al agua, sin gana alguna, para acudir a ese maldito rescate. Saqué a la niña del agua, volvió su hermana asustada y cuando todo se tranquilizó y pasó el peligro, me sacudí el pelo, cogí mis zapatillas, mis calcetines, mi cartera y mi reloj y me despaché en mi habitación.
No me sentí ni héroe ni villano. Me sentí humillado, decepcionado y un tanto hundido. Nadie me dió las gracias ni las pedí, nadie me dijo "lo siento, no sabía que...", nadie me dijo "qué bueno que estuviste". Subí a la habitación, ¿cómo diría yo? desencantado. Si no hubiésemos llegado, ¿Quién hubiese sido? ¿O tal vez no? Cualquiera sabe. El caso es que me retiré con la sensación de que la gente me señalaba con el dedo, no sé si por tonto o por imbécil. Me retiré contento, porque alguien tenía que ser y esta vez me tocó a mí, pero con mala reputación. Que a nadie le pase, ni la que quede en el agua angustiada ni al que se lanza a verlas venir.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

LO QUE PUDO SER

Hoy, quien más quien menos, tiene ya su vida más o menos montada, establecida y estable. Me refiero a la vida sentimental, no a la económica, pues este aspecto es ahora, más que nunca, un misterio. Me refiero también a las personas que, como yo, ya no somos tan jóvenes, aunque a mi edad todavía hay gentes mudándose de casas, solitarios por una separación o cargándose de nuevas esperanzas.
Quien más quien menos tiene, si repasa la vista atrás, alguna que otra historia azarosa. Antiguas novias o novios, episodios con algún amante en escena que rovolica los fantasmas, las dudas y las tentaciones. Momentos en nuestra vida que, ese instante, pudo cambiar nuestra propia historia y destino. Sin embargo, si hoy somos lo que somos, es porque aquello no cuajó y ya nada sucedió. Pero se estaba entonces suspendido en el alambre, haciendo equilibrios malabares por si caíamos hacia un lado, o hacia el otro.
Pasan los años y podemos recordar aquellos trozos de historia con nostalgia, con adversidad, con cariño o quién sabe, con indiferencia. En todo caso es la historia de lo que pudo ser y no fue. La eterna canción. Pero estoy seguro que esas antiguas páginas no desaparecieron para siempre. Basta encontrarnos, o reencontrarnos, con esa persona que significó tanto y tan cerca estuvo para que los sueños, los deseos, los entimientos imposibles que ya estaban velados vuelvan a fotografiarse.
Ese encuentro inesperado y casual desentierra entrañas, nos hace retroceder en el tiempo y nos causa cierto impacto. Los sentimientos se mezclan y vuelven a pelearse entre ellos. Los pros, los contras, el volver a empezar nuestras preguntas con el si condicional. ¿Y si....? En cualquier caso ya nada es lo mismo pero todavía nos palpita algo por dentro. Que, aunque ya no sean dudas, volvemos al pasado buena parte del día, rumiando recuerdos y repasando errores, impotencias, desengaños y nuevos horizontes perdidos bajo las losas de las hojas del calendario.
En ese encuentro inesperado torpeamos en la conversación, evitamos las miradas, deseamos salir de allí, o quedarnos más tiempo. Algo pasa en nosotros. Esa acidez amarga o agridulce que nos entristece o alegra, esa dicotomía frustrante y ventajosa, ese estado anímico de embriaguez sentimental, ese dicho tan socorrido "si lo sé no vengo" o "si lo sé vengo antes".
Nada ya es igual. Pero pudo haberlo sido. Aun así, y cuando se repita el encuentro, que alguna vez se repite, no quedemos en fuera de juego. No nos quedemos sin reacción. Fortalezcamos la indiferencia, quedémosnos con el saludo cordial o demos el mejor de los besos, según le vaya a cada cual. Pero no es recomendable quedarse uno en blanco. Pareceremos entonces serviles, inseguros o todavía enamorados.

martes, 15 de diciembre de 2009

EL DESENGAÑO

En la noche de la gran ciudad, deambulando ensimismado por las salidas de metro, por los insufribles e incontables semáforos, entre la jungla de coches y perdido por la hormiguera humana de etiquetados peatones, buscaba, de nuevo, ese golpe de suerte. Por si acaso en éste otro intento y en esta maldita vez la descubría. Quería desafiar a su acostumbrada desesperación y ansiaba encontrar la aguja en el pajar, el grano dorado de arena en el desierto o, en caso contrario, volver sobre sus andadas hacia su viejo hostal, otra vez entristecido.
Vencido de tanto buscar, roto por el cansancio y la resignación, regresaba a su guarida por los barrios viejos. Las luces de los anuncios publicitarios se encendían y apagaban en medio de un mundo enloquecido y artificial. Una hamburguesería, una champanería, otra esquina, un sex-shop y un frívolo burdel.
Milagroso y amargo instante. Por fin la vió, pero, quién lo iba a imaginar. Allí estaba esa joven que rompió con él hace cuatro años. Allí estaba con esas provocativas ropas que volvían loco a cualquiera y seducían a un muerto. Allí estaba, segura y desafiante, agasajada por un desconocido acompañante que la cortejaba como cliente.
Ese idílico amor por el que tanto suspiraba desapareció por callejuelas y reflectantes calles en busca de trabajo. Ese viejo amor, evaporado y diluido, borrado para siempre.
Placer, dinero y olvido.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor. Juan José Torres

lunes, 14 de diciembre de 2009

LOS PRIMEROS COPOS

No pensaba entrar hoy en el blog cuando un hecho imprevisto me ha hecho cambiar de idea. Al levantarme he observado desde el mirador de mis ventanas, con la ilusión de quien retrocede decenas de años, caer copos de nieve. No pretendo ser el hombre del tiempo pero resulta tan poco frecuente por aquí que necesitaba inmortalizar el acto, fotografiarlo en directo y recoger, este acontecimiento, en el blog.
Son pequeños copos que sé no van a cuajar, porque caen sobre mojado. Aún así son lo suficientemente hermosos y visibles para volverme a hechizar. Y mientras ahora escribo miro de reojo para seguir disfrutando del suceso. Probablemente si viviera en el norte no me llamaría tanto la atención, pero en estos lares... ¡Qúé bonita es la nieve! Mientras no haga daño claro.
Me he referido a su hechizo porque creo que, junto al fuego, son elementos naturales que seducen tanto que llegan incluso a hipnotizar. Tanto los niños, que la disfrutan, como los adultos, que nos atrapa, quedamos encandilados con la combustión del fuego y el misterio de la nieve. Agua blanca que va cubriendo, como un manto, las copas de los árboles y los tejados de las casas.
Dicen que año de nieve año de bienes. Pues con la que cae con la crisis ojala sea un buen augurio esta primera aparición. No son estas letras mi texto navideño. La semana que viene os desearé, como se merece y os merecéis, mi mensaje de navidad cargado de buenas intenciones. Mientras tanto, dejadme seguir disfrutando del espectáculo mientras dure, pues ya sabéis que todo lo que empieza acaba, y más lo bueno.
Y mientras la sigo observando, la mirada de mis ojos se hace más tierna y más inocente, como antaño, como cuando era un crío. Copos blancos llenos de magia. Si la véis por ahí, dejarla caer, y si podéis, abrazarla, saborearla, quererla. Pero no os resbaléis por Dios.
Y para la escena que ahora contemplo absorto y renacido os propongo una pieza musical encantadora, como la nieve.

viernes, 11 de diciembre de 2009

GRACIAS

Gracias a las abuelas, porque en condiciones de vida durísimas, y sin apenas recursos, alimentaron bocas y reinventaron los milagros.
Gracias a las madres, porque en su afán de educar a base de instinto, protegen y sobreprotegen por amor hasta el infinito, aun a pesar de que intuyan equivocarse.
Gracias a las amistades leales que arropan en los momentos difíciles, que son los momentos desnudos donde las almas se muestran ligeras de equipajes falsos e interesados.
Gracias a las cuñadas que dicen las cosas con sincera prudencia, aunque a veces no gusten las verdades.
Gracias a las personas que, sin conocerlas, te ayudan a levantarte del apeadero para proseguir tu camino.
Gracias a las primeras novias, porque conocimos de cerca la duda, las novedosas timideces y las primaveras prolongadas.
Gracias a la antigua amante, porque las pupilas se encendían en la oscuridad de los rincones oscuros y prohibidos.
Gracias a la compañera de viaje, porque con ella se aprende el verbo convivir; que es todo lo bueno y lo malo, la realidad y la ficción, el llanto y el suspiro, envejecer y renacer.
Gracias a los hijos y a las hijas que, aunque alcen el vuelo siempre regresan al nido, aunque ya esté marchito, y son permanente flor de esperanza en los negros horizontes.
Gracias a los padres y madres por asumir esa responsabilidad aventurera, aun sabiendo que los hijos suponen una condena de alegrías y desazones de por vida.
Gracias a las mujeres que adoptan hijos sin cordón umbilical, porque consuelan los huecos de sus vidas y salvaguardan soledades eternas.
Gracias a los que os asomáis por El Diván del Desencanto, porque me espanta el desánimo cuando cunde y rebrotan mis sentidos.
Gracias a ellas, gracias a ellos, gracias a vosotros, gracias a tí.

