No hace mucho apareció en la prensa que un señor denunció a un supuesto amigo por quedarse la totalidad de un premio, cuando siempre habían comprado a partes iguales el mismo número del mismo boleto que resultó finalmente premiado. Años compartiendo gastos y esperanzas hasta que llegó el momento de la verdad, ese examen verdadero donde afloran las distancias, el abrazo encuentra la excusa perfecta para la enemistad y, si te he visto, no me acuerdo.
Podría pensar que en estos tiempos difíciles y de crisis profunda los miramientos son distintos, los egos apelan al instinto más primitivo y el camino del “sálvese quien pueda” es la decisión más fácil y natural en estos menesteres de conseguir el sueño de una vida. Tampoco pierdo de vista que estos hechos han ocurrido por muchas geografías diferentes y serán sucesos que vuelvan a pasar en los calendarios venideros. Pero no son los tiempos de turno, los duros o los de bonanza, los culpables de estas locuras, sino las memeces y miserias de la cualidad humana, más bien escasa en este asunto, que nos han acompañado desde el principio de los tiempos.
Yo, que soy feliz compartiendo un euro o medio bocadillo, que me relamo de satisfacción que de mi mitad alguien se aproveche y yo pueda beneficiarme de la oferta desinteresada de mi acompañante, no entiendo estas cosas. Porque la alegría de salir de casa alegre, mirando al frente y con cabeza digna y alta no tiene precio. Todo al contrario, quien se hace de oro con malas artes o necesita protección o cruza de calles y esquinas sigilosamente para no ser visto, para que nadie pueda susurrarle la palabra ladrón, para evitar que le comparen con Judas, para escabullirse con el rabo entre las piernas como los cobardes.
Nunca entenderé que una amistad se tuerza por estas cosas; sólo, claro está, si esa hipotética amistad no era tal, sino puro interés. Pero esta vida, tan necesitada de besos, abrazos y gestos solidarios sucumbe por tentaciones tan pueriles como el dinero, una mercancía que a la cordura la convierte en locura y el afecto en enfrentamiento.
Allá cada cual con su conciencia, pero la amistad verdadera es para siempre y es para mí el mejor tesoro que hay que cuidar y guardar. Las fortunas no, los caudales de billetes no podrán nunca, en esa caja mortuoria del final de los días, chantajear un favor, exigir un regalo o comprar un beso. No existe desengaño mayor que romper sentimientos por dinero, ese tentador y diabólico dinero.
Música sugerida: BIRD IN A WIRE. K.D. Lang
QUÉ NOMBRE TAN CORTO...
Hace 8 años