martes, 22 de mayo de 2012

POLVAREDAS Y VIENTOS

Cuando hace frío me abrigo, si llueve me resguardo, si es el calor quien me atosiga me refresco, pero no soporto el viento. Sus zumbidos me replican los oídos y esa sirena enfermiza se cuela en mis entrañas. Las paredes son rocódromos que invento en mis huidas y abro las ventanas para que pase sin quedarse. Cuando suena con insistencia pierdo ese control que creo manejar y la paciencia, de la que he presumido tantas veces, se me escabulle entre las manos antes de que pretenda atraparla.

Es entonces cuando maldigo por mi boca los efectos que me produce y blasfemo contra ese caprichoso azar de la naturaleza que me azota desde levante o poniente, que me pone de los nervios y que insulto impotente y encorajinado. Deseo con todas mis fuerzas que se aleje, que se deje llevar por su propia fuerza y se distancie tanto como pueda hasta el infinito, recorra los valles por los que ha venido, ventile los hondos, airee las montañas y se vaya por donde vino. Y si pudiera, hasta la periferia atmosférica, más aún, hasta más allá de la corteza terrestre. 

Me consuela saber que no soy el único nervioso, que también, cuando silba con sorna molesta a los demás, que sus senderos no siempre son predecibles y cuando se harta de provocar estelas polvorientas, sacudidas y estampidas, corrientes que arrancan las ramas de los árboles, huracanes traicioneros y ventiscas que ocasionan la ceguera,  desaparece sin hacer ruido y otra vez se remansan los valles, sus montañas y los ríos. Una tregua inesperada y sin pañuelo blanco que invite a la pacificación. Agazapado y furtivo acecha  cualquier debilidad, al primer Talón de Aquiles que flaquee y que muestre un flanco ciego. Será entonces cuando enseñe las uñas y ataque de nuevo, desde el levante o el poniente, con leveche o tramontana, con vientos africanos o rachas germánicas del norte.

Cuando deja de soplar resoplo. Pienso entonces que los vientos agresivos son los mercados, que sus huracanes tambalean la Bolsa, sus corrientes húmedas  destrozan haciendas y sus embestidas arrasan con todo lo que pillen, incluidas las dignidades y sus luchas y sus historias. Sé bien que los vientos tienen memoria, porque siempre vuelven. Sé que casi nunca tienen compasión. Sé que por más que molesten no piensan parar. Sé que después de aflojar, aprietan con más fuerza.

Por eso sé que por más que sople el viento yo debo resoplar. No podré nunca ahuyentarlo. Su canto de sirena, a veces de ambulancia, me intimida. Pero si él sopla yo resoplo, si él respira yo aspiro, si él bosteza yo me tenso. Vuelven los zumbidos, vuelven las sirenas. Soplan sus cornetas y replican sus tambores de desorden público. Yo resoplo. Ojalá aquél resople y aquellos a quienes no conozco, resoplen también; él resople y tú, conmigo y juntos, resoplemos. A cada golpe de tambor un latido, a cada soplo un resoplo, aunque sea en cualquier recoveco amigo. Que se vayan los vientos al infierno, que se queden sin aliento los mercados con sus primas de riesgo y nos dejen a los demás, por fin, tranquilos y sin resoplar.

viernes, 11 de mayo de 2012

SOBREMESAS TRISTES

Un domingo en la playa da para mucho, sobre todo si aparte de juguetear tímidamente con los primeros baños o dejar senderos en la arena se sienta uno en el chiringuito para descansar y reponer fuerzas. Una caña, unas sardinas y una placentera conversación resultan una estupenda oferta parta consumir unas escasas horas de ocio. Puede ocurrir que la persona con la que estás reciba una llamada perdida en el móvil y acuda presurosa a la comunicación impuntual. Si esto pasa quedas, por unos minutos, ensimismado con las cosas propias de uno y, de paso, pueden repelarse las espinitas de las parrochas, limar el hueso de las aceitunas o apurar el culo de la refrescante bebida. Pero además de estas cosas superficiales y apetecibles pueden hacerse también otras cosas que complacen la curiosidad y aplacan la espera.

Por ejemplo observar las mesas de alrededor, afinar el oído y empaparse de esas historias de gentes desconocidas y que jamás volveré a ver casi con toda certeza. Y he aquí que me encuentro en esa incómoda situación de encontrarme solo, sentado en una terraza, azotándome la brisa y esperando a la compañía. Así que, rosigados los huesos y acabada la cerveza pongo todo mi interés en el entorno más cercano y mientras paso revista agudizo la audición a las siguientes escenas:

Un grupo de adolescentes desconsolándose por los infortunios del Madrid y Barça en sus eliminaciones de la Champions; unos franceses comentando su primera visita a España y a sus playas; una pareja cuarentona pendientes de su pequeña que está jugueteando en la orilla, en tanto ellos dan cumplida cuenta de un apetecible plato de calamares a la plancha…

En otro lado unos macarras recuperando los niveles de alcohol en la sangre y sacudiéndose la resaca de una noche sin dormir mientras comparten una jarra de cerveza; cuatro amigos, ya maduros, celebrando algún aniversario con vino rosado y espumoso, deducción que extraigo por la cantidad de brindis que proponen; una joven pareja descubriéndose los lunares de la piel desnuda mientras practican el arte del beso y un señor con bermudas jugando al solitario.

