lunes, 26 de septiembre de 2011

VOLVER AL NEGRO

En más ocasiones de las que deseo, cuando voy a recoger el pan de cada día me encuentro la panadería de cola hasta la puerta. Nada preocupante si no fuera porque cuantas más prisas tengo más repleto se encuentra el recibidor de clientes. Hay veces que sólo hay una persona atendida y me alegro por ello, mas empiezo a desesperarme porque la conversación entre dispensadora y compradora parece no tener fin y de las preguntas respecto a qué productos tiene a interesarse por las cuestiones personales existe un frágil paso.

Hoy me ha vuelto a ocurrir. Caminaba ligero para la compra del pan para poner luego la olla a calentar y, por fin, llego al establecimiento y la tienda llena de clientes. Con cierta ingenuidad pienso que cada uno de ellos tendrá sus propias premuras, pero a veces lo dudo; pues no resulta rápido el protocolo de compra venta cuando hay personas que parece que llevan toda la mañana sin hablar con nadie, y cuando entran al comercio se desahogan con la vendedora y le dan al palique, unos tutulillos por aquí, unos marujeos por allá y hasta intimidades que a mí nada me importan.

Esto me pasa también con escasos compradores delante de mí y lo que deberían ser tres minutos se alargan a veinte de reloj. Esta mañana no. Este mediodía había una señora bien peinada, arreglada de domingo y con unos kilos de más, para su edad y vitalidad, en primera línea del mostrador. Solicitó la mujer rollos, empanadas, bizcochos, tartas, toñas, harina, pan, tortas de gazpachos, ensaimadas, cruasanes, papas y hasta pizzas. Casi todo lo que era visible en las vitrinas de la exposición. Pensé para mí que tan sólo le faltó comprar la tienda entera.

Después de pagar un buen dineral, por sus caprichos o necesidades, ¡qué más me da! interviene en su única conversación: “¡Cómo está todo de caro. A este paso vamos a volver a los tiempos del pan negro, a la televisión en blanco y negro y a la vida misma en negro. Vamos, que volvemos al negro!"

Yo, incrédulo, sólo pensé en la olla, que tenía que estar ya a punto de cocción, y que el puchero sí estará negro, pero negro de esperarme.

Música sugerida: BACK TO BLACK. Amy Winehouse

miércoles, 21 de septiembre de 2011

A ÉSTE LE PUEDO

Por estos lugares donde vivo existe un vocablo un poco peculiar. Así que es normal, cuando es hora de elegir amistades, la frase “yo te ajunto” y si se rechaza a alguien por un desencuentro o experiencia desagradable “ya no te ajunto”. Bueno, esto era así antes, en los tiempos de mi infancia, porque como casi todo, incluidas las formas de hablar, se van perdiendo y olvidando los orígenes y las usanzas.

También era normal, como en cualquier sitio donde los niños se pelean por travesuras propias de la edad, el medir las fuerzas propias y las del potencial rival. De modo que recuerdo la frase “a éste le puedo”, palabras pretenciosas que declaraban que uno, si se peleaba con fulanico, iba a ganar el envite. Sin embargo si el de enfrente era superior en fuerza o maña se solía decir “yo con éste no, que me puede”.

Difícil era aceptar un reto de provocación con alguien similar en fuerzas, porque el acabar malparado uno o el otro era tan caprichoso como una lotería. Si el contrincante era más fuerte cualquiera lo evitaba, por sentido común. Si era inferior se asumía victorioso el desafío, pues cómo va uno a quedar mal ante alguien más débil que nosotros.

Ocurría a veces que habiendo embestido al niño inferior aparecía más tarde el hermano mayor, o el primo, el tío o hasta el padre. Circunstancias mayores que a cualquiera le provocaba un instantáneo cólico y salía del lugar por piernas.

Esto pasa todos los días desde que la Historia se escribió con mayúsculas. Países que colonizaban a otros más débiles, naciones que asumían su franca inferioridad, conflictos armados con objetivos conquistadores, de los más poderosos a los más desalmados. Y la historia se repite lustro tras lustro, siglo tras siglo, sin avanzar nada en el civismo, la libertad y la sensatez.

Yo, pase lo que pase os voy a ajuntar y en mi vocabulario desterré el término con éste puedo. No se trata de enseñar las uñas, ni los dientes, ni la mordaza a nadie. Nadie es diferente por su color de piel, ni por ser más pobre, ni por amar de forma distinta a la mía, ni por creencias lejanas. ¿Para qué sirven las garras ni no es para hacer daño? ¿Y para qué sirve el daño si un día nos lo pueden hacer a nosotros?

Yo no quiero poder con nadie, ni vencer, ni derrotar, ni robar, ni dominar. Yo no necesito nada, tan sólo sinceras amistades. ¿Me ajuntáis?

