martes, 3 de mayo de 2011

EL ERMITAÑO

Hace mucho tiempo que un hombre de sabio conocimiento me comentó que el ser humano, zarandeado por prisas que nos traen y nos llevan, necesita de vez en cuando un recogimiento. La vida social es muchas veces un perfecto refugio para aplacar las limitaciones propias. Rodeados de gentes se disimulan más las carencias.


Los colectivos, grandes o pequeños, absorven las individualidades. Reivindicar la propia esencia en los grandes grupos tiende al fracaso, a no ser que el liderazgo carismático o la astucia camuflada tengan mayores intereses.


Viene bien que, de vez en cuando, alguien se recluya en sí mismo, como los viejos ermitaños. Las relaciones interpersonales son necesarias, porque dicen que el distintivo humano es su sociabilidad. Por eso recuerdo con nitidez lo que decía este samaritano.


Refúgiate en la soledad una temporada. Tú, con la única compañia de tu otro yo. Desprovisto de tecnologías, comodidades, elementos superfluos que en la vida cotidiana nos parecen imprescindibles, desnudo de recursos y apoyos incondicionales.


Sólo entonces veremos el umbral de nuestro interior y nos asomaremos a su abismo. Nuestro monólogo será una conversación sincera, sin tapujos, con nosotros mismos; sin misterios, sin ayudas, sin trampas.


Quizás sirva para conocernos mejor, blindar nuestros límites y recargar pilas de modestias y humildades.


Quizás entonces sepamos un poco mejor la pregunta del millón y casi nunca resuelta: ¿Adónde vamos, qué hacemos, por qué, para qué, para quién?


Y si no podemos contemplar una soledad ermitaña bien nos vale un minuto, sólo un minuto al día, para la reflexión, la parada, el resoplo, el suspiro y la mirada al horizonte.


También quizás caminaremos mejor con el reflejo de nuestro propio espejo.


Músida sugerida: SOLEDAD. Jorge Drexler

No hay comentarios:

Publicar un comentario