domingo, 17 de julio de 2011

LA CÁRCEL COMO HOGAR

No hace mucho tiempo los rincones de los periódicos, esos espacios escondidos para noticias curiosas, dieron cuenta de un hecho insólito por su naturaleza. Quizás y después de reflexionar lo suficiente puede que no sea tan extraño tal como están los tiempos. James Verone, ciudadano norteamericano ya metido en años y mucho tiempo desempleado, tomó la decisión más ocurrente y arriesgada de sus últimos tiempos. Enfermo y solo, como tantas personas maduras y sin posibilidad de ningún trabajo digno y ni siquiera infame, fue a un banco cualquiera de Carolina del Norte con la idea de robar.

No pretendía un asalto convencional, sino modesto y simbólico. Un dólar. Sólo un dólar. Después de intimidar a los sorprendidos empleados tuvo el dólar en su mano. Se sentó allí mismo sin moverse y esperó la llegada de la policía. Tranquilamente asumió ser esposado y escuchó la típica frase cuando a alguien le detienen en ese contradictorio país: “tiene usted derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que usted diga puede ser usado en su contra…” y bla, bla, bla…

Audaz resolución tomó el tal James. Bienvenidas las condenas, bienvenidos con agrado los años de prisión que estime la Corte, alivio existencial, merecido descanso.

No tendrá que seguir buscándose la vida y disculpándose con reiterados sorry, sorry…Comerá todos los días, tendrá una cama decente y podrá solicitar un médico que revise, o repare, las averías de sus cuerpo, nunca las del alma.

Reparar las entrañas de su corazón es mucho más difícil. James ya tiene cobijo temporal. Lo compró por un dólar. ¡Cúanta ventura y desventura!, ¡cuánta tristeza!, ¡cuánta miseria en el país más rico y poderoso! ¡cúanto vale un dólar!

Música sugerida: FOR YOU. John Denver

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