Música sugerida: DON´T EXPLAIN. Nina Simone

lunes, 19 de septiembre de 2011

EL ÚLTIMO SUEÑO (DE LA NOCHE)

No hay rabia que más me dé que despertarme a mitad de un sueño. No, no me refiero a los sueños que se aspiran en la Vida, a esos planes a medio o largo plazo, a esos proyectos ahora inalcanzables y que adornamos de esperanzas, a esos cumplimientos de las utopías imposibles que queremos transformar en vivencias reales.

Apunto a los sueños profundos que nos asaltan e invaden la intimidad del descanso, a esos sueños, como si nos encontráramos en un spa, estando completamente dormidos y que afloran sin saber por qué cuando el cuerpo está en pleno reposo, cuando la mente descansa en un hondo baúl cerrado con llave.

Llega un momento que, dormido desde las uñas del pie hasta la última pestaña, surgen imágenes, casi siempre borrosas, de personas conocidas o lugares inexplorados. Desfilan en nuestros sueños como fotogramas de Films sin cronologías ni razonamientos lógicos. La mayoría de las ocasiones son quimeras aburridas, de esas que por sí solas te dormitan más, como si estuviésemos contando ovejas y ovejas…

A veces brota un argumento, una historia, la visión de una antigua cita jamás celebrada, el erotismo prohibido con alguien que estimé, la solución de un problema que preocupa, la conversación placentera con personas lejanas o el reencuentro inesperado con quienes ya no están.

Entonces, en plena apoteosis de los sentidos, con los oídos amodorrados pero en alerta, se origina un cortocircuito y se apaga el sueño, se desvanece la estampa, se aleja la alegoría y se diluye el más íntimo y libre pensamiento; o se aviva la realidad, ¡vaya yo a saber!

Lo que sí me alivia el sueño roto es cuando padezco de alguna pesadilla, esa que me precipita al vacío y estoy sólo en el abismo y me despierto a un metro del suelo. Cuando me ocurre pienso que si no despertara en ese momento me moriría entero y del todo…

O esas otras que soy perseguido por gentes desconocidas y me hundo en el fango, y cuando me agarran y percibo mi final recobro el despertar. Es entonces cuando agradezco el apagón del sueño.

Pero no quisiera desadormecerme en aquellas ilusiones que tanto me agradan. Desearía que todos los sueños fueran hermosos, pero por momentos me vencen los fantasmas.

Muchas veces ese sueño precioso no es ahuyentado por un suspiro, ni interrumpido el amenazante porrazo por un oportuno ronquido. Rompe la magia el puntual despertador, para mayor de mis disgustos. Y sé entonces que el sueño detenido, aceptado o reprobado, fue el último.

Música sugerida: MORE THAN WORDS. Extreme

jueves, 15 de septiembre de 2011

EL TORO DE LA VEGA

En la ciudad vallisoletana de Tordesillas son célebres sus Fiestas en honor a la Virgen de la Peña. Su principal acto, aparte del religioso, es la matanza de un toro atravesado con lanzas, tantas como voluntarios descabezados le cerquen, le pinchen, le perforen y le den muerte en un vandálico ataque colectivo. El último toro víctima de esta crueldad se llamaba “Afligido”, nombre idóneo para ser paseado, agredido y brutalmente quitado de en medio tras ser múltiplemente perforado.

Los lobos en sus cacerías realizan la misma estrategia: persiguen, agotan, cercan y atacan por distintos flancos hasta reducir a su presa. Pero su comunal y descomunal ataque es para alimentar a la manada y a los lobeznos. Así lo hacen las hienas y aquellas especies que sobreviven socialmente. Los depredadores necesitan matar para sobrevivir. Ley de vida para mantener despierto y equilibrado el ecosistema animal. Poco más que añadir.

Los primeros cazadores de nuestra especie lo fueron por los mismos motivos, nada más lejos que alimentarse. Más tarde apareció la cetrería por placer, para afinar punterías y disfrutar de las piezas de venado conquistadas. Es un claro ejemplo de que lo que se cuestiona es la destreza, no el hambre. Antes no había placer en la muerte, hasta que alguien empezó a regocijarse.

Hasta los gladiadores vencidos en la arena ofrecían la yugular para morir sin sufrimiento, y sus verdugos, por cuestión de lealtad y honor, los ejecutaban lo más raudos que podían. Hasta mis abuelas acababan con el conejo o la gallina, de un golpe o un tajo, para no hacer padecer al animal más de lo necesario. Muerte rápida para no prolongar la agonía.

En Tordesillas No. Disfrutan con la tortura. Se colman de morbo para observar quiénes provocan más borbotones de sangre y quién, de entre ellos, lanza la última y definitiva estocada. Dicen que son tradiciones y, por lo tanto, hay que mantenerlas vivas.

Si la tradición fuera un suicidio colectivo y en fila india para abocarse a un pozo no habría tal tradición. Les apresaría el pánico. Sin embargo en pro de una costumbre ridícula continúan con la locura y la salvajada. Así que, por si algún defensor a ultranza de esas bárbaras usanzas me lee, sepa de mi parte que no es cabal, sino descerebrado, no es inteligente, sino imbécil, no es generoso, sino sádico.

