lunes, 15 de noviembre de 2010

CANSADO Y SIN QUEJAS

Es de noche. Hace frío. Llevo mil kilómetros en mis espaldas, mis riñones y lo que quede de mi alma, si es que aún me queda algo de ella.

Estoy cansado. Vuelvo a reconciliarme con mis problemas, con mi vida social, con las cosas del trabajo. Pero no deseo quejarme. Hay miles de personas con mil cosas también a sus espaldas, en sus riñones, en su rincones del alma.

Hay quienes dirían, en casos como éste, ¡que me dejen como estoy! Quienes digan en voz alta ¡quiero tranquilidad!

Quizás eso es lo que necesito. Tranquilidad. Paz. Pero tampoco voy a quejarme. Hay quienes no conocen ambas cosas.

Vuelvo a la pelea. Procuraré aguantar con dignidad. La vida no es más que ésto. Lleva sorpresas pero, acostumbrados a las sorpresas deberíamos estar completamente inmunizados.
Pero no escarmentamos. Somos sapiens todavía neandertales que tropezamos en los mismos adoquines y las zancadillas nos soliviantan en cada esquina sin contemplación ninguna.

Lo mejor de la aventura de vivir es cómo y dónde conduce todo esto. Cómo es el camino, cómo sorteamos los vaivenes, las vaguadas y las zanjas y socavones.

No me quejo. Estoy cansado pero el latido de la vida me despierta, me confunde, me recarga las pilas y me vuelvo a cansar.

Menos mal que la música, entre el denso vaho que humedece el frío, satisface mis oídos en las horas malditas y casi prohibidas.

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