lunes, 30 de noviembre de 2009

PENA DE MUERTE

Desde muy pequeño fuí contrario a la pena de muerte. En mis primeros años por intuición, más tarde por convicción. Nunca he entendido la vengativa premisa "ojo por ojo y diente por diente". No existe mayor premeditación y alevosía que ajusticiar, previa condena y a veces sumarísima, a un reo, por muy asesino que sea.
La gama de crueles asesinos ha sido, es y será amplísima. los hay de toda condición y colores. Los asesinos en serie -auténticos psicópatas-, los que quitan la vida en un arrebato o calentón, los que lo hacen en defensa propia, los que protegen su propiedad, los terroristas en honor a una ideología o los que abanderan una religión.
Los romanos eliminaban a los cristianos seguidores de un líder que amenazaba las estructuras imperantes, los cristianos ejecutaban a los moros inventándose una cruzada religiosa que escondía intereses econónicos, los nazis asesinaban a millones de etnias que no eran la aria y los integristas islámicos, en nombre de otro dios, cunden el pánico con sus guerras santas.
Ni las Santas Inquisiciones, ni las grandes cruzadas, ni en nombre de ningún dios que siempre se utiliza en vano, han tratado al prisionero con una mínima dignidad y siempre han prevalecido sus crueles actos antes que la caridad y el perdón, normas aconsejadas en cualquier religión.
El asesino mata, el sádico tortura, el verdugo ejecuta, el violador invade y el maltratador veja. Pues que se aplique, para cada caso, la condena correspondiente pero jamás se hará justicia preconizando una nueva injusticia. Que se resuelvan sentencias ejemplarizantes, largos años de condena, incluso la cadena perpetua para aquellos asesinos cuyos informes pertinentes demuestren que el acusado sigue siendo un peligro en la sociedad.
Pero ningún Estado, sea dictatorial o democrático, puede dar muerte a un condenado. Porque en defensa de la justicia comete la misma atrocidad que empleó el ejecutado. Y no pueden ni deben ponerse nunca al mismo nivel. Es cierto que las víctimas de los asesinos no resucitan nunca y que sus familias no los podrán jamás rescatar. Pero dictar justicia no significa volver a matar.
Que el acusado cumpla largos años de cárcel si es culpable. Si es inocente hay tiempo de por medio para que su caso se revise y pueda ser liberado. Cuántas personas han sido ejecutadas y más tarde se demostró que hubo un error, que no eran ellas, que aparecieron luego los verdaderos culpables. Tampoco en estos casos puede revivirse al injusto ajusticiado.
Durante estos días numerosas organizaciones no gubernamentales, entre ellas Amnistía Internacional, están realizando una campaña a nivel mundial contra la pena de muerte. Muchos ayuntamientos se adhieren a esta noble propuesta con el fin de que las voces más poderosas, las que finalmente deciden, erradiquen esta práctica o disuadan a quienes las apliquen, sugiriendo su abolición.
Si tú, que estás ahora en la otra parte, compartes esta idea me alegraré doblemente, porque ya somos más. Si por el contrario piensas que la pena de muerte está justificada, reflexiona un poco. Si eres creyente ningún Dios justifica tal acción, y si no lo eres, que el culpable envejezca en la cárcel. Tiempo tendrá para arrepentirse o para martirizarse. Pero no nos pongamos, nunca, a su monstruoso nivel. Perderemos nosotros, también, la dignidad.
Música sugerida: ADAGIO. Secret Garden.

viernes, 27 de noviembre de 2009

LA PRUDENCIA

A veces pudiera parecer que soy un moralista y realmente no lo soy. Cada uno tiene su propia moral y sus principios. Estos supuestos dependen mucho más que de la formación, del bagaje educativo o social que hemos adquirido, bien del entorno familiar, bien de nuestra propia experiencia por éste tránsito que es la vida. Yo intento contar avezamientos personales y si alguien los recoge como consejos y le puede servir ya no quedan en saco roto.
Mis letras de hoy van referidas a los riesgos que corremos muchas veces en actividades cotidianas. Y nuestro peor enemigo, casi siempre, es nuestro exceso de confianza. Pensamos a menudo que controlamos la situación y que vamos sobrados, y realmente pienso que, aunque vayamos adquiriendo experiencia, deberíamos actuar siempre con la modestia de los aprendices.
Hace muchos años estuve en el Hospital de la Fe de Valencia como acompañante de un malherido hermano. Durante tres largos meses tres familiares nos rotábamos en las desesperantes guardias de compañía. Un accidente de tráfico destrozó su columna vertebral pero salió de allí. Y salió andando, maltrecho de por vida por una paresia crónica pero regresó a casa por su propio pie.
Sin embargo no todos los enfermos que en aquella estancia conocí corrieron la misma suerte. En la planta de pacientes medulares observé de cerca cómo puede cambiar la vida en un abrir y cerrar de ojos. Tetrapléjicos, parapléjicos, pacientes encamados sin esperanza, familiares sin consuelo y una interminable tristeza agónica.
Pude comprobar cómo se establecían entre los lisiados distintas categorías según su grado de invalidez. De manera que los que peor se encontraban envidiaban a los que tenían una patología menor, y los menos graves se cosolaban al observar las vidas dantescas que a algunos les esperaba.
De modo que diferencié tres clasificaciones de pacientes en esa planta hospitalaria: los que saldrían de allí a pie, ayudados por muletas o andadores, los que lo harían en silla de ruedas, o los que volverían encamados para siempre. Y comprendí qué distancia tan mísera y pequeña puede decidir los destinos de unos y otros. Un simple milímetro más para allá que para acá libera o condena. La caprichosa suerte o eso que llamamos el azar puede decidir por nosotros.
Todos los accidentes son evitables. Ocurren por despropósitos. Exceso de confianza, alta velocidad, conducción distraída, alcohol, sustancias que alteran nuestro supuesto dominio...Surge en ocasiones un imprevisto, un animal que se cruza, un vehículo averiado y cruzado, una retención, un desprendimiento, cualquier cosa. Pero como hay que contar con los imprevistos extrememos la prudencia y a menor velocidad mayor capacidad de control.
Lanzarse a una piscina o a una poza sin medir la profundidad, escalar una pared sin el material adecuado, cruzar una calle sin mirar, caminar descuidados en caminos emboscados. Toda prudencia es poca si queremos seguir contando las cosas y vivir más años.
Así que, por favor, si subís a un coche, hacéis deporte de aventuras, trabajáis sin buenas condiciones laborales o simplemente camináis, poner a funcionar todos vuestros sentidos y activar vuestro sistema de alerta. Y que nos sigamos encontrando por los caminos empedrados o, en este blog, El diván del Desencanto.
Música sugerida: TAJABONE. Ismael Lo.