jueves, 10 de diciembre de 2009

LA DISCULPA

Después de treinta y tantos escritos en este blog, que también es tuyo porque es para tí, he hecho autocrítica y también he consultado con personas cercanas. Lo de la autocrítica debe uno aplicársela siempre que pueda, y consultar las cosas a personas cercanas es conveniente.
Explicado esto he llegado a la conclusión que el formato es horrible y estoy esperando que vengan en navidades seres que quiero y que prometieron mejorarlo. Por más que intento escribir con las correspondientes separaciones y una buena estructura del texto al "Publicar entrada" aparece el escrito comprimido y sin espacios, problema que procuraré subsanarlo.
También he comprobado que personas que desean hacer algún comentario no pueden acceder para realizarlo. Otro problema añadido que espero, en el futuro, pueda resolver con dignidad.
Respecto a los textos me han hecho saber que no es conveniente publicarlos a diario, cinco por semana. Asumo que la gente tiene muchísimas ocupaciones y demasiados problemas para que puedan leerme todos los días. Y también sé que hay textos muy densos que no son fáciles de digerir.
Aunque comento sobre la vida misma y de las cosas cotidianas no dejan de ser reflexiones que a mí me valen y, quizás, a otras personas puedan servir. Y si no tampoco pasa nada. Procuro sugerir música agradable que a mí me gusta y os facilito el enlace. Yo escribiría todos los días porque necesito soltar mis cosas, pero entiendo que hay quienes no pueden seguir el ritmo y luego cuesta remontar al principio de los orígenes del blog. No todos tienen la misma disponibilidad.
De manera que, padeciendo problemas técnicos y de diseño, con la dificultad que alguien tiene en acceder a los comentarios y la incómoda lectura de algunos textos he optado por dosificar. Dicen que más vale poco y bueno que mucho y apretujado. Así que, hasta que no pueda ser, apareceré por aquí una o dos veces por semana, comprometiéndome eso sí, en mejorar la calidad técnica de este blog, que insisto es también vuestro. Porque, ¿para quién si no escribe uno?

viernes, 4 de diciembre de 2009

LOS AMANTES

En tanto la vida disfruta de su frenética espiral de ritmos y locuras, dos seres se aman y gozan en la penumbra de una habitación. Esta noche, el habitáculo es su refugio y fortaleza lejos del anárquico discurrir del tiempo. Tan sólo una vela prendida, haciendo frente a la oscuridad, será la única testigo para tan deseado encuentro.
Retorcidos los cuerpos en el lecho dibujan, con sus sombras, siluetas de piernas y brazos amagados, abrasados y enlazados bajo el instinto del deseo. Resuenan los besos y las palabras de amor se pierden por los rincones, susurros que dan paso a los gemidos y a los suspiros que enloquecen los ecos.
Se mezclan los sudores, se confunden los olores, se aspiran, se respiran, se beben el aliento y se comen las miradas. Sólo pretenden en este instante que no acabe nunca el momento. Inmortalizar la escena, la pasión, la entrega y el deseo.
Las manos se tantean y se buscan. Los poros se acarician, los labios se abrasan encendidos, las lenguas se absorben y los sexos se iluminan y se apagan en su proceso natural. Los gritos y sollozos asoman por la boca del orgasmo.
La vela consume su pálida luz, los cuerpos cansados de amantes -extasiados por el gozo-, terminan encadenados. Cada pierna, cada brazo, cada cadera como un eslabón inseparable.
La respiración, antes acelerada, se normaliza. Los últimos besos, las finales palabras de amor y gratitud quedan ya sofocadas y cubiertas por una manta.
En la oscuridad duermen ya, plácidamente, dos seres enamorados y locamente deseados. Fuera, tras las ventanas, las luces de las farolas siguen observando el bullicio inagotable de los indomables trasnochados.
Y mientras, la vida loca y absurda, sigue dando vueltas de carrusel a su círculo de hojalata y sin síntomas de cansancio.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

jueves, 3 de diciembre de 2009

LA INTENCIÓN

En esta vida los individuos nos interrelacionamos, y nos movemos, gesticulamos, manifestamos y hablamos expresando siempre intenciones. Un saludo puede ser cordial o frío, una conversación encantadora o desagradable. Depende todo de las intenciones del emisor y del grado de asimilación y respuesta del receptor.
Toda intencionalidad, ya sea voluntaria o irreflexiva, lleva intrínseca un objetivo, y las intenciones de cada cual pueden obedecer a una motivación social o un simple gesto silencioso cargado de privacidad. Tras cada acción se esconde siempre una intención. Intenciones agradables, otras ofensivas, las que pretenden beneficiar a los demás o aquellas que se encaminan a causar daño.
Pero todo esto no es así de simple. A veces una acción lleva consigo una intencionalidad positiva e involuntariamente se transforma, a saber por qué y cómo, en una acción negativa y ofensiva hacia alguien. En ocasiones sin embargo, alguien procede un hermoso gesto para enaltecer su propio ego.
Hace años me llamó la atención cómo resuelve la filosofía budista este dilema. Y quede claro que no soy budista ni muchas más cosas. Los budistas creen firmemente en el karma. Y según defienden sus tesis, en la vida de cada uno se van acumulando acciones positivas y otras negativas. Cuanto más de positivas tengas antes y mejor será la reencarnación en la que creen ciegamente. Si has acumulado más negatividad peor será tu futuro tras el más allá.
Estas premisas se asemejan mucho a la doctrina católica y a otras religiones. Al final de la vida la balanza del que imparte justicia dictará sentencia. Cielo o infierno, descanso eterno o a vagar como espíritus sin destino conocido.
Pues bien. Según los budistas una persona puede hacer el bien y acumular karma negativo o por el contrario, causar un mal y acumular karma positivo. Y el secreto está en la intencionalidad de dichas acciones, no en la acción en sí. Pongamos un ejemplo.
Dos personas dan una limosna a un mendigo. Una aporta más dinero y ante multitud de testigos, la otra ofrece menos cuantía y sin que nadie presencie la obra caritativa. Las dos acciones son positivas y harán un poco menos desgraciado al mendigo. Pero, ¿la intención es la misma? ¿ el primer personaje ayuda por solidaridad o por ostentación? ¿Da su dinero por alimentar a un pobre altruístamente o porque los presentes van hablar maravillas de este hombre? Está claro que el gesto del segundo queda fuera de toda duda, pues ayuda en la privacidad.
Este sencillísimo ejemplo debería hacernos reflexionar. Tras una acción se esconde una intención. Se puede causar daño sin querer y puede quedarse alguien en ridículo por muy buena acción que haga. Porque en el transfondo de los gestos subyace la voluntariedad o involuntariedad, y las correctas o engañosas intenciones.
Así que actuemos en consecuencia y siempre de buena fe. O si no se nos verá, tarde o temprano, el plumero.
El enlace musical que propongo es el tema "Laura" de Lluís Llach, uno de mis músicos preferidos. La canción va dedicada a Laura Almerich, una de sus incondicionales guitarristas. Ella no quería pero, embargada por la emoción, destroza el tema en su última parte. Cómo no la vamos a perdonar, si ella nunca tuvo la intención. Y qué final más tierno.
Música sugerida: LAURA. Lluís Llach.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

LA DUDA

La vida nos depara, a la vuelta de cada esquina, unos imprevistos interrogantes. Nos asalta continuamente con miles de cuestiones, muchas de ellas superfluas, que nos hacen dudar. Y cuanto más dudas más indefensos nos sentimos. Acudimos entonces al confesor, al picoanalista, al amigo más íntimo, a la mejor de las confidentes. Ante cualquier conflicto nos sobresalta la duda. Un despido, procedente o no, una oferta de trabajo, un cambio de planes, el destino de unas vacaciones, la solución de un problema, la expectativa incierta.
Nos invade entonces ese gusanillo que nos revolica las entrañas y vamos desojando la famosa margarita y evaluando pros y contras antes de una decisión. Cualquiera que sea. A mayor envergadura más desasosiego y a más frivolidad el misterio del suspense se convierte en una benévola tranquilidad.
No existen dudas al elegir entre la vida o la muerte, la salud o la enfermedad, la integridad física o el peligro, la posesión o la pérdida, la felicidad o la desgracia. El resto es un mar de dudas.
En general todos y todas padecemos esta indescriptible angustia cuando nos acecha una decisión que tomar, y no puede tomarse a la ligera. Y a mayor premura más nerviosismo. Siempre aparecen esas personas impecables, frías y calculadoras, que aparentan que las cosas, y sus dudas, no van con ellas, como que no les afecta. Desprenden una seguridad tal que, sea cualquiera la opción que elijan, da la impresión que siempre aciertan. Y no es del todo así. Hasta esas personas impermeables consultan con su almohada por las noches.
Cualquier decisión despeja una duda y entonces se cierra una puerta o se abre una ventana y nos preguntamos si ese cerrar o abrir, si ese no o ese sí es bueno o malo, si es correcto o incorrecto, si nos beneficia o perjudica. Sea lo que sea y pase lo que pase la decisión ya está tomada y ya no se puede volver atrás. Y aun cuando decidimos todavía nos invade la duda. ¿Acerté? ¿Elegí lo adecuado? ¿Y si hubiese dicho no, o sí? ¿Qué hubiera pasado si...? ¿Estaría mejor? ¿Estaría peor?
Queda claro que al no ser posible elegir al mismo tiempo varias opciones, sino sólamente una, sobran las demás preguntas. Equivocados o no tomamos una decisión y punto. Podremos luego arrepentirnos o vanagloriarnos. Pero cada elección es una respuesta y cada respuesta un seguir y continuar. Un camino interminable donde nos seguirán lloviendo las dudas y no por mayor edad disminuyen. Las dudas nos acompañarán siempre, pues tampoco conocen fronteras ni edades.
Los muy indecisos no tomarán jamás su propia opción. Alguien decidirá por ellos. Y muy a pesar de sopesar y elegir bien siempre nos volveremos a equivocar, pues es cierto que el ser humano es el único animal que tropieza, casi siempre, en la misma piedra. Así que, decidáis lo que decidáis, optemos por lo que elijamos, siempre será la decisión políticamente más correcta. Aunque volvamos a desacertar. Habrá quienes entonces disimulen, quienes quieran engañarse o engañarnos, quienes digan que ellos nunca se fallan.
Da igual. Si elegiste mal no te atormentes. Quizás no puedas rectificar y puede que no tengas una segunda oportunidad. No importa. Elegiste una puerta que siempre es un misterio, abrazaste una duda aún sin resolver, pero camina con entusiasmo a pesar de todo. Porque más que el final del recorrido son las etapas diarias las que más vale la pena caminar. Y en cada paso que camines se alzará otra pregunta sin destino y otra puerta entornada. Camina. Camina y vive.

