jueves, 19 de enero de 2012

ISMAEL SERRANO

Estimado Ismael:

Como bien sabes, la revolución más espectacular de la era moderna la representan las comunicaciones, más concretamente Internet. Es verdad que esta ventana universal ofrece todo tipo de información y también de entretenimientos, siendo una herramienta muy útil para unos y un desperdicio de tiempo para otros. Existen páginas indeseables donde pululan los engaños y desengaños, los timos, las tomaduras de pelo, la explícita violencia o las páginas de repugnantes pederastas, por no comentar la invasión publicitaria que nos come la pantalla cuando algo de verdad interesa; pero también sirve como utensilio para la instrucción, para el conocimiento, para la amistad y para el encuentro.

Hace muchos años llegó a mis manos un CD con temas tuyos. Me sirvió para abrir horizontes y salir de mis esquemas, preciosos ellos, de los consagrados Llach, Serrat, Prada y demás personalidades musicales que acapararon tantos años desde los tiempos inmemoriales de los coletazos del franquismo. Así que empecé a escuchar tus músicas y tus letras como los aleteos que proporcionan los aires frescos.

Pero antes que yo ya sabían de ti mis pequeñas hijas, quizás por eso me resultó más fácil pinchar tus cantos mientras escribía, leía o trabajaba. Hace como diez años, paseando por la cercana Almansa el placer de un domingo tranquilo y en familia, descubrimos que actuabas en el patio de aquel ayuntamiento y la sorpresa fue tan agradable que cambiamos los planes de vuelta para asistir al concierto. Un precioso recital donde disfrutamos de la cercanía y la ternura, como esos regalos que recibes cuando menos se esperan. Poco después te vimos también actuar en mi ciudad, en el Teatro Chapí, dándole una alegría a los oídos, a los ojos sin pestañeos y a los corazones emocionados.

El caso es que una de mis hijas, la más pequeña, se interesó por un grupo de fans tuyos que se creó en Internet; de ahí las alusiones del primer párrafo como prólogo. Ella entabló amistad con mucha gente, de esta parte del mundo y de la otra; y hace casi cinco años se trasladó seis meses a Buenos Aires donde compartió vivencias y amistad con una bonaerense de ese mismo grupo de admiradoras.

La argentina, que también asistió a tus conciertos en los teatros porteños, estuvo hace unas semanas por aquí, en nuestra casa, como devolviendo la visita, y resultó tan encantadora como cuando se sueñan encuentros imposibles o se desean los mejores finales de los hermosos cuentos. Por eso, admirado Ismael, he querido dejar testimonio, certificación pública, de las ventajas que a veces deparan estos contactos informáticos cuando pueden unir tanto a personas tan lejanas y distantes.

Y darte las gracias a ti, también públicas, porque cantar a un público en directo o escuchar tus canciones sentado en un sofá tiene también un impagable desafío: el sentimiento de que muchas personas anónimas, pero con nombres y apellidos, se conozcan, se estimen y compartan trocitos de su vida porque tú, quizás sin saberlo, las uniste. Gracias Ismael por tu humanidad, que conviertes en palabras y por tus melodías, que transformas en sueños. Y por nuestra amistad en Facebook.

Música sugerida: VINE DEL NORTE. Ismael Serrano

sábado, 7 de enero de 2012

JUEGO DE MANOS

Como suelo ser buen observador a falta de otros recursos, me fijo básicamente en la forma de andar de las gentes en primer lugar, después en su perfil general, más tarde en las manos y, si el observado me lo permite, en los ojos, en su boca, en su cara. Después llega el descubrimiento, a veces mágico y en ocasiones desafortunado, de escuchar sus voces y lo que dicen, que es lo que cuentan y narran sus almas.

Últimamente contemplo mucho las manos de quienes no han pegado golpe en su vida, que es una expresión muy común por aquí. Vida puñetera para los que más rodean a estos ejemplares y plácida para los del objeto de esta entrada; porque mientras unos disfrutan de su apatía de nacimiento otros, los que por rangos de familia o por amistad conviven a menudo con ellos, sufren con vergüenza ajena y con demasiada impotencia la vida de cuentista que cuenta historias, cuentos y heroicidades colgado de sus propias musarañas.

Porque hay que ver cómo se lo monta mucha gente, que les da acidez coger una azada o buscar su primer empleo, a estas alturas, con cincuenta años. Si no han trabajado nunca y siempre por culpa de los demás, crean su papel de víctimas y mártires de una sociedad acosadora y hostil con su inmaculada sensibilidad. Dramaturgos de la vida que lloran cuando hay que pedir y se ríen de los demás cuando se consuelan en la abundancia.