jueves, 26 de noviembre de 2009

LA SEPARACIÓN

Hoy existen, tristemente, los Eres. Son los conocidos expedientes de regulación de empleo. Antes de esta nueva terminología las empresas en crisis, muchas las disimulaban, hacían la también triste suspensión de pagos. Hace veintiún años escribí el texto que relato a continuación. No existían los Eres ni las suspensiones de pagos pero mucha gente de aquí se tenía que marchar allende nuestras fronteras a buscarse el pan. No eran los inmigrantes que venían y a los que muchos vecinos nuestros les entra el repelús y vomitan xonofobia. Es la historia de un español que, como otros muchos, tuvieron que marcharse para ahuyentar el asco y dignificar su vida. Y como bastante tristes son las partidas y sus despedidas sólo quise reflejar ese último abrazo con su pareja. Porque lo único hermoso de una despedida es ese abrazo intenso lleno de dolor, y de amor. Y he aquí esa tierna historia de un amigo que se marchó y del que fuí testigo en el último adiós.
" La besó en el jardín cogidos de la cintura, en una soleada mañana antes de partir el tren. ¿por qué me gustarán tanto los trenes?
Ella entornó los ojos mientras que, con su boca apresurada, apresó los labios de él. Se fundieron en un interminable pero limitado abrazo. Cerca del sauce y bajo su sombra, sin despegarse ni un ápice de distancia, se dijeron las últimas palabras. Palabras que salían más del alma y de la hirviente sangre que de la garganta.
Se miraron otro instante y sin el más ligero parpadeo. El último de los instantes con su mirada final. Él le alisó con ternura temblorosa el cabello y ella le censuró una lágrima. Una lágrima incontenida que secó con su pañuelo. Como consuelo y deseo le pronunció el último "te quiero" y él se abrasó por dentro.
El andar dudoso -por si quedarse o partir- de espaldas y con la bolsa de viaje nubló definitivamente sus ojos y se le perdió la mirada.
La mañana era blanca, lúcida, limpia y soleada. Más, qué torpeza la suya, ni reparó en ella y la recordó durante años turbia y molesta. Luego fuí yo quien acompañó a ese hombre muerto de miedo e inundado de sollozos. Empezaba su aventura y prometió su regreso".
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

miércoles, 25 de noviembre de 2009

¡ TIERRA, TRÁGAME!

Hace ya muchos años, tendría quien escribe quince o dieciséis, me desplacé con un amigo a una zona costera para pasar el día y pegarnos el agradable capuzón. Era agosto y cogimos temprano el tren para la capital, y desde la terminal una buena caminata hasta la playa más próxima. De regreso preferimos coger el autobús hasta la estación. Y allí, en ese transporte público, experimenté mi primera gran vergüenza.
Es una situación normal que en pleno mes estival y en lugares turísticos y de playa hayan aglomeraciones para todo. Para coger sitio cerca de la orilla y dejar la toalla, para tomarte una cocacola en un chiringito o para coger un autobús de línea. De manera que para tomar el bus hubo ya una cola interminable de gentes de distintas edades y sofocadas por el calor. Mi acompañante accede al autobús antes que yo y detrás de él una señora que me pareció muy mayor, y enlutada.
En la capital ya se habían instalado en los autobuses esas barras giratorias que facilitan la entrada, en fila india, al personal que utiliza ese servicio. Hoy está implantado este sistema de las tornas en cualquier lugar: estadios, metros, pabellones, terminales y en un sinfin de sitios.
En mi pueblo no. Jamás había visto un artilugio igual. Y al encontrármelo en ese sudoroso autobús de línea y con tanta gente, impaciente y empujona, deseando acomodarse en sus asientos me puse radicalmente nervioso. Más que preguntarme para qué domonios servía eso me desazonaba por dónde pasó esa mujer anciana que tenía delante. Porque los empujones de los desesperados me distrajo de tal modo que, cuando me quise dar cuenta, tenía el torno giratorio frente a mí.
Esa mujer enlutada ya había pasado a la otra parte. ¿Cómo? Durante unos segundos fue mi gran dilema y un misterio sin resolver. Esa mujer muy entrada en años, encorvada, con una pronunciada joroba y que vacilaba al subir al autocar y en su andar, ¿Por dónde pasó? Por abajo de las barras se me antojaba imposible porque requería de gran habilidad. Por encima de ellas necesitaba de una cierta condición atlética de la que seguro carecía. ¿Por dónde pasó? ¿La alzó algún pasajero por encima del invento? ¿Le ayudó mi acompañante? Y eso no era posible porque lo divisé en un rincón un tanto distraído.
Y mientras me hacía, sorprendido y atónito, todas esas preguntas la cola, acalororada, clamaba ligereza en la entrada, y de la educación se pasó al griterío y la exigencia. ¿Podemos subir ya o nos morimos aquí?
En tales circunstancias y puesto que impulsé esas barras giratorias tanto hacia arriba como hacia abajo sin encontrar la entrada, no tuve más remedio que improvisar y en un acto de agilidad intenté voltear esa extraña maquinaria. Lamentablemente quedé enganchado y en suspensión por esas partes nobles que dicen, no pudiendo ni retroceder ni avanzar.
El escenario que no busqué pero que encontré se me hizo interminable y agónico. La gente que ya había accedido, incluído mi amigo, me miraban sorprendidos. Los que todavía querían entrar estaban endemoniados. Me dijeron de todo lo inmombrable. Chulo, hijo de mala madre, carota, paga como todo el mundo, provinciano, desgraciao.
El conductor y a través del retrovisor, me maldecía. Y eso lo supe al ver, desde lejos, como gesticulaban sus labios. El caso es que cuando por fin logré cruzar esa extraña frontera no sabía dónde esconderme. Todas las miradas me crucificaron. Si disimulaba era estúpido y si me mostraba con naturalidad era imbécil. Mi amigo ni me habló ni me reconoció y yo estaba deseando que la gente se fuera apeando para poder respirar.
Ese día, que recuerdo muy bien, fue el primero en que exclamé "tierra, trágame". Y luego vinieron otros, de los cuales me reservaré siempre el derecho de su publicitación.
Pero, ¿a que no he sido el único? Porque seguro que a todos y a todas nos ha pasado, siquiera alguna vez, algo de lo que hemos sentido vergúenza. Y otras situaciones que nos callamos. Hasta la próxima.
Música sugerida: BECAUSE. The Beatles