martes, 1 de diciembre de 2009

SI TE DICEN TE QUIERO

¿Cuándo te han dicho un "te quiero" la última vez? ¿Te lo han dicho alguna vez? ¿Te lo han dicho muchas veces? ¿Hace quince días? ¿La semana pasada? ¿Sólo un minuto tal vez?


Satisface revivir estas dos palabras, si es que son realmente sinceras y profundas. Lamentablemente, muchas veces se utilizan como pañuelos de papel. En demasiadas ocasiones se gastan como autómata rutina, mecánicamente y sin apenas sentir el significado. Se pronuncian como un anuncio.
Ese sublime mensaje, tan tierno y hermoso, se ha estandarizado mucho, hasta el punto de perder toda su esencia y valor. Pero si son conscientes para el que las regala, si es receptiva la persona a la que se dirige, son vocablos que se inmortalizan y nunca pasa el tiempo. Permanecen aleteando en los oídos. Si te lo dicen de corazón muchas veces, alégrate, porque es de las cosas más bonitas que le puede suceder a alguien. Si te lo dicen poco saboréalo, pero reclamálo más veces.
Sé perfectamente que son dos palabras, una declaración de intenciones. Que son los gestos y las acciones quienes deben hablar por ellas. Y si eso es así el mejor cóctel de acompañamiento es el pronunciarlas, invitando a un beso.
Si te has reprimido de vez en cuando en soltar esa magia, en decir esas palabras, no te cortes y hazlo pronto. No sé a qué esperas.
Reclamémos estas dulces palabras. Llegará un día que, por cualquier circunstancia, ya no las pronunciemos o no las oigamos, y tengamos que esperar otra oportunidad. Y hay veces que no hay ni segundas ni terceras oportunidades.
Si te dicen "Te Quiero" bajito, bajito, casi susurrando al oído, imagínatelo GRANDE, como si fueran unas palabras muy altas y hermosas, escritas en MAYÚSCULA.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

lunes, 30 de noviembre de 2009

PENA DE MUERTE

Desde muy pequeño fuí contrario a la pena de muerte. En mis primeros años por intuición, más tarde por convicción. Nunca he entendido la vengativa premisa "ojo por ojo y diente por diente". No existe mayor premeditación y alevosía que ajusticiar, previa condena y a veces sumarísima, a un reo, por muy asesino que sea.
La gama de crueles asesinos ha sido, es y será amplísima. los hay de toda condición y colores. Los asesinos en serie -auténticos psicópatas-, los que quitan la vida en un arrebato o calentón, los que lo hacen en defensa propia, los que protegen su propiedad, los terroristas en honor a una ideología o los que abanderan una religión.
Los romanos eliminaban a los cristianos seguidores de un líder que amenazaba las estructuras imperantes, los cristianos ejecutaban a los moros inventándose una cruzada religiosa que escondía intereses econónicos, los nazis asesinaban a millones de etnias que no eran la aria y los integristas islámicos, en nombre de otro dios, cunden el pánico con sus guerras santas.
Ni las Santas Inquisiciones, ni las grandes cruzadas, ni en nombre de ningún dios que siempre se utiliza en vano, han tratado al prisionero con una mínima dignidad y siempre han prevalecido sus crueles actos antes que la caridad y el perdón, normas aconsejadas en cualquier religión.
El asesino mata, el sádico tortura, el verdugo ejecuta, el violador invade y el maltratador veja. Pues que se aplique, para cada caso, la condena correspondiente pero jamás se hará justicia preconizando una nueva injusticia. Que se resuelvan sentencias ejemplarizantes, largos años de condena, incluso la cadena perpetua para aquellos asesinos cuyos informes pertinentes demuestren que el acusado sigue siendo un peligro en la sociedad.
Pero ningún Estado, sea dictatorial o democrático, puede dar muerte a un condenado. Porque en defensa de la justicia comete la misma atrocidad que empleó el ejecutado. Y no pueden ni deben ponerse nunca al mismo nivel. Es cierto que las víctimas de los asesinos no resucitan nunca y que sus familias no los podrán jamás rescatar. Pero dictar justicia no significa volver a matar.
Que el acusado cumpla largos años de cárcel si es culpable. Si es inocente hay tiempo de por medio para que su caso se revise y pueda ser liberado. Cuántas personas han sido ejecutadas y más tarde se demostró que hubo un error, que no eran ellas, que aparecieron luego los verdaderos culpables. Tampoco en estos casos puede revivirse al injusto ajusticiado.
Durante estos días numerosas organizaciones no gubernamentales, entre ellas Amnistía Internacional, están realizando una campaña a nivel mundial contra la pena de muerte. Muchos ayuntamientos se adhieren a esta noble propuesta con el fin de que las voces más poderosas, las que finalmente deciden, erradiquen esta práctica o disuadan a quienes las apliquen, sugiriendo su abolición.
Si tú, que estás ahora en la otra parte, compartes esta idea me alegraré doblemente, porque ya somos más. Si por el contrario piensas que la pena de muerte está justificada, reflexiona un poco. Si eres creyente ningún Dios justifica tal acción, y si no lo eres, que el culpable envejezca en la cárcel. Tiempo tendrá para arrepentirse o para martirizarse. Pero no nos pongamos, nunca, a su monstruoso nivel. Perderemos nosotros, también, la dignidad.
Música sugerida: ADAGIO. Secret Garden.

viernes, 27 de noviembre de 2009

LA PRUDENCIA

A veces pudiera parecer que soy un moralista y realmente no lo soy. Cada uno tiene su propia moral y sus principios. Estos supuestos dependen mucho más que de la formación, del bagaje educativo o social que hemos adquirido, bien del entorno familiar, bien de nuestra propia experiencia por éste tránsito que es la vida. Yo intento contar avezamientos personales y si alguien los recoge como consejos y le puede servir ya no quedan en saco roto.
Mis letras de hoy van referidas a los riesgos que corremos muchas veces en actividades cotidianas. Y nuestro peor enemigo, casi siempre, es nuestro exceso de confianza. Pensamos a menudo que controlamos la situación y que vamos sobrados, y realmente pienso que, aunque vayamos adquiriendo experiencia, deberíamos actuar siempre con la modestia de los aprendices.
Hace muchos años estuve en el Hospital de la Fe de Valencia como acompañante de un malherido hermano. Durante tres largos meses tres familiares nos rotábamos en las desesperantes guardias de compañía. Un accidente de tráfico destrozó su columna vertebral pero salió de allí. Y salió andando, maltrecho de por vida por una paresia crónica pero regresó a casa por su propio pie.
Sin embargo no todos los enfermos que en aquella estancia conocí corrieron la misma suerte. En la planta de pacientes medulares observé de cerca cómo puede cambiar la vida en un abrir y cerrar de ojos. Tetrapléjicos, parapléjicos, pacientes encamados sin esperanza, familiares sin consuelo y una interminable tristeza agónica.
Pude comprobar cómo se establecían entre los lisiados distintas categorías según su grado de invalidez. De manera que los que peor se encontraban envidiaban a los que tenían una patología menor, y los menos graves se cosolaban al observar las vidas dantescas que a algunos les esperaba.
De modo que diferencié tres clasificaciones de pacientes en esa planta hospitalaria: los que saldrían de allí a pie, ayudados por muletas o andadores, los que lo harían en silla de ruedas, o los que volverían encamados para siempre. Y comprendí qué distancia tan mísera y pequeña puede decidir los destinos de unos y otros. Un simple milímetro más para allá que para acá libera o condena. La caprichosa suerte o eso que llamamos el azar puede decidir por nosotros.
Todos los accidentes son evitables. Ocurren por despropósitos. Exceso de confianza, alta velocidad, conducción distraída, alcohol, sustancias que alteran nuestro supuesto dominio...Surge en ocasiones un imprevisto, un animal que se cruza, un vehículo averiado y cruzado, una retención, un desprendimiento, cualquier cosa. Pero como hay que contar con los imprevistos extrememos la prudencia y a menor velocidad mayor capacidad de control.
Lanzarse a una piscina o a una poza sin medir la profundidad, escalar una pared sin el material adecuado, cruzar una calle sin mirar, caminar descuidados en caminos emboscados. Toda prudencia es poca si queremos seguir contando las cosas y vivir más años.
Así que, por favor, si subís a un coche, hacéis deporte de aventuras, trabajáis sin buenas condiciones laborales o simplemente camináis, poner a funcionar todos vuestros sentidos y activar vuestro sistema de alerta. Y que nos sigamos encontrando por los caminos empedrados o, en este blog, El diván del Desencanto.
Música sugerida: TAJABONE. Ismael Lo.