Hay quienes no sacan jamás las manos de sus bolsillos, quizás porque si las sacaran no sabrían que hacer con ellas tras tantos años de tenerlas quietecitas. Y cuando sucede que no las tienen en las faltriqueras, porque jamás se destetaron para ser libres, no saben qué hacer con ellas. Las dejan caer como cuando se descuelga algo de peso, las juntan para no sentirse solas una de la otra, las agitan sin control y sin saber dónde reposarlas, hasta que las cobijan de nuevo en los saquillos. Algunos las dejan en suspensión por detrás de la espalda mientras caminan, se rozan el trasero con el anverso y el reverso, las alzan para el frente y vuelta a atrás disimulando su extravío.

Otros gesticulan hasta aburrir con ellas y dibujan incluso estelas virtuales en los espacios vacíos. Intentar acompañar, casi festejar, su grandilocuencia en las palabras y ya no sabe uno si mirar hacia la boca que suelta fantasías o las manos que diseñan su vida desocupada de responsabilidades. Posiblemente las manos digan más de las personas que la habilidad de sus lenguas y será entonces por eso que espero impaciente su desenvoltura.

Es verdad que se habla con todo, pero todo acaba por delatarse. Así que sueño un día tras otro con manos tranquilas de trabajos bien hechos, seguras de haber cumplido, amigas para el sincero abrazo y tiernas para la ayuda. Los juegos de artificios y las expertas en malabares se las dejo a los artistas. Me gustan las manos sencillas cuyos vocabularios no me dejen bizco, que yo con los ojos trasojados no me entero de nada; por eso os ofrezco mis manos de vagabundo.

Música sugerida: VAGABOND. One Hour Before The Trip

jueves, 5 de enero de 2012

MIS LEJANOS REYES MAGOS

Perdónenme sus Majestades la confianza, pero perdí la costumbre de escribirles hace ya muchos años, cuando la vida empezó a abrirme los ojos y a bostezar con añoranza los hermosos recuerdos de la niñez. Si quieren que les diga la verdad empecé a sospechar de ustedes cuando, siendo yo pequeño, churumbeles de mi edad, vecinos o compañeros de clase recibían mejores regalos que los que obtenía yo en mi casa, y prometo por mi honor que sus comportamientos eran bastante menos ejemplarizantes que los míos. Sí, todo el año escuchando a mis padres que me portara bien si quería que los Reyes de Oriente complacieran mis peticiones, y reiterando las advertencias a modo de ultimátum, que no tuve otra opción que proceder adecuadamente por narices. Sabía que si no era digno de regalos me traerían el odioso carbón.

Las amenazas de mis padres, más que consejos, como todos los padres y madres del mundo, estaban planificadas no para enderezarnos en un camino de virtudes, sino para que la lógica hiperactividad, acompañada de travesuras, no diera mucho el coñazo durante el año, más aún en períodos navideños donde se anhela especialmente la paz y el descanso. A esa estrategia se le llama hoy chantaje emocional, no existiendo en aquellos años la figura del Defensor del Menor, cuya ayuda me habría servido una barbaridad. No quisiera aburrirles con mis lamentos que a estas alturas no tienen ningún sentido, pero es verdad que ustedes me trajeron cosas más ruines que a otros de mi edad y bastante más desobedientes que este servidor.

Y eso que me esmeraba en las cartas a sus Majestades, afición nada recompensada que por lo menos me sirvió para aplicarme en la escritura. En fin Mágica Realeza, más de una vez me sentí timado y a cada expectación impagable de noche de Reyes me llevaba una decepción al día siguiente, desengaño fugaz al comprobar que no era el único, pues mis hermanos andaban a la par. Llegaron a recordarme a “Bienvenido Mr. Marshall” por sus apresuradas apariciones. Puede que tanto chasco reiterado formara en mí ese carácter desesperanzado, que hoy titulan mis columnas los desencantos que escribo. No les echo toda la culpa, pero comprendan ustedes que con tanta carroza llena de regalos, tantos pajes trajinados y con bolsas, tanto saludo cariñoso lanzando besos y sonrisas a los niños, tanta espectacularidad en la cabalgata, con los municipales abriendo el desfile, pues qué quieren que les diga, uno se lo cree.

Luego nos teníamos que acostar temprano, dejar los zapatos en el balcón, un poco de mazapán para mostrar gratitud y algo de calabaza para los camellos. A este ritual sigue el insomnio, porque a ver quién es el guapo que duerme controlando la ansiedad. No hay que olvidar que se acercaba el momento más ilusionante del mundo. Así que, cuando eran mis hijas pequeñas les advertí que no se fiaran mucho: si caía algo complaciente, bien; si no, también. Y no me arrepentí. Sigan ustedes con el papel de magos, pero hoy son ellas, mis hijas, las que regalan mis sueños.

Música sugerida: THE WORLD WE KNEW. Sara Lov