martes, 24 de noviembre de 2009

EL DEFECTO

No pudimos decidir nuestra existencia ni elegir el lugar de procedencia. Simplemente somos lo que somos. ¿Estamos? Pues estamos.
Desde que nacimos llevamos encima un ropaje al que llamamos cuerpo. Puede que muchas personas se sientan a gusto con el suyo y presuman de ello. Más la belleza y la salud no son eternas y nos acompañan como un préstamo, como un alquiler. Otras personas no pueden presumir tanto porque les persigue un defecto físico y les ocasiona algún complejo de inferioridad.
Puede que seamos demasiado bajos o altos, delgados u obesos, con vista de ave rapaz o muy miopes, ligeros o cojos, guapos o feos, oradores o tartamudos. Qué más da. Evidentemente que las hay poco afortunadas en cuanto al atractivo o delicadas de salud, celosos de aquellas otras que portan facultades físicas que envidiamos. No importa. No deja de ser algo superfluo y no hay que llevarlo como una carga.
Si alguien no se siente agraciado físicamente que no se atormente. Hoy hay demasiado culto al cuerpo y existen complejos que se pueden aliviar. Y si aún así te delata no sufras. Si alguien se acompleja por algún defecto se puede rebajar el efecto. No importa. Si nos gustara ser de otra forma y no lo somos tampoco importa. Dejémonos de lamentaciones.
Seguro que en nosotros, en tí, sí, tú mismo o misma, tienes algo preciado y precioso dentro de tí que es lo que te hace ser tú. Somos personales e intransferibles. No todo el mundo es un apolo pero desprende inteligencia, simpatía, delicadeza, prudencia, habilidad o sensibilidad. Acepta de una vez por todas las penurias de tu ropaje corporal. Asúmete gordo, flaco, feo, torpe, coja o cualquier otra dificultad que te haga resentirte.
Es el principio. Ten por seguro que tienes muchas otras cosas que ofrecer. Encuéntralas si aún las ignoras y desarrolla esas capacidades escondidas que tienes guardadas dentro de tí. Y muéstralas. Acabarán de ser aceptadas de buen grado.
En esta vida nadie es perfecto. No existe la perfección. Somos seres limitados y aquellos que se sientan superiores van de farol. Puede que sean más altos y guapos, más fuertes y con más recursos. Eso no es suficiente. Probablemente les acompañe el recelo, la desconfianza, el temor o la propia infelicidad. Somos todos imperfectos y nadie se salva de esta sentencia.
Acepta pues lo que ya no puedes remediar y alíviate con las cosas grandes y positivas que seguro llevas dentro. ¿Estamos? Pues si estamos, ¡¡Adelante!!
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

lunes, 23 de noviembre de 2009

LA RISA Y LA SONRISA

¡Qué bueno es reir con mucha frecuencia! Todas las veces que se pueda y cuantas más, mejor. No me refiero a esa risa con sorna y sarcástica donde uno se mofa de cualquier cosa y del mundo mismo. No aludo a la risa con segundas intenciones, sino a la risa sincera. Como es cierto que la vida misma es competitiva, cruel, hostil, poco solidaria y demasiadas veces desagradable, una terapia casi infalible es la risa.
Sirve para liberar adrenalina y además puede ser contagiosa. Incluso en una situación lo suficientemente tensa y solemne soltar una gracia que sea graciosa puede convertir la tensión en algo agradable. Porque si los ojos son los ventanales del alma la risa debe ser el canto del alma. La seriedad debe ser un acompañante esporádico, en tanto la risa una de nuestras mejores virtudes.
Tampoco se trata de ser el payaso o la circense del grupo, pero resulta tan alegre que no hay mejor manera de mantenerse eternamente joven si la llevamos siempre con nosotros. No es verdad que la risa es cosa de niños y que no está recomendada a personas maduras. La risa no tiene edad y estoy convencido que cuanto más se ríe más se vive.
Probarla. Es un ejercicio que requiere de su aprendizaje pero nadie se arrepiente cuando la practica. Muchos insomnios se harían más dulces y llevaderos si nos hemos reído durante el día. Y siempre he pensado que es la mejor Ong particular, no necesitando ni papeles, ni regristros ni subvenciones. Y espanta a los riesgos. Así que, por favor, si un mundo mejor es posible el primer peldaño y sin esfuerzo alguno es atrapar la risa y llevarla con nosotros.
La sonrisa no lleva carcajadas. Es menos gesticulante y más silenciosa que la risa pero igualmente benigna y agradable, tanto para los demás como para nosotros mismos. Y si tenemos un día malo, de esos que dicen y mal dicho que nos hemos levantado con el pie izquierdo, nadie puede pagar los platos rotos. No carguemos nuestro mal día, la decepción o la frustración, que nos solivianta la paz y el sueño, con los demás. Rumiemos en todo caso nuestra tristeza con uno mismo y hagamos el esfuerzo de no trasportar nuestra ira, ni a las personas ni al mobiliario urbano.
Y la mejor forma para espantar nuestros fantasmas es soltar una sonrisa, antes se liberarán las penas.