jueves, 26 de noviembre de 2009

LA SEPARACIÓN

Hoy existen, tristemente, los Eres. Son los conocidos expedientes de regulación de empleo. Antes de esta nueva terminología las empresas en crisis, muchas las disimulaban, hacían la también triste suspensión de pagos. Hace veintiún años escribí el texto que relato a continuación. No existían los Eres ni las suspensiones de pagos pero mucha gente de aquí se tenía que marchar allende nuestras fronteras a buscarse el pan. No eran los inmigrantes que venían y a los que muchos vecinos nuestros les entra el repelús y vomitan xonofobia. Es la historia de un español que, como otros muchos, tuvieron que marcharse para ahuyentar el asco y dignificar su vida. Y como bastante tristes son las partidas y sus despedidas sólo quise reflejar ese último abrazo con su pareja. Porque lo único hermoso de una despedida es ese abrazo intenso lleno de dolor, y de amor. Y he aquí esa tierna historia de un amigo que se marchó y del que fuí testigo en el último adiós.
" La besó en el jardín cogidos de la cintura, en una soleada mañana antes de partir el tren. ¿por qué me gustarán tanto los trenes?
Ella entornó los ojos mientras que, con su boca apresurada, apresó los labios de él. Se fundieron en un interminable pero limitado abrazo. Cerca del sauce y bajo su sombra, sin despegarse ni un ápice de distancia, se dijeron las últimas palabras. Palabras que salían más del alma y de la hirviente sangre que de la garganta.
Se miraron otro instante y sin el más ligero parpadeo. El último de los instantes con su mirada final. Él le alisó con ternura temblorosa el cabello y ella le censuró una lágrima. Una lágrima incontenida que secó con su pañuelo. Como consuelo y deseo le pronunció el último "te quiero" y él se abrasó por dentro.
El andar dudoso -por si quedarse o partir- de espaldas y con la bolsa de viaje nubló definitivamente sus ojos y se le perdió la mirada.
La mañana era blanca, lúcida, limpia y soleada. Más, qué torpeza la suya, ni reparó en ella y la recordó durante años turbia y molesta. Luego fuí yo quien acompañó a ese hombre muerto de miedo e inundado de sollozos. Empezaba su aventura y prometió su regreso".
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

miércoles, 25 de noviembre de 2009

¡ TIERRA, TRÁGAME!

Hace ya muchos años, tendría quien escribe quince o dieciséis, me desplacé con un amigo a una zona costera para pasar el día y pegarnos el agradable capuzón. Era agosto y cogimos temprano el tren para la capital, y desde la terminal una buena caminata hasta la playa más próxima. De regreso preferimos coger el autobús hasta la estación. Y allí, en ese transporte público, experimenté mi primera gran vergüenza.
Es una situación normal que en pleno mes estival y en lugares turísticos y de playa hayan aglomeraciones para todo. Para coger sitio cerca de la orilla y dejar la toalla, para tomarte una cocacola en un chiringito o para coger un autobús de línea. De manera que para tomar el bus hubo ya una cola interminable de gentes de distintas edades y sofocadas por el calor. Mi acompañante accede al autobús antes que yo y detrás de él una señora que me pareció muy mayor, y enlutada.
En la capital ya se habían instalado en los autobuses esas barras giratorias que facilitan la entrada, en fila india, al personal que utiliza ese servicio. Hoy está implantado este sistema de las tornas en cualquier lugar: estadios, metros, pabellones, terminales y en un sinfin de sitios.
En mi pueblo no. Jamás había visto un artilugio igual. Y al encontrármelo en ese sudoroso autobús de línea y con tanta gente, impaciente y empujona, deseando acomodarse en sus asientos me puse radicalmente nervioso. Más que preguntarme para qué domonios servía eso me desazonaba por dónde pasó esa mujer anciana que tenía delante. Porque los empujones de los desesperados me distrajo de tal modo que, cuando me quise dar cuenta, tenía el torno giratorio frente a mí.
Esa mujer enlutada ya había pasado a la otra parte. ¿Cómo? Durante unos segundos fue mi gran dilema y un misterio sin resolver. Esa mujer muy entrada en años, encorvada, con una pronunciada joroba y que vacilaba al subir al autocar y en su andar, ¿Por dónde pasó? Por abajo de las barras se me antojaba imposible porque requería de gran habilidad. Por encima de ellas necesitaba de una cierta condición atlética de la que seguro carecía. ¿Por dónde pasó? ¿La alzó algún pasajero por encima del invento? ¿Le ayudó mi acompañante? Y eso no era posible porque lo divisé en un rincón un tanto distraído.
Y mientras me hacía, sorprendido y atónito, todas esas preguntas la cola, acalororada, clamaba ligereza en la entrada, y de la educación se pasó al griterío y la exigencia. ¿Podemos subir ya o nos morimos aquí?
En tales circunstancias y puesto que impulsé esas barras giratorias tanto hacia arriba como hacia abajo sin encontrar la entrada, no tuve más remedio que improvisar y en un acto de agilidad intenté voltear esa extraña maquinaria. Lamentablemente quedé enganchado y en suspensión por esas partes nobles que dicen, no pudiendo ni retroceder ni avanzar.
El escenario que no busqué pero que encontré se me hizo interminable y agónico. La gente que ya había accedido, incluído mi amigo, me miraban sorprendidos. Los que todavía querían entrar estaban endemoniados. Me dijeron de todo lo inmombrable. Chulo, hijo de mala madre, carota, paga como todo el mundo, provinciano, desgraciao.
El conductor y a través del retrovisor, me maldecía. Y eso lo supe al ver, desde lejos, como gesticulaban sus labios. El caso es que cuando por fin logré cruzar esa extraña frontera no sabía dónde esconderme. Todas las miradas me crucificaron. Si disimulaba era estúpido y si me mostraba con naturalidad era imbécil. Mi amigo ni me habló ni me reconoció y yo estaba deseando que la gente se fuera apeando para poder respirar.
Ese día, que recuerdo muy bien, fue el primero en que exclamé "tierra, trágame". Y luego vinieron otros, de los cuales me reservaré siempre el derecho de su publicitación.
Pero, ¿a que no he sido el único? Porque seguro que a todos y a todas nos ha pasado, siquiera alguna vez, algo de lo que hemos sentido vergúenza. Y otras situaciones que nos callamos. Hasta la próxima.
Música sugerida: BECAUSE. The Beatles

martes, 24 de noviembre de 2009

EL DEFECTO

No pudimos decidir nuestra existencia ni elegir el lugar de procedencia. Simplemente somos lo que somos. ¿Estamos? Pues estamos.
Desde que nacimos llevamos encima un ropaje al que llamamos cuerpo. Puede que muchas personas se sientan a gusto con el suyo y presuman de ello. Más la belleza y la salud no son eternas y nos acompañan como un préstamo, como un alquiler. Otras personas no pueden presumir tanto porque les persigue un defecto físico y les ocasiona algún complejo de inferioridad.
Puede que seamos demasiado bajos o altos, delgados u obesos, con vista de ave rapaz o muy miopes, ligeros o cojos, guapos o feos, oradores o tartamudos. Qué más da. Evidentemente que las hay poco afortunadas en cuanto al atractivo o delicadas de salud, celosos de aquellas otras que portan facultades físicas que envidiamos. No importa. No deja de ser algo superfluo y no hay que llevarlo como una carga.
Si alguien no se siente agraciado físicamente que no se atormente. Hoy hay demasiado culto al cuerpo y existen complejos que se pueden aliviar. Y si aún así te delata no sufras. Si alguien se acompleja por algún defecto se puede rebajar el efecto. No importa. Si nos gustara ser de otra forma y no lo somos tampoco importa. Dejémonos de lamentaciones.
Seguro que en nosotros, en tí, sí, tú mismo o misma, tienes algo preciado y precioso dentro de tí que es lo que te hace ser tú. Somos personales e intransferibles. No todo el mundo es un apolo pero desprende inteligencia, simpatía, delicadeza, prudencia, habilidad o sensibilidad. Acepta de una vez por todas las penurias de tu ropaje corporal. Asúmete gordo, flaco, feo, torpe, coja o cualquier otra dificultad que te haga resentirte.
Es el principio. Ten por seguro que tienes muchas otras cosas que ofrecer. Encuéntralas si aún las ignoras y desarrolla esas capacidades escondidas que tienes guardadas dentro de tí. Y muéstralas. Acabarán de ser aceptadas de buen grado.
En esta vida nadie es perfecto. No existe la perfección. Somos seres limitados y aquellos que se sientan superiores van de farol. Puede que sean más altos y guapos, más fuertes y con más recursos. Eso no es suficiente. Probablemente les acompañe el recelo, la desconfianza, el temor o la propia infelicidad. Somos todos imperfectos y nadie se salva de esta sentencia.
Acepta pues lo que ya no puedes remediar y alíviate con las cosas grandes y positivas que seguro llevas dentro. ¿Estamos? Pues si estamos, ¡¡Adelante!!
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

