A veces he oído que el vientre de una madre es el lugar más seguro para esconderse. Estoy convencido de que es así pero la naturaleza es sabia y nos tiende a todos una trampa. Una vez paridos ya no podemos volver a entrar. Y es una lástima, porque en cuántas ocasiones en la vida deseamos estar ahí dentro, de nuevo. La forma más sencilla que tenemos de evocar y reivindicar ese rincón tan humano y blindado es haciendo esa postura fetal, encogiéndonos como si tal cosa cuando nos sintiéramos un poco más protegidos. Pero las imitaciones, en estos casos, son más ficticias que reales.
Será entonces cuando nos arropamos nosotros mismos o alguien tendrá que cobijarnos con abrazadas ternuras. Lo que parece hoy en estos tiempos indiscutible es el efecto milagroso o devastador que recibe una criatura en el vientre de su madre. Todo se cuestiona, pues la alimentación sana, el calor que le transmita o la tranquilidad de dormir plácidamente pueden tornarse en desnutrición, malestar o estrés con angustiosas taquicardias. Nada le será ajeno de aquí en adelante. Músicas relajantes o estridentes, estados anímicos tranquilizadores o nerviosos, jauja o jaula, custodia o animadversión. En ese seno materno no sólo se transfieren las cargas genéticas, sino las herencias emocionales.
Mi amiga Ana colgó en su muro de Facebook un hermoso video sobre la importancia de escuchar una voz maternal. Más conmovedor si cabe cuando el bebé es sordo y todo depende del lenguaje visual. Ayudado por el audífono reconoce la principal voz, la de quien le trajo a la vida. La voz de la madre suena para él como un canto de sirena: armoniosa belleza, delicada sintonía, amorosa entrega. Nada más quiere. Nada más importa. Sólo descubrir el mundo con palabras mágicas, dulces sonrisas, cariñosas miradas y tiernas ilusiones. Nada más importa.
VIDEO:
Música sugerida: SAY YOY LOVE ME. Patti Austin
Hasta que llegue el amanecer.....
Hace 9 años