viernes, 20 de noviembre de 2009

EL MENSAJE

En tiempos muy ancestrales los individuos se comunicaban a voces, y cuando no existía todavía el lenguaje lo hacían con sonidos onomatopéyicos. Voceaban entre las montañas y por los valles, inventando el original eco. Más tarde, con la invención del fuego contactaban con señales de humo.
En la Grecia antigua Filípedes inmortalizó la Marathón cuando recorrió esta localidad con Atenas, 42 kilómetros, para anunciar una victoria sobre los persas poco antes de morir desplomado. En época medieval utilizaban los nobles como mensajería los halcones, y hasta el bueno de Robin Hood se servía de las aves para lanzar consignas de emboscadas.
Luego surgió la revolución del correo postal cuyo transporte era el caballo o las diligencias. Más rápido fue el correo con el ferrocarril hasta que el último grito lo protagonizó el invento del teléfono y el telégrafo, cuya tecnología bautizó el famoso Sos mediante el morse. Pero aún se retornó al viejo recurso de las palomas mensajeras para puntuales operaciones militares, discreción no detectada por el enemigo.
El avión superó en rapidez a los trenes, navíos y palomas aunque nunca pudo competir, por su alto coste, con el teléfono y el telégrafo, ya muy comercializados y asentados en la sociedad. Parecía después que el fax iba a ser el invento definitivo hasta que asomó el móvil, obrándose el último milagro con Internet.
Nuestra especie humana siempre ha tenido la necesidad de comunicarse. Las viejas cartas, la llamada intempestiva, una suplicada urgencia. Y se han comunicado en sucesivas generaciones y desde los tiempos remotos todas aquellas cosas que siguen perdurando. El amor, el desencuentro, la advertencia, el sufrimiento, el reclamo del socorro, la alerta del peligro, la firma de una paz, el genocidio o el último eclipse.
Pero a mí, el mensaje que siempre me ha gustado es el de la botella. Poco ecológico pero muy romántico. Y este vidrio ha servido, muchas veces, de salvavidas bien para el típico náufrago o para el reo fugitivo. Introducir un mensaje en una botella corre sus riesgos. Puede que se hunda, puede ser devorada por un insensato animal acuático o puede que surca los mares o descienda por los ríos y alguien, desde el otro lado, se encuentre con ella. Al fin y al cabo no deja de ser un tributo a la esperanza. Y existen muchas personas, inmersas en su soledad, que lanzan esa botella más que para un presunto rescate, simplemente para que les entiendan.
No obstante, no hacerlo. Bastante contaminados están ya los ríos y los mares para alimentar su suciedad. Existen otras formas para que la gente se cuente cosas. Por ejemplo en un blog. Por ejemplo en El Diván del Desencanto. Salud y abrazos.

jueves, 19 de noviembre de 2009

LA MIRADA

Existe un comentario común, y por lo tanto generalizado, afirmando que la cara es el espejo del alma. Probablemente si esta premisa es tan universal es que será así y el dicho tenga razón. Pero, permitirme la licencia, yo afinaría un poco más y otorgo menos importancia a la cara, pues creo que el secreto está en los ojos. De hecho para proteger la identidad de personas en fotografías o videos se les ocultan los ojos. Porque a mi modo de ver, los ojos son el gran misterio y éstos sí reflejan, más que la cara, los estados de ánimo.
Los ojos vienen a ser como unos grandes ventanales con los colores del arco iris: azules, negros, verdes, marrones, pardos, claros u oscuros. Pueden ser grandes o diminutos, abiertos o achinados, encantadores o inexpresivos. Cuando se abren de par en par y si nos cargamos de una buena dosis de intuición, psicología y paciencia, -y si se dejan ver-, podemos adentrarnos en el misterioso interior del portador de los ojos.
Porque los ojos no son más que el vehículo de la mirada. Y ésta lo dice y delata todo. Las hay, las miradas, frías y cálidas, provocativas y coquetas, insinuantes y seductoras, sinceras y falsas, temerosas y entrañables, frustradas e inolvidables, directas y perdidas y,...las hay también que matan.
No deja de ser estimulante y encantador mirar fija y reflexivamente las miradas de los demás y traspasar el umbral de su córnea para ver que hay detrás. Colarnos por esa ventana e intentar adivinar los pensamientos del otro, e incluso indagar en sus sentimientos. Te invito a practicar esta sana y poco prodigada costumbre aunque a veces se corre algún riesgo. Y si en ocasiones va acompañado de un guiño y éste es correspondido, mejor que mejor.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Y la mirada, ¿has pensado alguna vez por cuántas palabras vale la mirada? ¿Qué haces ahora? ¡¡Ay!! Qué pena me da el que no pueda verte y...más me lamento que no puedas mirarme.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres
Música sugerida: LADY PEPA. Los Pekenikes