lunes, 23 de noviembre de 2009

LA RISA Y LA SONRISA

¡Qué bueno es reir con mucha frecuencia! Todas las veces que se pueda y cuantas más, mejor. No me refiero a esa risa con sorna y sarcástica donde uno se mofa de cualquier cosa y del mundo mismo. No aludo a la risa con segundas intenciones, sino a la risa sincera. Como es cierto que la vida misma es competitiva, cruel, hostil, poco solidaria y demasiadas veces desagradable, una terapia casi infalible es la risa.
Sirve para liberar adrenalina y además puede ser contagiosa. Incluso en una situación lo suficientemente tensa y solemne soltar una gracia que sea graciosa puede convertir la tensión en algo agradable. Porque si los ojos son los ventanales del alma la risa debe ser el canto del alma. La seriedad debe ser un acompañante esporádico, en tanto la risa una de nuestras mejores virtudes.
Tampoco se trata de ser el payaso o la circense del grupo, pero resulta tan alegre que no hay mejor manera de mantenerse eternamente joven si la llevamos siempre con nosotros. No es verdad que la risa es cosa de niños y que no está recomendada a personas maduras. La risa no tiene edad y estoy convencido que cuanto más se ríe más se vive.
Probarla. Es un ejercicio que requiere de su aprendizaje pero nadie se arrepiente cuando la practica. Muchos insomnios se harían más dulces y llevaderos si nos hemos reído durante el día. Y siempre he pensado que es la mejor Ong particular, no necesitando ni papeles, ni regristros ni subvenciones. Y espanta a los riesgos. Así que, por favor, si un mundo mejor es posible el primer peldaño y sin esfuerzo alguno es atrapar la risa y llevarla con nosotros.
La sonrisa no lleva carcajadas. Es menos gesticulante y más silenciosa que la risa pero igualmente benigna y agradable, tanto para los demás como para nosotros mismos. Y si tenemos un día malo, de esos que dicen y mal dicho que nos hemos levantado con el pie izquierdo, nadie puede pagar los platos rotos. No carguemos nuestro mal día, la decepción o la frustración, que nos solivianta la paz y el sueño, con los demás. Rumiemos en todo caso nuestra tristeza con uno mismo y hagamos el esfuerzo de no trasportar nuestra ira, ni a las personas ni al mobiliario urbano.
Y la mejor forma para espantar nuestros fantasmas es soltar una sonrisa, antes se liberarán las penas.

viernes, 20 de noviembre de 2009

EL MENSAJE

En tiempos muy ancestrales los individuos se comunicaban a voces, y cuando no existía todavía el lenguaje lo hacían con sonidos onomatopéyicos. Voceaban entre las montañas y por los valles, inventando el original eco. Más tarde, con la invención del fuego contactaban con señales de humo.
En la Grecia antigua Filípedes inmortalizó la Marathón cuando recorrió esta localidad con Atenas, 42 kilómetros, para anunciar una victoria sobre los persas poco antes de morir desplomado. En época medieval utilizaban los nobles como mensajería los halcones, y hasta el bueno de Robin Hood se servía de las aves para lanzar consignas de emboscadas.
Luego surgió la revolución del correo postal cuyo transporte era el caballo o las diligencias. Más rápido fue el correo con el ferrocarril hasta que el último grito lo protagonizó el invento del teléfono y el telégrafo, cuya tecnología bautizó el famoso Sos mediante el morse. Pero aún se retornó al viejo recurso de las palomas mensajeras para puntuales operaciones militares, discreción no detectada por el enemigo.
El avión superó en rapidez a los trenes, navíos y palomas aunque nunca pudo competir, por su alto coste, con el teléfono y el telégrafo, ya muy comercializados y asentados en la sociedad. Parecía después que el fax iba a ser el invento definitivo hasta que asomó el móvil, obrándose el último milagro con Internet.
Nuestra especie humana siempre ha tenido la necesidad de comunicarse. Las viejas cartas, la llamada intempestiva, una suplicada urgencia. Y se han comunicado en sucesivas generaciones y desde los tiempos remotos todas aquellas cosas que siguen perdurando. El amor, el desencuentro, la advertencia, el sufrimiento, el reclamo del socorro, la alerta del peligro, la firma de una paz, el genocidio o el último eclipse.
Pero a mí, el mensaje que siempre me ha gustado es el de la botella. Poco ecológico pero muy romántico. Y este vidrio ha servido, muchas veces, de salvavidas bien para el típico náufrago o para el reo fugitivo. Introducir un mensaje en una botella corre sus riesgos. Puede que se hunda, puede ser devorada por un insensato animal acuático o puede que surca los mares o descienda por los ríos y alguien, desde el otro lado, se encuentre con ella. Al fin y al cabo no deja de ser un tributo a la esperanza. Y existen muchas personas, inmersas en su soledad, que lanzan esa botella más que para un presunto rescate, simplemente para que les entiendan.
No obstante, no hacerlo. Bastante contaminados están ya los ríos y los mares para alimentar su suciedad. Existen otras formas para que la gente se cuente cosas. Por ejemplo en un blog. Por ejemplo en El Diván del Desencanto. Salud y abrazos.

jueves, 19 de noviembre de 2009

LA MIRADA

Existe un comentario común, y por lo tanto generalizado, afirmando que la cara es el espejo del alma. Probablemente si esta premisa es tan universal es que será así y el dicho tenga razón. Pero, permitirme la licencia, yo afinaría un poco más y otorgo menos importancia a la cara, pues creo que el secreto está en los ojos. De hecho para proteger la identidad de personas en fotografías o videos se les ocultan los ojos. Porque a mi modo de ver, los ojos son el gran misterio y éstos sí reflejan, más que la cara, los estados de ánimo.
Los ojos vienen a ser como unos grandes ventanales con los colores del arco iris: azules, negros, verdes, marrones, pardos, claros u oscuros. Pueden ser grandes o diminutos, abiertos o achinados, encantadores o inexpresivos. Cuando se abren de par en par y si nos cargamos de una buena dosis de intuición, psicología y paciencia, -y si se dejan ver-, podemos adentrarnos en el misterioso interior del portador de los ojos.
Porque los ojos no son más que el vehículo de la mirada. Y ésta lo dice y delata todo. Las hay, las miradas, frías y cálidas, provocativas y coquetas, insinuantes y seductoras, sinceras y falsas, temerosas y entrañables, frustradas e inolvidables, directas y perdidas y,...las hay también que matan.
No deja de ser estimulante y encantador mirar fija y reflexivamente las miradas de los demás y traspasar el umbral de su córnea para ver que hay detrás. Colarnos por esa ventana e intentar adivinar los pensamientos del otro, e incluso indagar en sus sentimientos. Te invito a practicar esta sana y poco prodigada costumbre aunque a veces se corre algún riesgo. Y si en ocasiones va acompañado de un guiño y éste es correspondido, mejor que mejor.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Y la mirada, ¿has pensado alguna vez por cuántas palabras vale la mirada? ¿Qué haces ahora? ¡¡Ay!! Qué pena me da el que no pueda verte y...más me lamento que no puedas mirarme.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres
Música sugerida: LADY PEPA. Los Pekenikes

