No tenemos la capacidad de elegir los países en que nacemos, donde podemos vivir con cierta dignidad y alegrarnos un poco la vida o, por el contrario, ser presos de existencias hostiles, atenazados por el hambre, las guerras o toda clase de peligros.
No podemos elegir nunca a nuestras madres, ni tampoco a nuestros padres. Otra lotería que nos condiciona el destino, porque podemos recibir de ellos los cariños que necesitamos, los lenguajes y las conductas de protección y calor; pero hay quienes no encuentran en ellos ni calidad, ni seguridad y permanecen años al hilo de la indiferencia y la falta de atención.
No podemos, hoy en día, ni siquiera optar por los trabajos que nos encantaría desarrollar. El mercado laboral manda y es quien elige si es que tenemos la dicha. O lo tomas o lo dejas, que hay cola, como las lentejas.
Sí podemos seleccionar a las amistades, cuya lealtad recíproca hará piña. Y, de entre éstas, a las personas que queremos compartir con más delicada intimidad.
Porque en asuntos de amor sí que no hay fronteras, sino sentimientos. No hay límites, sino los que dicte el corazón. No hay racionalidad ni lógica, sino pasión y ternura. Tan difícil de definir que se mezclan las emociones más intensas con las dudas más extrañas.
No existe el tiempo, tan sólo el que nos dure.
Música sugerida: LOVING STRANGERS. Russian Red.