miércoles, 18 de noviembre de 2009

EL EXTRANJERO

Mi país fue, hace muchos años, conquistador, y después colonialista. Al igual que otros muchos. No me siento orgulloso de ello porque las conquistas reclutan esclavos y los imperios coloniales espolian recursos. Y esta es la simple historia de que unos pocos países se llamen ricos y otros, que son mayoría, se les conozca como pobres.
Estas injusticias sociales, estas desigualdades económicas, esta locura humana desencadenan los movimientos migratorios. Poblaciones enteras recorren auténticos infiernos en busca de ese paraíso tan lejano y tan perdido que satisface a una mísera parte de la demografía mundial.
Antes la gente emigraba en busca de fortuna. Mi bisabuelo materno mismo cruzó el charco camino de las américas para establecerse allí. Y allí se quedó en los últimos años del siglo XIX, llevándose consigo a su mujer y a sus hijos. Tan sólo dejó una en España, la más pequeña, al cuidado de sus tíos. Y quedó, la ya huérfana criatura, como garantía y compromiso de los padres de que regresarían por ella, una vez echaran sus raíces allí. Jamás volvieron. Mi abuela creció, vivió y crió a otros hijos con el sueño permanente de que un día cualquiera vendrían a por ella. Pero solo recibió cartas, cartas y más cartas. Estamos bien, decían. Iremos a recogerte. Y nunca más supo mi abuela de sus padres, por más que esa santa murió a los ochenta y cinco.
Hoy las migraciones son masivas porque les amenaza el hambre y les tortura la muerte. Y cuando llegan trabajan en faenas que casi nadie quiere trabajar, deambulan buscando el pan y hasta mendigan rebuscando entre las basuras. Se les engaña pagando salarios ilegales, se les maldice, se les olvida y se les rechaza.
No me refiero a esos grupos de extranjeros que se dedican al crimen de las mafias organizadas, a esos indeseables que trafican con armas, con la prostitución, con la venta de mujeres. A estas malas gentes que extorsionan, roban y si es necesario, que siempre es innecesario, hasta matan. A estos individuos después de cumplir la pena carcelaria se les debería expulsar de los países de por vida, para nunca volver.
Yo hago alusión en este texto, y para ellos va el comentario, a esos miles de seres humanos que escapan de la hambruna y de la muerte segura. Personas inocentes y gentes de bien. Personas que buscan un trozo de dignidad, algo que nunca tuvieron la oportunidad ni de conocer ni de saborear. A esas personas que huyen del espanto y prefieren malvivir aquí que morir allí. Porque el hambre cambia de dueño y el sufrimiento no conoce fronteras.
Por todo ello invito, a los que sigáis este blog, a que seamos más humanos y solidarios con estas gentes que a menudo nos encontramos. Que sólo quieren trabajar, llevarse algo a la boca y, aunque sea un sueño, abrazar, por primera vez, la felicidad. Y todo ese sueño en un país que no es el suyo y que les acogió.
Por eso, que es ya suficiente, no les miremos mal. No le llames extranjero.

martes, 17 de noviembre de 2009

EN EL ANDÉN

Te esperaba ansioso en el andén de la estación. Hacía una eternidad que no te veía. Invadido por los recuerdos se me hacía difícil estarme quieto y controlar ese típico "baile de San Vito". Llevaba en el bolsillo tu última carta -desgastada, releída-, en la mente la última conversación telefónica, memorizada hasta sus imaginarias comas y en el corazón zozobra y,...esperanza.
Oí la llegada del tren en sus cercanías. Lo divisé en la distancia. Agosto apretaba. Y yo me perdía en la camisa empapada. Por fin, tras segundos interminables, hizo su entrada en su terminal el tren. Poco después descendían incontables personas con sus bultos, sus niños, sus cestas...
Te advertí en una de las ventanillas. Mis dudas se desvanecieron. Estabas allí. Habías venido. Aspiré. Suspiré. Y fui a tu encuentro. No necesitaba nada. Me sobraba el andén, su tren y el mundo con sus bultos, sus niños y sus cestas.
Se cruzaron en el camino nuestras miradas, nos contagiamos de la misma sonrisa, nuestro lenguaje quedó mudo por el aliento entrecortado, coincidimos en una repentina y misteriosa taquicardia, se nos mojaron los ojos y nos prendimos de la mano.
Nos sobraba todo. El calor, el agobio, las dudas, las penas. Estabas y...bastó.
Texto de los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

lunes, 16 de noviembre de 2009

CORAZONES QUE VEN

Uno de los dichos que siempre me han llamado la atención es ese que reza "ojos que no ven, corazón que no siente". Y yo creo que no es del todo así. Quizás se trata de un mecanismo de defensa y, ante una situación que no podemos ya controlar, cambiamos el chip, intentamos desconectar, procuramos hacernos el sueco o el longui y punto. Si algo luego pasa no queremos saber nada, nuestro papel ya concluyó cuando soltamos ese consejo, y nos liberamos y exculpamos al transmitir nuestra advertencia.
Pero no. Aunque no vaya a pasar nada nos queda una desazón, nos sentimos tan preocupados que no resoplamos hasta que nos confirmen la certeza de que, efectivamente, nada ocurrió. Y si algo pasa, si a pesar del mensaje los temores se confirman, ya nos invade el remordimiento y la impotencia. Porque soy de los que creen que existen lazos umbilicales invisibles y por más larga que sea la distancia, nuestro halo protector viaja más rápido cuanto mayor sea el sentimiento.
La distancia no es una frontera en el que el amor, el cariño o la amistad se detienen. Estos sentimientos humanos tienen pasaporte. Y aunque digamos que no, sabemos que es sí. No somos insensibles a las vidas de esos seres, que aunque lejos, siguen sus caminos. Las personas que queremos siempre estarán con nosotros por más que se encuentren en los confines del mundo, e incluso las que quisimos de alguna forma siguen ahí, por más que siguieron otras sendas. Porque si quisimos algo queda, y quien tuvo retuvo.
Nuestro sentimientos están llenos de discos duros, inmunes a los virus y a la amnesia. Y si rebobinamos en nuestro enter regresamos, volvemos a revivir lo sufrido y a recordar esa felicidad que nos inundó y que se fue. Esos archivos guardados en el alma, que de vez en cuando renacen y brotan, nos susurran que no somos del todo insensibles ni todo se curó. Lo que se vivió, aunque fuese hace mucho tiempo, sigue latiendo entre nosotros.
Y eso ocurre porque a veces no son los ojos los que ven, sino los corazones. Porque los corazones tienen los ojos, unos ojos con vista de largo alcance.
Música sugerida: AVE MUNDI. Rodrigo Leao