miércoles, 18 de noviembre de 2009

EL EXTRANJERO

Mi país fue, hace muchos años, conquistador, y después colonialista. Al igual que otros muchos. No me siento orgulloso de ello porque las conquistas reclutan esclavos y los imperios coloniales espolian recursos. Y esta es la simple historia de que unos pocos países se llamen ricos y otros, que son mayoría, se les conozca como pobres.
Estas injusticias sociales, estas desigualdades económicas, esta locura humana desencadenan los movimientos migratorios. Poblaciones enteras recorren auténticos infiernos en busca de ese paraíso tan lejano y tan perdido que satisface a una mísera parte de la demografía mundial.
Antes la gente emigraba en busca de fortuna. Mi bisabuelo materno mismo cruzó el charco camino de las américas para establecerse allí. Y allí se quedó en los últimos años del siglo XIX, llevándose consigo a su mujer y a sus hijos. Tan sólo dejó una en España, la más pequeña, al cuidado de sus tíos. Y quedó, la ya huérfana criatura, como garantía y compromiso de los padres de que regresarían por ella, una vez echaran sus raíces allí. Jamás volvieron. Mi abuela creció, vivió y crió a otros hijos con el sueño permanente de que un día cualquiera vendrían a por ella. Pero solo recibió cartas, cartas y más cartas. Estamos bien, decían. Iremos a recogerte. Y nunca más supo mi abuela de sus padres, por más que esa santa murió a los ochenta y cinco.
Hoy las migraciones son masivas porque les amenaza el hambre y les tortura la muerte. Y cuando llegan trabajan en faenas que casi nadie quiere trabajar, deambulan buscando el pan y hasta mendigan rebuscando entre las basuras. Se les engaña pagando salarios ilegales, se les maldice, se les olvida y se les rechaza.
No me refiero a esos grupos de extranjeros que se dedican al crimen de las mafias organizadas, a esos indeseables que trafican con armas, con la prostitución, con la venta de mujeres. A estas malas gentes que extorsionan, roban y si es necesario, que siempre es innecesario, hasta matan. A estos individuos después de cumplir la pena carcelaria se les debería expulsar de los países de por vida, para nunca volver.
Yo hago alusión en este texto, y para ellos va el comentario, a esos miles de seres humanos que escapan de la hambruna y de la muerte segura. Personas inocentes y gentes de bien. Personas que buscan un trozo de dignidad, algo que nunca tuvieron la oportunidad ni de conocer ni de saborear. A esas personas que huyen del espanto y prefieren malvivir aquí que morir allí. Porque el hambre cambia de dueño y el sufrimiento no conoce fronteras.
Por todo ello invito, a los que sigáis este blog, a que seamos más humanos y solidarios con estas gentes que a menudo nos encontramos. Que sólo quieren trabajar, llevarse algo a la boca y, aunque sea un sueño, abrazar, por primera vez, la felicidad. Y todo ese sueño en un país que no es el suyo y que les acogió.
Por eso, que es ya suficiente, no les miremos mal. No le llames extranjero.

martes, 17 de noviembre de 2009

EN EL ANDÉN

Te esperaba ansioso en el andén de la estación. Hacía una eternidad que no te veía. Invadido por los recuerdos se me hacía difícil estarme quieto y controlar ese típico "baile de San Vito". Llevaba en el bolsillo tu última carta -desgastada, releída-, en la mente la última conversación telefónica, memorizada hasta sus imaginarias comas y en el corazón zozobra y,...esperanza.
Oí la llegada del tren en sus cercanías. Lo divisé en la distancia. Agosto apretaba. Y yo me perdía en la camisa empapada. Por fin, tras segundos interminables, hizo su entrada en su terminal el tren. Poco después descendían incontables personas con sus bultos, sus niños, sus cestas...
Te advertí en una de las ventanillas. Mis dudas se desvanecieron. Estabas allí. Habías venido. Aspiré. Suspiré. Y fui a tu encuentro. No necesitaba nada. Me sobraba el andén, su tren y el mundo con sus bultos, sus niños y sus cestas.
Se cruzaron en el camino nuestras miradas, nos contagiamos de la misma sonrisa, nuestro lenguaje quedó mudo por el aliento entrecortado, coincidimos en una repentina y misteriosa taquicardia, se nos mojaron los ojos y nos prendimos de la mano.
Nos sobraba todo. El calor, el agobio, las dudas, las penas. Estabas y...bastó.
Texto de los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

lunes, 16 de noviembre de 2009

CORAZONES QUE VEN

Uno de los dichos que siempre me han llamado la atención es ese que reza "ojos que no ven, corazón que no siente". Y yo creo que no es del todo así. Quizás se trata de un mecanismo de defensa y, ante una situación que no podemos ya controlar, cambiamos el chip, intentamos desconectar, procuramos hacernos el sueco o el longui y punto. Si algo luego pasa no queremos saber nada, nuestro papel ya concluyó cuando soltamos ese consejo, y nos liberamos y exculpamos al transmitir nuestra advertencia.
Pero no. Aunque no vaya a pasar nada nos queda una desazón, nos sentimos tan preocupados que no resoplamos hasta que nos confirmen la certeza de que, efectivamente, nada ocurrió. Y si algo pasa, si a pesar del mensaje los temores se confirman, ya nos invade el remordimiento y la impotencia. Porque soy de los que creen que existen lazos umbilicales invisibles y por más larga que sea la distancia, nuestro halo protector viaja más rápido cuanto mayor sea el sentimiento.
La distancia no es una frontera en el que el amor, el cariño o la amistad se detienen. Estos sentimientos humanos tienen pasaporte. Y aunque digamos que no, sabemos que es sí. No somos insensibles a las vidas de esos seres, que aunque lejos, siguen sus caminos. Las personas que queremos siempre estarán con nosotros por más que se encuentren en los confines del mundo, e incluso las que quisimos de alguna forma siguen ahí, por más que siguieron otras sendas. Porque si quisimos algo queda, y quien tuvo retuvo.
Nuestro sentimientos están llenos de discos duros, inmunes a los virus y a la amnesia. Y si rebobinamos en nuestro enter regresamos, volvemos a revivir lo sufrido y a recordar esa felicidad que nos inundó y que se fue. Esos archivos guardados en el alma, que de vez en cuando renacen y brotan, nos susurran que no somos del todo insensibles ni todo se curó. Lo que se vivió, aunque fuese hace mucho tiempo, sigue latiendo entre nosotros.
Y eso ocurre porque a veces no son los ojos los que ven, sino los corazones. Porque los corazones tienen los ojos, unos ojos con vista de largo alcance.
Música sugerida: AVE MUNDI. Rodrigo Leao

viernes, 13 de noviembre de 2009

UN BRINDIS POR LOS QUE SE FUERON Y POR LOS QUE SEGUIMOS

Probablemente la verdad más despiadada e inescrutable cuando nacemos es que vamos a morir. Tenemos ya de por vida unos nombres y apellidos y una fecha de nacimiento oficialmente registrados, datos que nos acompañarán, como una sombra, hasta el final del trayecto. Sabemos, usando el tópico, de donde venimos pero no adónde vamos y lo que es seguro es que tenemos fecha de caducidad.
En este éxodo por estos caminos de Dios, a veces nómadas y casi siempre estables, llega un momento que nos azota el latigazo del espanto. Ese golpe muchas veces traicionero que nos roza o avisa o sacude. Y contra esa amenaza no hay antídoto. Son las reglas del juego, que nos gusten o no, nos toca jugar cuando nos parieron y fuimos ya invitados sin nuestro previo consentimiento.
El caso es que existe la enfermedad, el sufrimiento, el dolor, el pánico. Y existe también ese hachazo repentino que sesga la vida en un minuto. Prepararse para estos golpes es vital para continuar. Es parte también del juego. Nuestra hermosa vida pende de un solo hilo invisible pero que está ahí. Pero no nos asustemos antes de tiempo. Convivamos con ese hilo paralelo con total naturalidad y trazando nuestro propio camino. Un mal día nos atrapará, pero son las reglas del juego.
A veces se nos va un ser querido. Pasa en la vida de cualquier vecino. Y nunca debe suponer esta herida motivo suficiente para sucumbir y entregarnos a la miseria. Es necesario continuar y ser ejemplo y testigo de aquellos que siguen padeciendo. Si la persona tan amada se nos fue no nos revolquemos en el fango. Cada uno, y es una proposición, puede hacer su propio trato. Si quien nos abandonó fue una persona declaradamente triste, que nos sirva entonces de liberación y echemos fuera también la tristeza. Porque no hay que imitar, nunca, conductas viciadas.
Y si, por el contrario, ese ser tan especial se nos marchó de nuestro lado para siempre contagiándonos de vitalidad, entereza y optimismo, no le hagamos un feo. Porque el mejor homenaje y el más hermoso de los recuerdos será coger su estela y abanderarla a los cuatro vientos. Las grandes personas no permitirían nunca nuestra desdicha. Recojamos pues su precioso testimonio, desenterremos su corazón bondadoso y acorazémonos de la alegría que nos legó.
Tras las palabras subyace siempre el mensaje. Sé también que es difícil asimilar con naturalidad estas reglas del juego impuestas por la misma naturaleza. Pero como es de ley que son inamovibles será mejor convivir con ellas con auténtica filosofía. Quien esto escribe también ha perdido entrañables personas en el camino, y algunas en desgraciadas cunetas. Sin embargo no nos queda otra que seguir. Y lo más felices que podamos. Por ellos, aquellos que se nos fueron y por nosotros, que de momento nos quedamos. Y que por sus memorias los recordemos como ejemplos mientras seguimos trazando las siluetas de nuestros caminos.
Os invito pues a un brindis por los que se fueron y por los que seguimos.

