Hay sobradas ocasiones en que nos encontramos una puerta entornada, medio abierta o medio cerrada, donde no sabemos si nos invitan a entrar o nos disuaden para marcharnos.
Son momentos de decisiones y nos puede invadir el miedo, la angustia y estamos entonces adueñados por un extraño tembleque. No sabemos muy bien qué hacer y nos aturde la duda, la confianza se pierde y nos encomendamos a los dioses, a la suerte o a un destino benévolo.
En el momento justo, ese que era el más importante, ese instante glorioso o desdichado, reculamos, damos unos pasos hacia atrás antes de dar definitivamente la vuelta sobre nuestras espaldas.
Retrocedemos porque no sabemos resolver el misterio. Avanzamos en dirección contraria ante el temor a equivocarnos de nuevo, antes de que nos digan no, evitando otro contratiempo.
Pero seguro que el mayor contratiempo es no apostar por la aventura. Si de entrada partimos de una negación, de que nos digan un NO, no perdemos nada de lo que ya hayamos perdido.
Hay que continuar por tanto y dar ese paso al frente. Los miedos frenan, la sinceridad avanza. Y
si retrocedes nunca sabrás lo que pudo ocurrir, y es más intenso despejar el misterio que carcomernos con la duda.
El mayor de los miedos es no hacerles frente. Puede que él nos venza, puede que lo acabemos por controlar. Pero nunca lo sabremos si no lo intentamos y, amigos míos, la ignorancia sí que da miedo. Si no abrimos la puerta y cruzamos el umbral entonces sí estamos perdidos. Perdidos de esperar.
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Tema sugerido: ANUNCIO CONTRA EL MIEDO
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