viernes, 13 de noviembre de 2009

UN BRINDIS POR LOS QUE SE FUERON Y POR LOS QUE SEGUIMOS

Probablemente la verdad más despiadada e inescrutable cuando nacemos es que vamos a morir. Tenemos ya de por vida unos nombres y apellidos y una fecha de nacimiento oficialmente registrados, datos que nos acompañarán, como una sombra, hasta el final del trayecto. Sabemos, usando el tópico, de donde venimos pero no adónde vamos y lo que es seguro es que tenemos fecha de caducidad.
En este éxodo por estos caminos de Dios, a veces nómadas y casi siempre estables, llega un momento que nos azota el latigazo del espanto. Ese golpe muchas veces traicionero que nos roza o avisa o sacude. Y contra esa amenaza no hay antídoto. Son las reglas del juego, que nos gusten o no, nos toca jugar cuando nos parieron y fuimos ya invitados sin nuestro previo consentimiento.
El caso es que existe la enfermedad, el sufrimiento, el dolor, el pánico. Y existe también ese hachazo repentino que sesga la vida en un minuto. Prepararse para estos golpes es vital para continuar. Es parte también del juego. Nuestra hermosa vida pende de un solo hilo invisible pero que está ahí. Pero no nos asustemos antes de tiempo. Convivamos con ese hilo paralelo con total naturalidad y trazando nuestro propio camino. Un mal día nos atrapará, pero son las reglas del juego.
A veces se nos va un ser querido. Pasa en la vida de cualquier vecino. Y nunca debe suponer esta herida motivo suficiente para sucumbir y entregarnos a la miseria. Es necesario continuar y ser ejemplo y testigo de aquellos que siguen padeciendo. Si la persona tan amada se nos fue no nos revolquemos en el fango. Cada uno, y es una proposición, puede hacer su propio trato. Si quien nos abandonó fue una persona declaradamente triste, que nos sirva entonces de liberación y echemos fuera también la tristeza. Porque no hay que imitar, nunca, conductas viciadas.
Y si, por el contrario, ese ser tan especial se nos marchó de nuestro lado para siempre contagiándonos de vitalidad, entereza y optimismo, no le hagamos un feo. Porque el mejor homenaje y el más hermoso de los recuerdos será coger su estela y abanderarla a los cuatro vientos. Las grandes personas no permitirían nunca nuestra desdicha. Recojamos pues su precioso testimonio, desenterremos su corazón bondadoso y acorazémonos de la alegría que nos legó.
Tras las palabras subyace siempre el mensaje. Sé también que es difícil asimilar con naturalidad estas reglas del juego impuestas por la misma naturaleza. Pero como es de ley que son inamovibles será mejor convivir con ellas con auténtica filosofía. Quien esto escribe también ha perdido entrañables personas en el camino, y algunas en desgraciadas cunetas. Sin embargo no nos queda otra que seguir. Y lo más felices que podamos. Por ellos, aquellos que se nos fueron y por nosotros, que de momento nos quedamos. Y que por sus memorias los recordemos como ejemplos mientras seguimos trazando las siluetas de nuestros caminos.
Os invito pues a un brindis por los que se fueron y por los que seguimos.

jueves, 12 de noviembre de 2009

LAS PREGUNTAS ETERNAS

Una niña de cuatro años preciosa, de ojos vivos y sonrisa acostumbrada, mostrando sus frágiles dientes de leche tras unos labios sonrojados hacía preguntas y preguntas a su padre sobre cualquier cosa y particularidad. Tenía tanta curiosidad y tan ávida por saber que sus continuas preguntas resultaban un rosario incansable. Y a cada paciente respuesta del padre solía ser contestada por la hija con otra monóloga pregunta: ¿y por qué? Y más respuestas teniendo siempre otro por qué encadenado.
Preguntas desde por qué hacen también pipí los perros, a los que tanto adora; por qué los niños no tienen el mismo cuerpo que las niñas; por qué los bebés toman leche y no agua; por qué pegaba una madre a su hija en el mercado; por qué discutían dos hombres en la calle; por qué gritan tanto en algunos programas de televisión; por qué se muere la gente; por qué son las mamás quienes tienen los niños y no los papás,...infinitas preguntas con su correspondiente por qué, siempre inconforme, a cada respuesta.
Porque cuando llega la hora del sueño y el momento adecuado para irse a dormir, el padre, como un ritual sagrado y solemne, le cantaba una nana, un cuento o cualquier historia inventada. Y provocaba un espontáneo diálogo sobre las cosas, sobre la vida, breve pero sin pausas antes de que se eclipsen los ojos de la niña.
La costumbre fue esa misma durante largos años. Hubo luego un larguísimo tiempo donde el padre no tuvo más oportunidad ni ocasión de aposentarse en el lecho de otra criatura para explicarle como entendía el mundo, su mundo.
Pero el paréntesis del tiempo concluyó y ese padre, convertido ya en abuelo, cuenta las mismas cosas y responde a las mismas preguntas que le hace ahora otra niña: su nieta. Más viejo, más cansado pero con la misma paciencia que entonces. Y lo más curioso del asunto es que las preguntas de la pequeña son las mismas, y las respuestas pues casi que también. Será que el mundo, con sus historias, cambia aparentemente pero todo y en su sitio sigue igual y con la misma vigencia que siempre tuvieron las cosas que se suelen preguntar.
Por eso se pregunta ahora el abuelo, ¿tampoco han cambiado las cosas para contar y responder siempre la misma historia?
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres
Música sugerida: AVEC LE TEMPS. Leo Ferré