jueves, 12 de noviembre de 2009

LAS PREGUNTAS ETERNAS

Una niña de cuatro años preciosa, de ojos vivos y sonrisa acostumbrada, mostrando sus frágiles dientes de leche tras unos labios sonrojados hacía preguntas y preguntas a su padre sobre cualquier cosa y particularidad. Tenía tanta curiosidad y tan ávida por saber que sus continuas preguntas resultaban un rosario incansable. Y a cada paciente respuesta del padre solía ser contestada por la hija con otra monóloga pregunta: ¿y por qué? Y más respuestas teniendo siempre otro por qué encadenado.
Preguntas desde por qué hacen también pipí los perros, a los que tanto adora; por qué los niños no tienen el mismo cuerpo que las niñas; por qué los bebés toman leche y no agua; por qué pegaba una madre a su hija en el mercado; por qué discutían dos hombres en la calle; por qué gritan tanto en algunos programas de televisión; por qué se muere la gente; por qué son las mamás quienes tienen los niños y no los papás,...infinitas preguntas con su correspondiente por qué, siempre inconforme, a cada respuesta.
Porque cuando llega la hora del sueño y el momento adecuado para irse a dormir, el padre, como un ritual sagrado y solemne, le cantaba una nana, un cuento o cualquier historia inventada. Y provocaba un espontáneo diálogo sobre las cosas, sobre la vida, breve pero sin pausas antes de que se eclipsen los ojos de la niña.
La costumbre fue esa misma durante largos años. Hubo luego un larguísimo tiempo donde el padre no tuvo más oportunidad ni ocasión de aposentarse en el lecho de otra criatura para explicarle como entendía el mundo, su mundo.
Pero el paréntesis del tiempo concluyó y ese padre, convertido ya en abuelo, cuenta las mismas cosas y responde a las mismas preguntas que le hace ahora otra niña: su nieta. Más viejo, más cansado pero con la misma paciencia que entonces. Y lo más curioso del asunto es que las preguntas de la pequeña son las mismas, y las respuestas pues casi que también. Será que el mundo, con sus historias, cambia aparentemente pero todo y en su sitio sigue igual y con la misma vigencia que siempre tuvieron las cosas que se suelen preguntar.
Por eso se pregunta ahora el abuelo, ¿tampoco han cambiado las cosas para contar y responder siempre la misma historia?
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres
Música sugerida: AVEC LE TEMPS. Leo Ferré

martes, 10 de noviembre de 2009

LA VISITA INESPERADA

Llegaste como un encanto anunciado. Apareciste como una sombra, sigilosamente, como si nadie advirtiera tu presencia. Entraste en silencio, tímida, como quien no quiere sentirse una molestia. Regresaste como rozando, como un leve viento. Viniste asustada, ansiosa, temerosa y acotada de problemas para tí insuperables. Te acercaste escéptica, desconfiada, dudando en si quedarte o,...marcharte.
Cenaste en casa. Por fin se rompió el hielo. Hablaste y te abriste. La conversación, al son de la música y a la penumbra de la cálida luz, te sirvió de desahogo. Volviste a encontrar en tu camino a esos fieles y viejos aliados. Y con el último bocado, con el último sorbo, con la última lágrima dejaste el último beso y te fuiste imperceptiblemente, como cuando llegaste.
Y desapareciste con esa sonrisa, con esa mirada, con esa palabra entrecortada, -con un nudo en la garganta-, y de refilón, casi de espaldas, como un soplo y con el rabillo del ojo lleno de esperanza.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

sábado, 7 de noviembre de 2009

LA HEROICIDAD ENGAÑOSA

Ocurre a menudo que el anonimato es un fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. En las grandes ciudades por ejemplo viven y deambulan miles de personas de un sitio a otro, aceleradas por las prisas, esclavas del tiempo, con sus mp3 ó 4, sus periódicos y sus miradas perdidas. No existen ni los nombres ni los apellidos y nadie conoce a nadie, ni siquiera en grandes comunidades de vecinos.

Y si éste es el panorama entre personas denominadas ciudadanas no es sorprendente que se prescinda del saludo, y que un buenos días o buenas noches resulte un gesto inútil, siendo todavía más ridículo preguntar a alguien un ¿cómo estás? Se acaba pues imponiendo ese triste estilo del "yo primero y el que venga detrás"... Condenados entonces a ese mutismo social, y no es exagerado si hablamos de autismo generalizado, nadie va a realizar el mínimo gesto para hacerle un guiño a la cortesía, ni para ser respetuoso con lo ajeno y los dueños de lo ajeno, y nadie debe de preocuparse por nada, ni de nada ni de nadie.

Sin embargo sucede, a veces, que surge una situación extrema, límite, imprevista e inoportuna. Una catástrofe natural, un incendio devastador, un vandálico acto terrorista o un indeseado accidente de tráfico puede movilizar en pocos minutos a una legión de voluntarios anónimos prestos al socorro, al servicio e incluso a la heroicidad. Resulta que en estas situaciones insólitas se despierta la fibra sensible, se eriza la piel, el golpeo del corazón se hace más humano y nos movilizamos sin reparar los riesgos. Se actúa porque sí, por institivo acto reflejo y sin pensar siquiera un segundo si saldremos de ésta nosotros también.

Estos esfuerzos solidarios, estas entregas generosas, esos impulsos comprometidos sin conocer al agraviado o a la víctima son gestos hermosos, altruístas y auténticamente humanos. Comulgamos en esos instantes con el dicho "hoy por vosotros y mañana por nosotros". Pero no deja de ser contradictorio que la sensibilidad humana aparezca solamente en tan puntuales ocasiones.
Porque tras la tormenta vuelve la calma, con el sosiego ya se olvida el detalle heroico y la genial actitud y la normalidad gira a la vida que sigue igual. Regresa entonces el saludo inexistente, el ego en nuestro camino, el anonimato silencioso y desaparece, de nuevo, cualquier intento de un guiño agradable a las personas sin nombres ni apellidos.
La heroicidad es digna de todo elogio. Pero ese arrojo tan puntual y "reportero" es un tanto engañoso. Porque podemos ser muy valientes y audaces en cada una de las hojas del calendario, sin hacer ruido, sin salir en la foto y sin dejarnos la piel. Basta con que seamos amables con quien no conocemos y nos preocupemos un poco por esos seres ajenos sin preguntarnos nada y sin que nadie nos pregunte.

jueves, 5 de noviembre de 2009

EL ZAPATO RELLENO

Cuando tenía ocho años hice, como todos los niños y niñas de esa edad, la primera comunión. Con las prisas, y más los nervios del irrepetible evento, mi madre estrajo los papeles que dan forma a los zapatos antes de estrenar, sacó los de mayor bulto pero del par derecho olvidó un manojillo de papel casi insignificante.
Comento el casi porque para mí resultó llevar un trozo considerable, situación que llevé con resignación, quejas no atendidas y unas horas de gran incomodad. Repetía insistentemente que me hacía daño pero me respondía mi madre, inquieta, que era normal porque eran nuevos, que con el uso cederán y que, además, era mi número.
Recuerdo que pasé una misa para no olvidar, que comulgué sin mucha gana, que ya empezaba a cojear, y los familiares me acusaban de que ya estaba haciendo el tonto. Ya en el salón del convite, por cierto taza de chocolate y bollos para los acompañantes, el fotógrafo contratado hizo un carrusel de fotos de las que se hacían antes, máquina con trípode y con un flash cuando apretaba el botón. Y no faltaba la frase "mirar al pajarito", o "sonríe".
Una buena serie para mí solo, otra con los acompañantes, familia cercana, padres, abuelos, primos y demás invitados. Y yo con mi traje de marinero, mi misal, mi rosario y mis zapatos nuevos. "Ponte alegre que hoy es el día más feliz de tu vida", que es lo que se solía decir en esas primeras comuniones. Yo, aplicado, sonreía aunque el dolor y la cojera ya era evidente. Tras las horas pasadas y al regresar a casa, mi madre me abrazó al descalzarme. "Pero si el dedo pequeño se te ha doblado". Sí doblado y encogido, ya de por vida.
Este hecho y este texto me sugiere que en la vida, muchas veces actuamos contranátura. Y nos obligan a manifestar un estado de ánimo que no se corresponde con la situación actual. Será preocupante si en vez de ponernos esa máscara falsa sólo muy puntualmente, nos la ponemos como cotidiana costumbre. Ya sea en el trabajo, en nuestro entorno o en nuestras relaciones sociales. Porque hay quienes no se quitaron la careta nunca y morirán con ella.
Así que invito, desde aquí, a que seamos lo más sinceros posibles, aunque descuadremos una foto. En todo caso siempre me queda, a mí, ese recurso del diván del desencanto.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