Y en ocasiones, a quien a hierro mata, a hierro muere ¡Al loro!

Música sugerida: THE ANIMALS WERE GONE. Damien Rice

martes, 13 de septiembre de 2011

DESPILFARRO PÚBLICO

Me dijeron de muy pequeño que las casas no se construían por el tejado, sino por los cimientos. Una vez lo asimilé las he visto levantar, efectivamente, de abajo hacia arriba, ya fueran casas pequeñas o grandes edificios. Podrían tardar más o menos hasta la entrega de llaves pero siempre ha sido así, desde los sótanos a la superficie y de la superficie a las alturas.

Mi primer piso fue de alquiler, una vez desconectado del nido familiar. Cuatro muebles y una cama. Nada más. Mis primeras experiencias en camping fueron igualmente humildes. Primero suelo duro y mantas para el frío. Más adelante saco de dormir y cuando se pudo una colchoneta para satisfacción del cuerpo. Luego llegaron más comodidades, tampoco muchas, pero las suficientes.

Mi primera vivienda con compromiso de hipoteca fuimos llenándola muy poco a poco. Primero esto, luego lo otro. Para ese rincón esperaremos un poco y para darle vida a la habitación pequeña habrá tiempo.

No había ninguna prisa. Una cosa después de la otra si es que fuese posible. Si la economía era prohibitiva ni se pasaba por la cabeza capricho alguno y no se daba un paso al frente sin cierta seguridad.

Los distintos gobiernos de este país, tanto el más principal como los autónomos nunca durmieron mal ni necesitaron hacer cálculos. Ni insomnios ni pesadillas. El dinero no era suyo. Era público, como es público lo de todos. Razón de peso para que los responsables de su custodia, administración y gestión pensaran que, si público era, también era suyo. Pero el tiempo ha sentenciado que era más suyo que de los demás.

Si un país no se gobierna con la sensatez de la propia casa irá a la ruina. Y así nos va, sin saber si mañana encontraremos la puerta abierta para seguir caminando o habrá cierre por defunción administrativa y política.

Ante tanta demencia y despilfarro necesitaría una infusión relajante, que sofocara los nervios y aplacara la ansiedad. Pero bueno, he cambiado de opinión y mejor un té. Para compartir.

¡Por favor, un té para dos!

Música sugerida: TEA FOR TWO. Pink Martini

domingo, 4 de septiembre de 2011

MASCOTAS




Desde hace un tiempo a esta parte las mascotas de los hogares han ido cambiando, no ya porque se mueran los animales y los repongan de la misma especie, sino por el exagerado esnobismo de meter en casa bichos de otros continentes y cuya adaptación ya se advierte como difícil. Pero allá cada cual con su vida en sus cuatro paredes.

Lo que ya me resulta más extraño, por lo extravagante, es sacar las mascotas a la calle de paseo, con sus lazos, sus mochilas, sus transformaciones de peluquería y su disciplina doméstica. En pocos años ya he visto por céntricas calles a iguanas, ardillas, martas, cerdos, cabras montesas y hasta cachorros de leopardos. Pero lo más llamativo que he observado, quizás por ser lo último, ha sido un jabalí.

El jabato era bañado literalmente en una fuente pública de una plaza principal al filo de la media noche porque, según el dueño o padre de familia, vaya usted a saber, necesita un buen remojón para soportar los calores de agosto. Pensaba yo, claro está, que carece en su casa de bañera y sólo tiene plato de ducha, asunto éste crucial para justificar o no la conducta del responsable.

Todo ello me lleva a una reflexión que, por más que la medite y la comparta, nunca será vinculante porque en cuestión de opiniones la libertad alcanza su máximo ideario. Pero me entristece un poco que cuanto más familias desestructuradas, cuanta más distancia existe entre padres e hijos, cuanto más se echa en falta el necesario diálogo, cuanto más aislamiento en la comunicación más se estila el acompañamiento de mascotas y, cuanto más sorprendentes mejor, abundan más entre las familias.

Es como si determinadas personas se llevaran mejor con su animal que con sus parientes, como si la alimaña le comprendiera mejor o aceptase con resignación y sin rechistar las miserias del amo.

No sé dónde vamos a llegar. Quizás si la abuela no tuviera tanto apego a las revistas del corazón, la pareja no estuviera colgada al teléfono tanto tiempo contando chismes, el hijo mayor no fuera abducido por Internet y la más pequeña, para no molestar, no quedara hipnotizada con la play que le regalaron para hacerla autista, no habría lugar a comprase un cochino silvestre, cuidarlo, hablarle, alimentarlo, llevarlo al veterinario, construirle aposento y sacarlo a pasear. Cuando vaya viendo más animales raros por ahí será un buen termómetro para volver a meditar cosas sin remedio.

Hasta que, espero que no, me haga con un lince furtivo. ¡Qué amor de animales y qué olvido de personas!

Música sugerida: GRAO DE AMOR. Tribalistas