martes, 10 de noviembre de 2009

LA VISITA INESPERADA

Llegaste como un encanto anunciado. Apareciste como una sombra, sigilosamente, como si nadie advirtiera tu presencia. Entraste en silencio, tímida, como quien no quiere sentirse una molestia. Regresaste como rozando, como un leve viento. Viniste asustada, ansiosa, temerosa y acotada de problemas para tí insuperables. Te acercaste escéptica, desconfiada, dudando en si quedarte o,...marcharte.
Cenaste en casa. Por fin se rompió el hielo. Hablaste y te abriste. La conversación, al son de la música y a la penumbra de la cálida luz, te sirvió de desahogo. Volviste a encontrar en tu camino a esos fieles y viejos aliados. Y con el último bocado, con el último sorbo, con la última lágrima dejaste el último beso y te fuiste imperceptiblemente, como cuando llegaste.
Y desapareciste con esa sonrisa, con esa mirada, con esa palabra entrecortada, -con un nudo en la garganta-, y de refilón, casi de espaldas, como un soplo y con el rabillo del ojo lleno de esperanza.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

sábado, 7 de noviembre de 2009

LA HEROICIDAD ENGAÑOSA

Ocurre a menudo que el anonimato es un fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. En las grandes ciudades por ejemplo viven y deambulan miles de personas de un sitio a otro, aceleradas por las prisas, esclavas del tiempo, con sus mp3 ó 4, sus periódicos y sus miradas perdidas. No existen ni los nombres ni los apellidos y nadie conoce a nadie, ni siquiera en grandes comunidades de vecinos.

Y si éste es el panorama entre personas denominadas ciudadanas no es sorprendente que se prescinda del saludo, y que un buenos días o buenas noches resulte un gesto inútil, siendo todavía más ridículo preguntar a alguien un ¿cómo estás? Se acaba pues imponiendo ese triste estilo del "yo primero y el que venga detrás"... Condenados entonces a ese mutismo social, y no es exagerado si hablamos de autismo generalizado, nadie va a realizar el mínimo gesto para hacerle un guiño a la cortesía, ni para ser respetuoso con lo ajeno y los dueños de lo ajeno, y nadie debe de preocuparse por nada, ni de nada ni de nadie.

Sin embargo sucede, a veces, que surge una situación extrema, límite, imprevista e inoportuna. Una catástrofe natural, un incendio devastador, un vandálico acto terrorista o un indeseado accidente de tráfico puede movilizar en pocos minutos a una legión de voluntarios anónimos prestos al socorro, al servicio e incluso a la heroicidad. Resulta que en estas situaciones insólitas se despierta la fibra sensible, se eriza la piel, el golpeo del corazón se hace más humano y nos movilizamos sin reparar los riesgos. Se actúa porque sí, por institivo acto reflejo y sin pensar siquiera un segundo si saldremos de ésta nosotros también.

Estos esfuerzos solidarios, estas entregas generosas, esos impulsos comprometidos sin conocer al agraviado o a la víctima son gestos hermosos, altruístas y auténticamente humanos. Comulgamos en esos instantes con el dicho "hoy por vosotros y mañana por nosotros". Pero no deja de ser contradictorio que la sensibilidad humana aparezca solamente en tan puntuales ocasiones.
Porque tras la tormenta vuelve la calma, con el sosiego ya se olvida el detalle heroico y la genial actitud y la normalidad gira a la vida que sigue igual. Regresa entonces el saludo inexistente, el ego en nuestro camino, el anonimato silencioso y desaparece, de nuevo, cualquier intento de un guiño agradable a las personas sin nombres ni apellidos.
La heroicidad es digna de todo elogio. Pero ese arrojo tan puntual y "reportero" es un tanto engañoso. Porque podemos ser muy valientes y audaces en cada una de las hojas del calendario, sin hacer ruido, sin salir en la foto y sin dejarnos la piel. Basta con que seamos amables con quien no conocemos y nos preocupemos un poco por esos seres ajenos sin preguntarnos nada y sin que nadie nos pregunte.

jueves, 5 de noviembre de 2009

EL ZAPATO RELLENO

Cuando tenía ocho años hice, como todos los niños y niñas de esa edad, la primera comunión. Con las prisas, y más los nervios del irrepetible evento, mi madre estrajo los papeles que dan forma a los zapatos antes de estrenar, sacó los de mayor bulto pero del par derecho olvidó un manojillo de papel casi insignificante.
Comento el casi porque para mí resultó llevar un trozo considerable, situación que llevé con resignación, quejas no atendidas y unas horas de gran incomodad. Repetía insistentemente que me hacía daño pero me respondía mi madre, inquieta, que era normal porque eran nuevos, que con el uso cederán y que, además, era mi número.
Recuerdo que pasé una misa para no olvidar, que comulgué sin mucha gana, que ya empezaba a cojear, y los familiares me acusaban de que ya estaba haciendo el tonto. Ya en el salón del convite, por cierto taza de chocolate y bollos para los acompañantes, el fotógrafo contratado hizo un carrusel de fotos de las que se hacían antes, máquina con trípode y con un flash cuando apretaba el botón. Y no faltaba la frase "mirar al pajarito", o "sonríe".
Una buena serie para mí solo, otra con los acompañantes, familia cercana, padres, abuelos, primos y demás invitados. Y yo con mi traje de marinero, mi misal, mi rosario y mis zapatos nuevos. "Ponte alegre que hoy es el día más feliz de tu vida", que es lo que se solía decir en esas primeras comuniones. Yo, aplicado, sonreía aunque el dolor y la cojera ya era evidente. Tras las horas pasadas y al regresar a casa, mi madre me abrazó al descalzarme. "Pero si el dedo pequeño se te ha doblado". Sí doblado y encogido, ya de por vida.
Este hecho y este texto me sugiere que en la vida, muchas veces actuamos contranátura. Y nos obligan a manifestar un estado de ánimo que no se corresponde con la situación actual. Será preocupante si en vez de ponernos esa máscara falsa sólo muy puntualmente, nos la ponemos como cotidiana costumbre. Ya sea en el trabajo, en nuestro entorno o en nuestras relaciones sociales. Porque hay quienes no se quitaron la careta nunca y morirán con ella.
Así que invito, desde aquí, a que seamos lo más sinceros posibles, aunque descuadremos una foto. En todo caso siempre me queda, a mí, ese recurso del diván del desencanto.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

