Los días festivos mis padres nos obligaban, a mis hermanos y a mí, a dormir la siesta. Eran años de infancia y tenían buenas razones. Que si estábamos creciendo, que acabábamos de comer y la digestión necesitaba un descanso, que hay que reponer fuerzas... Aunque yo siempre estuve convencido que el verdadero motivo era que les dejáramos descansar a ellos.
La verdad sea dicha jamás concilié el sueño, o ese privilegiado descanso, mientras fuí niño. No había forma humana de que durmiera, así que me hacía el dormido. Cómo iba yo a entregarme a Morfeo si tenía la vida ahí delante, esperándome a todas horas y sin tiempo que perder.
Han pasado muchos años y hoy no puedo prescindir de un descanso, aunque sean diez minutos. A mis hijas tampoco pude convencerlas para esas sagradas siestas, de modo que cuando puedo permitírmelo me refugio en la cama unos minutos, media hora, los festivos un poquito más.
¡Qué gran invento la siesta! ¡Qué excelente placer! ¡Qué agradable remanso!
Y cuanto más mayor me hago más perezoso soy. ¡Vivan los años! ¡Viva la siesta!
Música sugerida: LUZ MARINA. Javier Rojas
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