LOS BESOS

Dicen que un beso, en la boca, es una transmisión de microbios; más ahora y después de reactualizar el texto, parece que da repelús con el tema de la gripe A. Tampoco sería conveniente con el virus de toda la vida, ese que nombran como estacional. Y también aparco esos besos de obligado cumplimiento, maniatados por un convencional protocolo y que resultan más sonoros que intensos: muah, muah..., de éstos ya me ocuparé en otro comentario.
Me refiero a los besos que, mudos, hablan de amor. También el dicho popular comenta que la española besa de verdad y, además, que no se lo dan a cualquiera. Se dicen muchas cosas sobre el beso. Y en ocasiones abundan más los frívolos y teatreros que los que siempre hemos pensado que son de verdad.
En todo caso, un beso, con el alma encendida y sincera, es siempre el telón de una despedida, el saludo de un encuentro. Un simple pero auténtico beso puede reconciliar posturas, acabar con una discusión, tender sentimientos; siempre que sea compartido. Un beso invita. Puede ser el preámbulo del amor, la antesala del abrazo. Un beso bien ofrecido es una esperanza, bien recibido un regalo, y si es compartido un paréntesis en ese loco caminar del tiempo.
Y mejor que un beso de amor, lo es ese beso interminable.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres
Música sugerida: (JUST LIKE) STARKING OVER. Jhon Lennon

martes, 3 de noviembre de 2009

LA PAREJA

Ella padece una extraña enfermedad y con distintas patologías asociadas. Delicada su vista, torpe en sus andares, descoordinados sus movimientos pero de expresión alegre. Nació mal hecha y sigue caminando encorvada y torcida. Tiene treinta años, el cabello rubio, su tez blanca, los ojos entrañablemente azules y una sonrisa permanente.
Él es un poco menos joven, pero comparte con ella problemas serios en sus movimientos por una lesión progresiva. Necesita siempre con él, y a su lado, un ágil bastón. También tiene problemas con su lenguaje, pues le cuesta articular las palabras, esas palabras tan necesarias. Es serio, introvertido y reservado.
Viven los dos en un centro de discapacitados psíquicos en régimen de residencia. Y se conocen desde hace algún tiempo.
Y,... Cosas de los encuentros, empezaron a conocerse.
Cosas del corazón, comenzaron a gustarse.
Cosas de la vida, sintieron enamorarse.
Cosas del amor, aprendieron a quererse.
Y qué placer me invade cuando observo, disimuladamente y como que no va conmigo la cosa, cómo se miran; cómo se hablan, -ellos, que les cuesta tanto-; cómo se comunican redescubriendo un milagro y en medio del silencio, casi sin frases, sin palabras; cómo se recrean en el misterio de las miradas..., esas miradas a veces perdidas.
Qué sensación me produce cuando van cogidos de la mano, vacilando, por ese sinuoso pasillo. Y... cómo se me agranda el corazón cuando se despiden con un tímido y torpe beso.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

domingo, 1 de noviembre de 2009

ALAS DE CRISTAL

Si han caído civilizaciones antiguas, si se han desplomado grandes imperios, si se han diluido sólidos sistemas políticos, -casi inamovibles-, si se derrumbó el muro de Berlín y, más recientemente, importantes redes financieras, ¿cómo nos sentimos tan seguros? Si se han evaporado las torres más altas y el mundo está construído sobre un castillo de naipes, ¿por qué tenemos la soberbia de pensar que lo tenemos todo y todo está bajo control?
Es bueno soñar, lícito planificar episodios para el futuro y es hasta recomendable dar un repaso al bienestar de nuestras obligaciones cotidianas, pero siempre con la sensación de la caducidad, de que las cosas son efímeras y la vida un tránsito fugaz.
No nos engañemos si pensamos que vivimos ejerciendo un dominio y que todo a nuesro alcance está supervisado. El ser humano es un ser inteligente pero limitado, es un ser que nombra a Dios en múltiples ocasiones y casi siempre en vano. Se le presupone libre pero es esclavo de un acoso sistemático de un mercantilismo camufaldo hasta lo invisible. Cree que alcanza una felicidad creada y cuando la roza se le hace más inancanzable, porque las expectativas iniciales aumentaron su nivel de exigencia. Se adentra en un laberinto de desajustes que generan más ansiedad y más frustración. Y cada escala de valores, muy personales, van mudando de casa y de peldaño. Acabamos por deambular en la vida como almas en pena, casi mendigando el calor, el cariño y la estima.
No no engañemos. Creemos ser libres y gritamos libertad. Y nos montamos en una aureola de sueños imposibles dejando una estela de desengaños en nuestra huída. Ansiamos volar y tenemos las alas averiadas y cuando queremos gritar se pierden nuestras voces, olvidadas, en los ecos que se pierden en los conductos de la lejanía.
No somos tan fuertes, porque al mínimo temblor palpitamos con él. Tampoco somos tan longevos, porque cualquier día nos roza la desgracia y sucumbimos con ella. Nunca volaremos alto, -ni siquiera en nuestros libres sueños-, porque nos imanan las raíces de nuestra tierra y, qué contrariedad, nos desplazamos con hélices de papel. Pero hay que seguir, no nos queda otra. Hay que seguir hasta el final de cada uno, con las fuerzas que le queden y aleteando nuestras frágiles alas de cristal.
Música sugerida: MARIPOSA TRAICIONERA. Maná

viernes, 30 de octubre de 2009

AQUELLOS AÑOS EN BLANCO Y NEGRO

Han pasado la friolera de cuarenta años. Éramos entonces una pequeña y típica pandilla de la infancia. De esas que se forman tan espontáneamente cuando se desconce la vergüenza, la malicia y, la vida. Imberbes todavía, con pantalones cortos y con flequillos de chiquillos de la época, comenzamos a descubrir y andar por esas sendas de la amistad. Empezamos a conocer lo que los amigos suelen compartir, las reglas del juego por las que se rigen todas las pandillas, los secretos todavía protegidos por la inocencia, el obligado respeto y la sagrada lealtad.
Después del colegio cualquier rincón de la calle nos esperaba. servía una explanada, un solar, incluso una esquina. Tan sólo significaba un espacio donde poder hablar, contarnos cosas y también, por qué no, gastarnos bromas. Cualquier sitio era un buen punto de partida para recorrer el pueblo. Las calles eran nuestras, poseídas por los adolescentes que, como nosotros, todavía ignorábamos los peligros del tráfico de los coches. El otro tráfico, el del narcotráfico aún tardó en llegar, afortunadamente. Escasos vehículos pero cuánto miedo con los claxon, por lo que suponían de tan poco familiares.
La calle seguía siendo nuestra y era nuestro parque natural, nuestro lugar de recreo. Podíamos desplazarnos de un sitio a otro en dos zancadas casi sin necesidad de mirar, ni a derecha ni a izquierda, y nuestro límite sólo lo marcaba el caer la noche. Así todos los días y no existía ni el abatimiento ni el aburrimiento. Los sábados se localizaba un descampado o un antiguo vertedero y a dar patadas al balón.
Los domingos era otra cosa. Seguíamos con las piernas descubiertas y con esos pantalones cortos, pero ya la ropa era más propicia para ese festivo esperado y porque era un domingo de verdad. Algunos la corbata, otros la pajarita y los menos presumidos, o con menor condición, con una decente combinación de camisa y chaqueta. Y entre nosotros no había clases sociales, pues cada uno iba como podía. Y nosotros, en aquella época, no nos mirábamos las ropas, nos mirábamos los ojos, que decían que escondían el alma.
Mi madre, a mi hermano y a mí, nos peinaba esos domingos como nunca, y a falta de las inexistentes colonias nos sazonaba con limón. Pero luego no éramos los únicos, en esos encuentros festivos, con el mismo tratamiento peluquero y cabelludo. Pero cualquier mejora de aspecto y maquillaje no ocultaba jamás nuestra compartida vergüenza al salpicarnos los colores cuando nos miraban esas chicas que nos gustaban. Porque esas insinuantes miradas, las de ellas, nos delataban. A partir de ese simple gesto mirábamos hacia otra parte al no poder compartir el reto firme de mirada contra mirada. Nos ganaban la batalla y acabámos exhibiendo esa timidez casi blasfema, descubríamos el rojo en nuestros rostros y nos mordíamos las uñas, ya vencidos, no sé si por la ansiedad descubierta o por la impotencia de lo imposible.
De un verano a otro crecíamos un palmo más del suelo. Ya empezaba a despuntar la barba y teníamos mostachos en el bigote. En algunos la voz ya no era la misma angelical de hace dos días, pues era de trueno, ronca y bastante desconocida. Pero el fulano era el mismo. Los mismos ojos, la misma cara, el mismo alma.
Las calles, entonces, eran nuestras. Hoy ya no es nada lo mismo; y hoy la amistad aún no se ha perdido. Pero unos se han quedado definitivamente calvos, otros empezamos a cultivar las canas, y juntos pero separados, ya nos adentramos en el club de la vida: esa cosa que parece una espiral con rectas interminables, curvas temerarias, tirabuzones de vértigo, adoquines puntiagudos y jardines con espinas; y de vez en cuando oasis relajantes y remansos de paz que llamamos felicidad.
De algunos ya no sé de ellos desde hace tiempo y de otros no queda casi relación. Son pocos, muy pocos, los que aún reinventamos el abrazo viejo y esa mirada fija, aún no perdida, donde todavía redescubrimos esas olvidadas voces angelicales y nos seguimos dibujando las siluetas de esos pelos peluqueros y cabelludos.
Pero cuando el tiempo y el azar nos provoque el reencuentro estoy seguro que el buen recuerdo y la vieja lealtad aflorarán por los poros. Aunque no seamos los mismos. Pero el estrechón de manos y el abrazo tierno nos rebrotarán al principio de nuestro principio.
* Texto de Los Secretos de la Noche
*Autor: Juan José Torres
*Música sugerida: BALADA PARA 5 INSTRUMENTOS. G. Moustaki