LOS BESOS

Dicen que un beso, en la boca, es una transmisión de microbios; más ahora y después de reactualizar el texto, parece que da repelús con el tema de la gripe A. Tampoco sería conveniente con el virus de toda la vida, ese que nombran como estacional. Y también aparco esos besos de obligado cumplimiento, maniatados por un convencional protocolo y que resultan más sonoros que intensos: muah, muah..., de éstos ya me ocuparé en otro comentario.
Me refiero a los besos que, mudos, hablan de amor. También el dicho popular comenta que la española besa de verdad y, además, que no se lo dan a cualquiera. Se dicen muchas cosas sobre el beso. Y en ocasiones abundan más los frívolos y teatreros que los que siempre hemos pensado que son de verdad.
En todo caso, un beso, con el alma encendida y sincera, es siempre el telón de una despedida, el saludo de un encuentro. Un simple pero auténtico beso puede reconciliar posturas, acabar con una discusión, tender sentimientos; siempre que sea compartido. Un beso invita. Puede ser el preámbulo del amor, la antesala del abrazo. Un beso bien ofrecido es una esperanza, bien recibido un regalo, y si es compartido un paréntesis en ese loco caminar del tiempo.
Y mejor que un beso de amor, lo es ese beso interminable.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres
Música sugerida: (JUST LIKE) STARKING OVER. Jhon Lennon

martes, 3 de noviembre de 2009

LA PAREJA

Ella padece una extraña enfermedad y con distintas patologías asociadas. Delicada su vista, torpe en sus andares, descoordinados sus movimientos pero de expresión alegre. Nació mal hecha y sigue caminando encorvada y torcida. Tiene treinta años, el cabello rubio, su tez blanca, los ojos entrañablemente azules y una sonrisa permanente.
Él es un poco menos joven, pero comparte con ella problemas serios en sus movimientos por una lesión progresiva. Necesita siempre con él, y a su lado, un ágil bastón. También tiene problemas con su lenguaje, pues le cuesta articular las palabras, esas palabras tan necesarias. Es serio, introvertido y reservado.
Viven los dos en un centro de discapacitados psíquicos en régimen de residencia. Y se conocen desde hace algún tiempo.
Y,... Cosas de los encuentros, empezaron a conocerse.
Cosas del corazón, comenzaron a gustarse.
Cosas de la vida, sintieron enamorarse.
Cosas del amor, aprendieron a quererse.
Y qué placer me invade cuando observo, disimuladamente y como que no va conmigo la cosa, cómo se miran; cómo se hablan, -ellos, que les cuesta tanto-; cómo se comunican redescubriendo un milagro y en medio del silencio, casi sin frases, sin palabras; cómo se recrean en el misterio de las miradas..., esas miradas a veces perdidas.
Qué sensación me produce cuando van cogidos de la mano, vacilando, por ese sinuoso pasillo. Y... cómo se me agranda el corazón cuando se despiden con un tímido y torpe beso.
Texto de Los Secretos de la Noche
Autor: Juan José Torres

domingo, 1 de noviembre de 2009

ALAS DE CRISTAL

Si han caído civilizaciones antiguas, si se han desplomado grandes imperios, si se han diluido sólidos sistemas políticos, -casi inamovibles-, si se derrumbó el muro de Berlín y, más recientemente, importantes redes financieras, ¿cómo nos sentimos tan seguros? Si se han evaporado las torres más altas y el mundo está construído sobre un castillo de naipes, ¿por qué tenemos la soberbia de pensar que lo tenemos todo y todo está bajo control?
Es bueno soñar, lícito planificar episodios para el futuro y es hasta recomendable dar un repaso al bienestar de nuestras obligaciones cotidianas, pero siempre con la sensación de la caducidad, de que las cosas son efímeras y la vida un tránsito fugaz.
No nos engañemos si pensamos que vivimos ejerciendo un dominio y que todo a nuesro alcance está supervisado. El ser humano es un ser inteligente pero limitado, es un ser que nombra a Dios en múltiples ocasiones y casi siempre en vano. Se le presupone libre pero es esclavo de un acoso sistemático de un mercantilismo camufaldo hasta lo invisible. Cree que alcanza una felicidad creada y cuando la roza se le hace más inancanzable, porque las expectativas iniciales aumentaron su nivel de exigencia. Se adentra en un laberinto de desajustes que generan más ansiedad y más frustración. Y cada escala de valores, muy personales, van mudando de casa y de peldaño. Acabamos por deambular en la vida como almas en pena, casi mendigando el calor, el cariño y la estima.
No no engañemos. Creemos ser libres y gritamos libertad. Y nos montamos en una aureola de sueños imposibles dejando una estela de desengaños en nuestra huída. Ansiamos volar y tenemos las alas averiadas y cuando queremos gritar se pierden nuestras voces, olvidadas, en los ecos que se pierden en los conductos de la lejanía.
No somos tan fuertes, porque al mínimo temblor palpitamos con él. Tampoco somos tan longevos, porque cualquier día nos roza la desgracia y sucumbimos con ella. Nunca volaremos alto, -ni siquiera en nuestros libres sueños-, porque nos imanan las raíces de nuestra tierra y, qué contrariedad, nos desplazamos con hélices de papel. Pero hay que seguir, no nos queda otra. Hay que seguir hasta el final de cada uno, con las fuerzas que le queden y aleteando nuestras frágiles alas de cristal.
Música sugerida: MARIPOSA TRAICIONERA. Maná