Pero más me llamaron la atención unos comensales sudamericanos. La señora, ya mayor y aderezada de maquillajes, colgantes, sortijas, brazaletes y un monedero espectacular, presidía la mesa. La flanqueaban unos sobrinos –deducción personal- acompañados de sus respectivas novias. Los parientes debían ser los hombres, porque eran los que llevaban la voz cantante y los que demandaban al camarero los platos apetecidos, en tanto ellas asentían con timidez. El caso es que uno pedía una cosa, el otro otra, el tercero su propio capricho y el cuarto lo que faltaba; que aquella mesa, sin protocolo ni mantel, parecía un rincón de manjares con cada cuenco maravillosamente cocinado y  que abría el apetito y despertaba al estómago más perezoso nada más con mirarlo.

Yo me fijé en la mujer que, muy seria, arbitraba la mesa. Compungida, silenciosa, distraída, oculta en sus grandes gafas de sol e inexpresivos sus labios, observaba cada movimiento, palabra, solicitud, comentario, chiste y frase de unos niños malcriados que cumplían a la perfección el papel de depredadores tiburones. Ignoro si la señora tenía una radiante cuenta corriente, espero que sí. Pero puedo atestiguar que lo sobrinos  ni le miraron a la cara ni le dirijieron la palabra. Así que todo lo apetitoso que los vampiros se comieron a mí me produjo desgana. Pobre mujer acosada de sanguijuelas y pobre tan huérfana de cariño.

Volvió la mujer, me refiero a la mía, y le supliqué que no me dejase más sentado y solo. Quédate. Porque si te vas lo somatizo todo.


Música sugerida: SHINY DAYS. Anni B Sweet

martes, 1 de mayo de 2012

1 DE MAYO


Hoy es 1 de Mayo, jornada anual que conmemora el Día de los Trabajadores prácticamente en todo el mundo mundial. Todo empezó el año 1889 cuando el Congreso Obrero Socialista, celebrado en París, homenajeó a los mártires de Chicago, reivindicando las mismas causas justas que abanderaron aquellos primeros obreros, asesinados por esquiroles. Santo y seña, este día primaveral, para millones de trabajadores que nos precedieron, en sus luchas,  hasta los tiempos actuales. Día histórico para recordar que nada ni nadie regala nada, y que conseguir un palmo de dignidad o un metro de derechos ha costado siempre sangre, sudor y lágrimas.

Es verdad que hoy no todos los trabajadores, hombres y mujeres, se encuentran en los mismos niveles de comodidad, garantías e incluso esperanzas. Desde los emprendedores empresarios hasta los estoicos autónomos, desde los funcionarios a las amas de casa, desde las empleadas del hogar hasta los jornaleros del campo, desde los comerciantes hasta los feriantes, desde los empleados en producciones en cadena hasta los largos turnos a destajo, todos son trabajadores desde el instante en que bien viven, viven o sobreviven, de su trabajo.

Pero en general existen clases sociales entre la clase trabajadora, y en esa geometría piramidal se establecen jerarquías que afloran las mismas miserias humanas de siempre: envidias sanas e insanas, competencias leales y desleales, carreras desenfrenadas hacia el triunfo y el éxito, los falsos premios que publicita la cúspide. Desde el peón menos cualificado hasta el ejecutivo más capaz se edifica una tela de araña que atrapa a todo el mundo, donde todos pretenden alejarse de la periferia para establecerse en el cómodo centro, a salvo de vaivenes y caídas libres al abismo.

Pocos tienen conciencia que se trata del mismo tejido social y que formamos el digno e ingrato club de los trabajadores. Los más desamparados estiman a las clases medias como demasiado afortunadas, y éstas a las de arriba como el sueño inalcanzable. Con el viejo slogan del “divide y vencerás”, diseñado por el poder, no se sienten ni los unos ni los otros como un mismo cuerpo, y las luchas entre gremios y sectores distintos debilitan la fuerza del colectivo y fortalecen los intereses parciales y particulares.

Últimamente los Uno de Mayo dejaron de ser populares y reivindicativos, por lo menos para la gran mayoría trabajadora. El aburguesamiento de las capas medias, el sentir casi unánimemente que todo estaba bajo control y que con trabajo, paciencia y suerte cualquiera ascendería en rango y calidad de vida, adormeció a unas sociedades con vendas en los ojos y bocas amordazadas. Por eso llevamos unas décadas donde este festivo día estaba escrito en el calendario como un picnic campestre.

Hasta que una gestada y feroz crisis, unos gigantescos desfalcos, unas corrupciones incontroladas y unos políticos mediocres han removido las entrañas del bostezo y todo el mundo se ha puesto en tensión. Las siestas plácidas pasaron a la historia y la incertidumbre, las dudas y la indignación comienzan a gestarse, como los zombis que salen de sus sagradas y tranquilas tumbas.

Ni las viejas canciones murieron del todo, ni los viejos poemas quedaron en el olvido. Han bastado unos tristes y peligrosos acontecimientos para que todo cobre la olvidada vigencia. Porque la poesía sigue siendo un arma cargada de futuro…

Música sugerida: LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO. Paco Ibáñez. (Poema de Gabriel Celaya)